La jornada laboral del ciudadano romano promedio no era extensa, y por regla general pasadas las primeras horas de la tarde gran parte de la población quedaba libre de sus obligaciones laborales. Durante estas horas de ocio y actividades de índole personal, que iban desde la finalización de la jornada laboral hasta el atardecer, las calles y edificios públicos se colmaban de personas. Una de las actividades predilectas de los romanos era visitar las termas romanas (en latín thermae); baños con piscinas térmicas y espacios para practicar deporte.
Si bien en los tiempos más remotos de la Urbe las termas eran lugares privados a los que solamente tenían acceso los ciudadanos más pudientes, ya hacia el siglo I a.C. las termas romanas estaban fuertemente subvencionadas por el estado y, por consecuencia, esto llevó a que todas las ciudades romanas tengan centros térmicos de acceso público y gratuito. Incluso cuando una terma no era de acceso gratuito su entrada era relativamente económica. Por ejemplo, tenemos constancia en el presente que durante los tiempos del Imperio las termas pagas de mayor nivel edilicio costaban solamente un cuadrante (en latín quadrans, el equivalente a una moneda de un cuarto de libra romana).
El acceso a las termas era universal. Todas las edades, hombres y mujeres, así como todas las clases sociales eran admitidas (aunque hombres y mujeres eran separados ya sea en distintos edificios o en distintas franjas horarias). La popularidad de estos centros fue incrementando con el paso de los siglos, al punto de volverse un aspecto cultural universal e intrínseco de las ciudades del Imperio romano. Todos los emperadores, desde Augusto a través de las grandes construcciones de Agripa, hasta Trajano, Caracalla y Diocleciano, construyeron grandes y cuantiosos centros térmicos.
La fuertísima subvención estatal a las termas y los baños, actividades que incluso llegaban a rivalizar en populares a los juegos, se debía principalmente a un fenómeno sociológico muy común. Uno de los mayores problemas en las grandes ciudades y centros urbanos del pasado, y ciertamente también del presente, radicaba en el cómo mantener a la población entretenida y relativamente contenta con el fin de evitar una rebelión o distintos problemas sociales acarreados por el descontento social. Los romanos entendían bien este fenómeno, y tanto durante la era de la República romana como del Imperio romano los líderes de Roma invirtieron grandes sumas de dinero con el fin de ofrecer una amplia variedad de espectáculos y servicios públicos a la población. La popularidad las termas era tal que ya hacia el siglo IV solo en Roma había más de 850 edificios dedicados a este fin (tanto entre baños públicos como centros termarios), y todas las ciudades romanas, incluso las pequeñas colonias para veteranos, poseían al menos un centro termal público.
Balneae o thermae
Existe una notable diferencia entre la magnitud y tamaño de muchos de los centros termarios de la República y los del Imperio; siendo por regla general los de la República mucho más simples y humildes y los del imperio mucho más magnánimos y opulentos. Por regla general, si bien ambas palabras se utilizan en los textos antiguos para definir a los baños termales, balneae y balineae eran las palabras que solían utilizarse para definir a los más simples de la era de la República romana y thermae era la palabra que solía utilizarse para definir a los más fastuosos de la era imperial. No debemos confundir estas palabras con balneum o balineum, que eran las simples tinas que los romanos poseían en sus casas para bañarse en la cotidianidad (algunos autores, como por ejemplo Plinio se referían a los balnea como los baños públicos y balneum a los privados) .
Instalaciones de las termas romanas
El diseño de las termas, es decir baños termarios o termales, fue variando con el paso de los siglos, yendo de las oscuras y lúgubres termas antiguas anteriores al siglo I a.C., cuya construcción requería pocas ventanas con el fin de evitar que escape el calor, hasta las amplias e iluminadas termas del Imperio romano las cuales, gracias a la implementación de la tegula mammata (placas de cerámica que conservaban el calor más eficientemente), permitieron a los arquitectos incluir una mayor cantidad de grandes ventanales. No obstante, algo que se mantuvo relativamente intacto a lo largo de los siglos fue su planeamiento en secuencia de habitaciones cuyo fin consistía en concretar un recorrido específico que iba desde la llegada al centro termario hasta la salida del mismo.
En primer lugar el visitante llegaba al apodyterium, un vestuario ubicado próximo al pórtico de ingreso al complejo y en el cual se desvestían y dejaban su vestimenta depositada en alcobas talladas sobre las mismas paredes. Seguido a esto se encontraba la sala con el caldarium, que como su nombre en latín lo indica, eran baños calientes y cuyo ambiente interno se mantenía cálido incluso durante el invierno.
El agua caliente y el ambiente cálido eran generalmente producidos por un hipocausto, una construcción que trasportaba aire caliente a través de una chimenea y una serie de túneles y tubos desde una hoguera en el subsuelo y sobre el cual estaba construida la piscina termal.
Las piscinas de agua caliente eran generalmente denominadas como alveus y en las mismas se practicaba la labra, la acción de echarse agua caliente en el cuerpo con una cuchara.
Finalizado el baño caliente, el concurrente se dirigía hacia un ambiente calefaccionado denominado como el tepidarium (su ubicación próxima al caldarium llevaba a que el aire en la misma sea cálido). Por último, el visitante, si así lo decidía, podía darse un baño frio en el frigidarium, una piscina con agua fría. Esta combinación de baños fríos y calientes se debía a una creencia que los romanos adoptaron a través de los griegos la cual estipulaba que era saludable tanto para el cuerpo como para la mente el combinar y equilibrar baños fríos y calientes. Las termas más elaboradas también poseían un laconicum, o sala de vapor, la cual era similar a un sauna en la actualidad.
Nota: no todas las termas poseían el mismo diseño de planta. Por ejemplo, en muchas termas era común que el tepidarium se encuentre luego del frigidarium.
En algunos centros termales también se podía hallar una piscina al aire libre, el natatio. Piscina de grandes dimensiones en la cual se practicaba natación a temperatura ambiente si no se deseaba pasar por los baños fríos y calientes. No obstante, en muchos centros termales el natatio estaba ubicado dentro del frigidarium, y no había diferencia entre ambos.
Orata, el ingeniero termal
Según dan a entender los escritos del gran escritor romano Plinio el Viejo, el diseño y la difiusión del hipocausto fue la autoría del ingeniero Cayo Sergio Orata durante la segunda parte del siglo II a.C.
Las palestras
Las palestras (palaestra), al igual que en la antigua Grecia, por lo general servían como lugar central sobre el cual se planeaba la distribución edilicia de las centros termarios más antiguos de Roma, y en las mismas se practicaban todo tipo de deportes (esto con el tiempo fue variando, y si bien siempre se mantuvieron las palestras, ya que la práctica de actividades físicas combinadas con baños termales era muy popular en Roma, el planeamiento de planta de los distintos centros termarios se fue alejando de las palestras como planta central).
Así mismo también había salas techadas denominadas sphaeristeria (sphaeristerium), donde podían practicarse deportes durante los días de lluvia o muy soleados. De todos los juegos de habilidad practicados en estas habitaciones eran el trigon (o harpastum) uno de los más populares. Un deporte practicado entre tres personas que consistía en apoderarse de un balón y evitar que los rivales lo quiten. En escencia era similar al rugby, ya que los choques y empujones estaban permitidos.
Las salas de masaje y unción
Además de espacios para el deporte también había habitaciones en las cuales el concurrente podía recibir masajes y unciones.
Las termas como centro de reunión social
Era muy común que los romanos utilicen las termas tanto para sus reuniones sociales como de negocios, y era habitual concurrir a las mismas ya sea con la compañía de un amigo, socio o familiar con el fin de pasar el tiempo socialmente. En los centros termarios de mayor tamaño, como por ejemplo los termas de Trajano y las de Caracalla, se ha hallado evidencias de bibliotecas y salas de lectura, lo que indica que los romanos entre la práctica de deportes y los baños termales también descansaban leyendo o asistiendo a eventos de oratoria.
La comida en las termas
Los romanos culturalmente no eran afines a comer durante o entremedio de los baños, poseyendo todo tipo de creencias sobre espasmos y problemas de salud asociados a la práctica. Razón por la cual la oferta gastronómica en los centros termarios era muy limitada y casi inexistente. Si bien existe evidencia arqueológica en algunas termas de la presencia de lugares en los cuales se ofrecía algo ligero para comer, esto fue algo muy limitado.
Las termas romanas en nuestros días
Tal era el número de termas construidas por los romanos que varias incluso han llegado funcionales a nuestros días. Así es el caso de las termas de Timgad. Centro termario construido por los romanos en la ciudad de Jenchela, en la actual Argelia, cuyas piscinas son utilizadas incluso en el presente por docenas de personas diariamente.