Las metamorfosis, Ovidio – Libro XV

Las metamorfosis, Ovidio - Libro decimoquinto - Pitágoras, Hipólito, Asclepio, César.

Las metamorfosis

Publio Ovidio Nasón

Las metamorfosis (Metamorphoseis en latín) es la obra maestra del poeta de principios del Imperio Romano Publio Ovidio Nasón. La obra es un poema dividido en quince libros mediante el cual Ovidio realiza una narración histórico-mitológica desde la creación del universo hasta la deificación de Julio César.

La composición de este colosal poema llevó varios años de meticulosa composición lírica, siendo finalizado en el año 8 d. C., mismo año en el cual el emperador Octavio Augusto expulsa a Ovidio de Roma, forzándolo a exiliarse en los confines del imperio (ver la obra Las Tristes para más información)

Las metamorfosis

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Libro decimoquinto

Pitágoras, Hipólito, Asclepio, César.

Míscelo

Se busca entre tanto quien los pesos de tan gran mole
sostenga, y a tan gran rey pueda suceder:
destina para el mando, prenunciadora de la verdad,
la Fama al brillante Numa. No él bastante conocer los ritos

5. de la gente sabina considera. En su ánimo capaz mayores cosas
concibe y cuál es de las cosas la Naturaleza indaga.
El amor de este cuidado, su patria y sus Cures abandonados,
hizo que penetrara hasta la ciudad del huésped de Hércules.
Qué autor había puesto griegas murallas en las orillas

10. itálicas al preguntar, así, de los mayores uno
le refirió, de los nativos, no desconocedor de la vieja edad:
«Después del Océano, rico de los bueyes iberos el nacido de Júpiter,
que los litorales lacinios alcanzó en feliz travesía
se dice, y, mientras su vacada erraba por esas tiernas hierbas,

15. que él en la casa y no inhóspitos techos del gran Crotón
entró, y que con el descanso alivió su larga penalidad,
y que así, al marchar: «En alguna edad», había dicho, «de mis nietos
éste el lugar de su ciudad será» y sus promesas verdaderas fueron.
Pues hubo, engendrado del argólico Alemon, un tal

20. Míscelo, a los dioses aceptísmo de aquella edad.
Sobre él inclinándose, presa de la pesadez del sopor,
el portador de la clava se le dirige: «Vamos, abandona tus patrias
sedes, ve, busca las pedregosas ondas del opuesto Ésar»,
y si no obedeciera, con muchas cosas y de temer le amenaza.

25. Tras ello se alejan al par el sueño y el dios.
Se levanta el Alemónida y con tácita mente las recientes
visiones revive y pugna largo tiempo su decisión con él:
el numen marchar le ordena, prohíben alejarse las leyes
y pena de muerte puesta está para el que su patria mudar quiera.

30. Cándido, en el Océano su nítida cabeza había escondido el Sol,
y su cabeza había sacado constelada, densísima, la Noche.
Pareció que llegaba el mismo dios, y que lo mismo le advertía
y, si no obedeciera, con más y más graves cosas que le amenazaba.
Sintió mucho temor, y de una vez a trasladar se preparaba hacia sus sedes

35. nuevas su paterno santuario: surge un murmullo en la ciudad
y se le hace reo de despreciadas esas leyes, y cuando terminado se hubo
la causa primera y su delito queda patente, sin testigo probado,
desaliñado él, a los altísimos levantando el reo su cara y manos:
«Oh a quien derecho al cielo dieron tu docena de labores,

40. préstame, te suplico», dice, «ayuda, pues tú eres de mi delito el autor».
La costumbre era antigua, con níveas y negras piedrecitas,
con éstas condenar a los reos, con aquéllas absolverlos de culpa.
Entonces también así se llevó la sentencia triste y todo
guijarro se deposita negro en la despiadada urna.

45. La cual, una vez que derramó, vuelta, para ser numeradas, las piedrecitas,
en todas, del negro, su color se había mutado en blanco,
y cándida la sentencia por el numen de Hércules vuelta,
libra al Alemónida. Las gracias da él a su padre,
al Anfitrioníada, y con vientos alentadores la superficie

50. navega jonia, y la salentina Nereto
atrás deja, y Síbaris, y la lacedemonia Tarento
y de Turia las ensenadas y Nemesia y de Iápige los campos
y, por apenas recorridas tierras que contemplan los mares,
encuentra las hadadas orillas de la corriente del Ésar

55. y no lejos de aquí un túmulo bajo el cual los sagrados huesos
de Crotón cubría la tierra, y allí, en esa ordenada tierra, unas murallas
fundó y el nombre del sepultado trajo para su ciudad».
Tales los primordios constaba por una certera fama
que eran del lugar, y, puesta en las fronteras de Italia, de la ciudad.

Discurso de Pitágoras

60. Un varón hubo allí, de nacimiento samio, pero había huido al par
de Samos y de sus dueños y, por odio de la tiranía, un exiliado
por su voluntad era, y él, aunque del cielo por la lejanía remotos,
con su mente a los dioses llegó y lo que la naturaleza negaba
a las visiones humanas, con los ojos tales cosas de su pecho lo sacaba,

65. y cuando en su ánimo y con su vigilante cuidado lo había penetrado todo,
en común para aprenderse lo daba, y a las reuniones de los que guardaban silencio
y de los admiradores de sus relatos los primordios del gran mundo
y las causas de las cosas y qué la naturaleza, enseñaba,
qué el dios, de dónde las nieves, cuál de la corriente fuera el origen,

70. si Júpiter o los vientos, destrozada una nube, tronaran,
qué sacudía las tierras, con qué ley las constelaciones pasaban,
y cuanto está oculto; y él el primero que animales en las mesas
se pusieran rebatió, el primero también con tales palabras su boca,
docta ciertamente, liberó, pero no también creída:

75. «Cesad, mortales, de mancillar con festines sacrílegos
vuestros cuerpos. Hay cereales, hay, que bajan las ramas
de su peso, frutas, y henchidas en las vides, uvas,
hay hierbas dulces, hay lo que ablandarse a llama
y suavizarse pueda, y tampoco a vosotros del humor de la leche

80. se os priva, ni de las mieles aromantes a flor de tomillo.
Pródiga, de sus riquezas y alimentos tiernos la tierra
os provee, y manjares sin matanza y sangre os ofrece.
Con carne las fieras sedan sus ayunos, y no aun así todas,
puesto que el caballo, y los rebaños y manadas de la grama viven.

85. Mas aquellas que un natural tienen inmansueto y fiero,
de Armenia los tigres, y los iracundos leones,
y con los lobos los osos, de los festines con sangre se gozan.
Ay, qué gran crimen es en las vísceras vísceras esconder
y con un cuerpo ingerido engordar un ávido cuerpo,

90. y que un ser animado viva de la muerte de un ser animado.
¿Así que de entre tantas riquezas que la mejor de las madres,
la tierra, pare, nada a ti masticar con salvaje diente
te complace y las comisuras recordar de los Cíclopes,
y no, si no es perdiendo a otro, aplacar podrías

95. los ayunos de tu voraz y mal educado vientre?
Mas la vieja aquella edad, a la que, áurea, hicimos su nombre,
con crías de árbol y, las que la tierra alimenta, con las hierbas,
afortunada se le hizo y no mancilló su boca de sangre.
Entonces también las aves, seguras, movieron por el aire sus alas,

100. y la liebre impávida erraba en mitad de los campos
y no su credulidad al pez había suspendido del anzuelo.
Todas las cosas, sin insidias, y sin temer ningún fraude
y llenas de paz estaban. Después que un no útil autor
los víveres envidió, quien quiera que fuera él, de los leones,

105. y corpóreos festines sumergió en su ávido vientre,
hizo camino para el crimen, y por primera vez de la matanza de fieras
calentarse puede, manchado de sangre, el hierro
-y esto bastante hubiera sido-, y que los cuerpos que buscaban nuestra
perdición fueran enviados a la muerte, a salvo la piedad, confesemos:

110. pero cuanto dignos de ser dados a la muerte, tanto no de que se les comieran fueron.
Más lejos, desde ahí, la abominación llega, y la primera se considera
que víctima el cerdo mereció morir porque las semillas
con su combo hocico desenterrara y la esperanza interceptara del año.
Una vid al ser mordida, que el cabrío ha de ser inmolado del Baco vengador

115. junto a las aras, se dice. Mal les hizo su culpa a los dos.
¿Qué merecisteis las ovejas, plácido ganado y para guardar
a los hombres nacido, que lleváis plena en la ubre néctar,
que de blandos cobertores vuestras lanas nos ofrecéis
y que en vida más que con la muerte nos ayudáis?

120. ¿Qué merecieron los bueyes, animal sin fraude ni engaños,
inocuo, simple, nacido para tolerar labores?
Ingrato es, solamente, y no del regalo de los granos digno,
el que pudo recién quitado el peso del curvo arado
al labrador inmolar suyo, el que, ése molido por la labor,

125. ése con el que tantas renovara el duro campo
cuantas veces diera cosechas, ese cuello tajó con la segur.
Y bastante no es que tal abominación se cometa: a los propios
dioses inscriben para ese crimen y el numen superior
con la matanza creen que disfruta de ese sufridor novillo.

130. La víctima, de tacha carente y prestantísima de hermosura,
pues el haber complacido mal le hace, de vendas conspicua y de oro,
es colocada ante las aras, y oye sin comprender al oficiante,
y que se imponen ve entre los cuernos de la frente suya,
los que cultivó, esos granos, y tajada, de su sangre los cuchillos

135. tiñe, previamente vistos quizás en la fluida onda.
En seguida, arrancadas de su viviente pecho sus entrañas
las inspeccionan y las mentes de los dioses escrutan en ellas.
Después -¿el hambre en el hombre tan grande es de los alimentos prohibidos?-
osáis comerlo, oh género mortal, lo cual suplico

140. no haced y a los consejos vuestros ánimos volved nuestros,
y cuando de las reses asesinadas deis sus miembros al paladar,
que coméis vosotros sabed, y sentid, a vuestros colonos.
Y ya que un dios mi boca mueve, obedeceré al dios que mi boca
mueve ritualmente, y los Delfos míos y el propio éter

145. abriré y descerraré los oráculos de una augusta mente.
Grandes cosas y no investigadas por los talentos de los predecesores
y que largo tiempo han estado ocultas cantaré. Place ir a través de los altos
astros, place las tierras y su inerte sede dejada
en una nube viajar y en los hombros asentarse de Atlas,

150. y a los diseminados hombres por todos lados y de razón carentes
abajo contemplar desde lejos, y agitados y de su final temerosos
así exhortar y la sucesión revelarles de su hado:
Oh género de los atónitos por el miedo de la helada muerte,
¿por qué a la Estige, por qué las tinieblas y nombres vanos teméis,

155. materia de los poetas, peligros de un falso mundo?
Los cuerpos, ya la hoguera con su llama, o ya con su consunción
la vejez los arrebatare, males poder sufrir ningunos creáis.
De muerte carecen las almas y su anterior sede abandonada
en nuevas casas viven y habitan, en ellas recibidas.

160. Yo mismo, pues lo recuerdo, en el tiempo de la guerra de Troya
el Pantoida Euforbo era, al que en su pecho un día clavó,
a él enfrentado, la pesada asta del menor Atrida.
He conocido el escudo, de la izquierda nuestra los fardos,
hace poco, en el templo de Juno, en la Abantea Argos.

165. Todas las cosas se mutan, nada perece: erra y de allí
para acá viene, de aquí para allá, y cualesquiera ocupa miembros
el espíritu, y de las fieras a los humanos cuerpos pasa,
y a las fieras el nuestro, y no se destruye en tiempo alguno,
y, como se acuña la fácil cera en nuevas figuras,

170. y no permanece como fuera ni la forma misma conserva,
pero aun así ella la misma es: que el alma así siempre la misma
es, pero que migra a variadas figuras, enseño.
Así pues, para que la piedad no sea vencida por el deseo del vientre,
cesad, os vaticino, las emparentadas almas con matanza

175. abominable de perturbar, y con sangre la sangre no sea alimentada.
Y ya que viajo por un gran mar y llenas a los vientos
mis velas he dado: nada hay que persista en todo el orbe.
Todo fluye, y toda imagen que toma forma es errante.
También en asiduo movimiento se deslizan los mismos tiempos,

180. no de otro modo que una corriente, pues detenerse una corriente
ni una leve hora puede: sino como la onda es impelida por la onda,
y es empujada la anterior por la que viene y ella empuja a su anterior,
los tiempos así huyen al par y al par ellos persiguen
y nuevos son siempre pues lo que fue antes atrás queda

185. y deviene lo que no había sido, y los momentos todos se renuevan.
Tú contemplas que también las ya medidas noches tienden a la luz,
y que la luminaria esta nítida sucede a la negra noche,
y el color tampoco es el mismo en el cielo cuando, cansadas todas las cosas,
del reposo yacen en mitad, y cuando el Lucero sale claro

190. con su caballo blanco; y de nuevo es otro cuando, adelantada, de su luz
la Palantíada tiñe, el que ha de entregar a Febo, el orbe.
El propio escudo del dios cuando se levanta de lo más hondo de la tierra,
por la mañana rojea, y rojea cuando se esconde en lo más hondo de la tierra;
cándido en lo más alto es, porque mejor naturaleza allí

195. la del éter es y lejos de los contagios de la tierra huye,
tampoco pareja o la misma la forma de la nocturna Diana
ser puede nunca y siempre la de hoy que la siguiente,
si crece, menor es, mayor si contrae su orbe.
¿Y no que en apariencias cuatro se sucede el año

200. ves, realizando las imitaciones de la edad nuestra?
Pues tierno y lactante y semejantísimo de un recién nacido a la edad
en la primavera nueva es. Entonces la hierba reciente y de dureza libre
está turgente y sólida no es y en su esperanza deleita a los campesinos.
Todas las cosas entonces florecen, y con los colores de las flores, nutricio,

205. juega el campo, y todavía virtud en sus frondas ninguna hay.
Pasa al verano, tras la primavera, más robusto el año
y se hace un vigoroso joven, pues ni más robusta edad
ninguna, ni más fértil, ni que más arda, ninguna hay.
La releva el otoño, depuesto el fervor de la juventud,

210. maduro y suave y, entre el joven y el viejo,
en templanza intermedio, asperjado también en sus sienes de canas.
Después la senil mala estación llega, erizada con paso trémulo,
o expoliada de los suyos -o de los que tiene, blanca- de cabellos.
También nuestros propios cuerpos siempre y sin descanso

215. alguno se transforman, y no lo que fuimos o somos
mañana seremos. Hubo aquel día en el que, simientes solo
y esperanza de hombres, de nuestra primera madre habitábamos en el vientre:
la naturaleza sus artesanas manos nos allegó y que estuvieran
angustiados esos cuerpos en las vísceras escondidos de nuestra distendida madre

220. no quiso y de esa casa nos emitió, vacías, a las auras.
Dado a la luz estaba tendido sin fuerzas ese niño;
luego como cuadrúpedo y al modo movió sus miembros de las fieras,
y poco a poco temblando y todavía de hinojo no firme
se puso de pie, ayudando con algún esfuerzo a sus músculos;

225. después vigoroso y veloz fue, y el espacio de la juventud
atraviesa y, agotados del intermedio tiempo también los años,
se baja por el camino inclinado de la caduca vejez.
Socava esta y demuele de la edad anterior
las fuerzas, y llora Milón de mayor, cuando contempla inanes

230. a aquéllos que fueran por la mole de sus sólidos músculos
a los de Hércules semejantes, sus brazos, fluidos, colgar.
Llora también cuando en el espejo arrugas de vieja se ha visto
la Tindáride y consigo misma por qué dos veces se la raptara se pregunta.
Tiempo, devorador de las cosas, y tú, envidiosa Vejez,

235. todo lo destruís y corrompidas con los dientes de la edad
poco a poco consumís todas las cosas con una muerte lenta.
Tampoco tales cosas persisten, a las que nosotros elementos llamamos,
y qué tornas les ocurren, vuestros ánimos prestad, os mostraré.
Cuatro cuerpos generadores el mundo eterno

240. contiene. De ellos dos son onerosos, y por su propio
peso hacia lo más bajo, la tierra y la onda, se marchan,
y otros tantos de gravedad carecen y sin que nadie les empuje
a lo alto acuden, el aire y que el aire más puro el fuego.
Las cuales cosas, aunque en espacio disten, aun así todo se hace

245. de ellas y hacia ellas caen: y disuelta la tierra
se enralece hacia las fluidas aguas; atenuado, en auras
y en aire el humor acaba; y privado también de peso de nuevo
hacia los altísimos fuegos el aire más tenue centellea.
De ahí para atrás vuelven y el mismo orden se desteje,

250. pues el fuego, espesado, a denso aire pasa,
éste a aguas, tierra aglomerada se reúne de la onda.
Y la apariencia suya a cada uno tampoco le permanece y, de las cosas
renovadora, desde unas rehace la naturaleza otras figuras,
y no perece cosa alguna, a mí creed, en todo el mundo,

255. sino que varía y su faz renueva y nacer se llama
a empezar a ser otra cosa de la que fue antes, y morir
a acabar aquello mismo. Aunque hayan sido acá quizás aquéllas,
éstas transferidas allá, en suma, aun así, todas las cosas se mantienen.
Nada yo, ciertamente, que dura mucho tiempo bajo la imagen misma

260. creería: así hasta el hierro vinisteis desde el oro, siglos,
así tantas veces tornado se ha la fortuna de los lugares.
He visto yo, lo que fuera un día solidísima tierra,
que era estrecho, he visto hechas de superficie tierras,
y lejos del piélago yacen conchas marinas,

265. y, vieja, encontrado se ha en los montes supremos un ancla,
y lo que fue llano, valle la avenida de las aguas
hizo, y por una inundación un monte ha sido abajado a la superficie,
y de una pantanosa otra tierra aridece de secas arenas,
y lo que sed había soportado, empantanado de lagos se humedece.

270. Aquí manantiales nuevos la naturaleza ha lanzado, mas allí
los cerró y, muchos, por los antiguos temblores del orbe
han irrumpido, o, desecados, se han asentado.
Así, donde el Lico ha sido apurado por una terrena comisura,
brota lejos de ahí, y renace por otra boca.

275. Así ora es embebido, ora, por un cubierto abismo resbalando,
regresa ingente el Erasino de Argolia en los campos,
y al misio, de la cabeza suya y de su ribera anterior
que sentía disgusto dicen: que por otro lado ahora va, el Caíco.
Y, no poco, revolviendo el Amenano las arenas sicanias,

280. ahora fluye, a las veces, detenidos sus manantiales, aridece.
Antes se le bebía, ahora, las que tocar no quisieras,
vierte el Anigro sus aguas, después que -salvo que a los poetas
se les deba arrebatar toda la fe- allí lavaron los bimembres las heridas
que les había hecho del portador de la clava, de Hércules, el arco.

285. ¿Y no el Hípanis, de los montes escíticos nacido,
que había sido dulce, de sales se corrompe amargas?
De oleajes rodeadas habían estado Antisa y Faros,
y la fenicia Tiro: de las cuales ahora isla ninguna es.
Una Léucade continua tuvieron sus viejos colonos:

290. ahora estrechos la rodean. Zancle también que unida estuvo
se dice a Italia, hasta que sus confines el ponto
arrebató y rechazó la tierra en plena onda.
Si buscas Hélice y Buris, Acaides ciudades,
las encontrarás bajo las aguas, y todavía señalar los navegantes

295. suelen, inclinadas, sus fortalezas con sus murallas sumergidas.
Hay cerca de la Pitea Trecén un túmulo, sin árboles
algunos arduo, un día llanísima área
de campo, ahora túmulo. Pues -cosa horrenda de relatar-
la fuerza fiera de los vientos, encerrada en ciegas cavernas,

300. afuera soplar por alguna parte queriendo y luchando en vano
por disfrutar de más libre cielo, como en su cárcel
grieta ninguna hubiera en toda ni permeable para sus soplos fuera,
hinchió, distendida, la tierra como el aliento de la boca
tensar una vejiga suele, o arrancadas sus pieles

305. a un bicorne cabrío. El bulto aquel de ese lugar permaneció y de un alto
collado tiene la apariencia y se endureció con la larga edad.
Muchas cosas aunque me vienen, oídas y conocidas por nos,
pocas más referiré. ¿Qué, que no la linfa también figuras
da y las toma nuevas? En medio del día, cornado Amón,

310. tu onda helada está, y en el orto y en la puesta está caliente.
Acercándole aguas, que los Atamantes encienden un leño
se cuenta cuando la luna se ha retirado a sus orbes mínimos.
Una corriente tienen los cícones, la cual bebida, de piedra vuelve
las vísceras, la cual produce mármoles en las cosas por ella tocadas.

315. El Cratis y desde él el Síbaris, colindante a nuestras orillas,
al ámbar semejantes hacen y al oro los cabellos.
Y lo que más admirable es, los hay que no los cuerpos sólo,
sino los ánimos también sean capaces de mutar, humores.
¿Quién no ha oído de Sálmacis, la de obscena onda,

320. y de los etíopes lagos? De los cuales, si alguien con sus fauces apura,
o delira o padece de admirable pesadez un sopor.
Del Clítor quien quiera que su sed en el manantial ha aliviado,
de los vinos huye y goza abstemio de las puras ondas,
sea que una fuerza hay en su agua contraria al caliente vino,

325. o sea, lo que los indígenas recuerdan, que de Amitaón el nacido
a las Prétides, atónitas después que merced a un encanto y hierbas
las arrancó de sus delirios, los purgantes de su mente los lanzó
a aquellas aguas, y el odio del vino puro permaneció en sus ondas.
A éste fluye, por su efecto disparejo, de la Lincéstide el caudal,

330. del cual, quien quiera que con poco moderada garganta saca,
no de otro modo se tambalea que si puros vinos hubiese bebido.
Hay un lugar en la Arcadia, Féneo lo llamaron los de antaño,
por sus ambiguas aguas sospechoso, las cuales de noche teme:
de noche dañan ellas bebidas, sin daño en la luz se las bebe.

335. Así unas y las otras fuerzas lagos y corrientes
conciben: y un tiempo hubo en que nadaba en las aguas;
ahora asentada está Ortigia. Temió la Argo, asperjadas
por los embates de las olas rotas en ellas, a las Simplégades,
que ahora inmóviles permanecen y a los vientos resisten.

340. Y tampoco el que arde con sus sulforosas fraguas, el Etna,
ígneo siempre será, pues tampoco fue ígneo siempre.
Pues si ella es un ser que alienta, la tierra, y vive y tiene
respiraderos que llama exhalan por muchos lugares,
mudar las vías de su respiración puede y cuántas veces

345. se mueva, éstas acabarlas, abrir aquellas cavernas puede;
o si leves vientos están encerrados en profundas cuevas,
y rocas contra rocas y materia que posee las simientes
de la llama arrojan, ella concibe con sus golpes el fuego,
sus cuevas abandonarán frías al sedarse esos vientos;

350. o si del betún las fuerzas arrebatan esos incendios
o gualdos azufres arden con exiguos humos,
naturalmente cuando la tierra sus pábulos y alimentos pingües a la llama
no dé, consumidas sus fuerzas a través de la larga edad,
y a su naturaleza voraz su nutrimento falte,

355. no soportará ella su hambre y esos abandonos abandonará el fuego.
Que hay hombres, la fama es, en la hiperbórea Palene,
que suelen velar sus cuerpos con leves plumas
cuando nueve veces han sentido la laguna de Tritón.
No lo creo yo, por cierto: asperjados también sus cuerpos de venenos

360. que ejercen las artes mismas las Escítides se recuerda.
Si alguna fe, aun así, ha de ofrecerse a las cosas probadas,
¿acaso no ves que cuantos cuerpos con la demora y el fluido calor
se descomponen en pequeños vivientes se tornan?
Ve y también entierra unos selectos toros inmolados

365. -cosa conocida por el uso-: de la podrida víscera por todos lados,
selectoras de las flores, nacen abejas, que a la manera de sus padres
los campos honran y su obra favorecen y para su esperanza trabajan.
Presa de la tierra un caballo guerrero del abejorro el origen es.
Sus cóncavos brazos si quitas a un cangrejo ribereño,

370. el resto lo pones bajo tierra, de la parte sepultada
un escorpión saldrá y con su cola amenazará corva.
Y las que suelen con sus canos hilos entretejer las frondas,
las agrestes polillas -cosa observada para los colonos-,
con la fúnebre mariposa mudan su figura.

375. Unas simientes el cieno tiene que procrea las verdes ranas,
y las procrea truncas de pies, luego, aptas para nadar,
piernas les da, y para que éstas sean para largos saltos aptas,
la posterior medida supera a las partes anteriores.
Tampoco el cachorro que en su parto reciente ha dado la osa

380. sino carne malamente viva es. Lamiéndolo su madre hacia sus articulaciones
los modela y a la forma, cuanta abarca ella misma, lo conduce.
¿Acaso no ves, a las que la cera hexagonal cubre, a las crías
de las portadoras de miel, las abejas, que cuerpos sin miembros nacen
y tardíos su pies como tardías asumen sus remeras?

385. De Juno el ave, que de cola constelaciones lleva,
y el armero de Júpiter y de Citerea las palomas
y el género todo de las aves, si de las partes medias de un huevo
no supiéramos que se forman, quién, que nacer podrían, creería?
Hay quienes, cuando podrido se ha una espina en un sepulcro cerrado,

390. que se mutan creen en serpientes las humanas médulas.
Éstos, aun así, de otros los primordios de su género sacan.
Una ave hay que se rehaga y a sí misma ella se reinsemine.
Los asirios fénix la llaman. No de granos ni de hierbas,
sino de lágrimas de incienso y del jugo vive de amomo.

395. Ella cuando cinco ha completado los siglos de la vida suya,
de una encina en las ramas y en la copa, trémula, de una palmera,
con las uñas y con su puro rostro un nido para sí se construye,
en el cual, una vez que con casias y del nardo lene con las aristas
y con quebrados cínamos lo ha cimentado junto con rubia mirra,

400. a sí mismo encima se impone, y finaliza entre aromas su edad.
De ahí, dicen que, quien otros tantos años vivir deba,
del cuerpo paterno un pequeño fénix renace.
Cuando le ha dado a él su edad fuerzas, y una carga llevar puede,
de los pesos del nido las ramas alivia de su árbol alto

405. y lleva piadoso, como las cunas suyas, el paterno sepulcro,
y a través de las leves auras, de la ciudad de Hiperíon adueñándose,
ante sus puertas sagradas de Hiperíon en el templo los suelta.
Si con todo hay algo de admirable novedad en tales cosas,
de que cambie sus tornas y la que ora como hembra en su espalda

410. padecido al macho ha, ahora de que sea macho ella admirémonos, la hiena.
De éste también, del viviente que de vientos se nutre y de aura,
que en seguida simula cuantos colores ha tocado.
Vencida, al portador de los racimos, linces dio la India, a Baco,
cuya vejiga, según recuerdan, cuanto remite

415. se torna en piedras y congela, el aire al ser tocado.
Así también el coral, en el primer momento que toca las auras,
en ese tiempo se endurece: mullida fue hierba bajo las ondas.
Acabará antes el día y Febo en la alta superficie
teñirá sus caballos sin aliento, de que yo alcance todas las cosas con mis palabras,

420. que a apariencias se han trasladado nuevas. Así los tiempos tornarse
contemplamos: a aquellas gentes asumir fortaleza,
caer a estas. Así grande fue, de hacienda y de hombres,
y durante diez años pudo tanta sangre dar:
ahora, humilde, nada más Troya viejas ruinas

425. y muestra en vez de sus riquezas los túmulos de sus abuelos.
Clara fue Esparta, vigorosa fue la gran Micenas,
y no poco la Cecrópide, y no poco de Anfíon los recintos.
Vil suelo Esparta es, alta cayó Micenas,
la Edipodonia qué es, sino unos nombres, Tebas,

430. qué de la Pandionia queda, sino el nombre, Atenas.
Ahora también, la fama es, que una Dardania Roma está surgiendo,
la cual, próxima del nacido del Apenino, del Tíber, a las ondas,
bajo una mole ingente los cimientos de sus estados pone.
Ella, así pues, su forma creciendo muda, y en otro tiempo

435. la cabeza del inmenso orbe será. Así lo han dicho los profetas
y, cantoras del hado, lo refieren las venturas, y por cuanto recuerdo
el Priámida Héleno al que lloraba y dudaba de su salvación
había dicho, a Eneas, cuando el estado troyano caía:
«Nacido de diosa, si conocidos bastante los presagios de nuestra

440. mente tienes, no toda caerá, tú a salvo, Troya.
La llama a ti y el hierro te darán un camino: irás y a la vez
Pérgamo arrebatado te llevarás, hasta que a Troya y a ti,
exterior al paterno, os alcance un más amigo campo.
Una ciudad también contemplo que debes a nuestros frigios nietos

445. cuan grande ni es ni será -ni aun vista- en los anteriores años.
A ella otros próceres a través de siglos largos poderosa,
pero dueña de los estados, uno de la sangre nacido de Julo
la hará, del cual cuando la tierra se haya servido,
lo disfrutarán las etéreas sedes, y el cielo será la salida para él».

450. Que tales cosas Héleno había cantado al portador de los penates, a Eneas,
yo, de mente memorioso, refiero, y de que esas a mí emparentadas murallas crezcan
me alegro, y de que útilmente a los frigios vencieran los pelasgos.
Para que, aun así, olvidados de que a su meta tienden
mis caballos, lejos no me desplace, el cielo y cuanto bajo él hay

455. muta sus formas, y la tierra, y cuanto en ella hay.
Nosotros también, parte del mundo, puesto que no cuerpos sólo,
sino también voladoras almas somos, y a ferinas casas
podemos ir, y de rebaños en los pechos escondernos,
esos cuerpos, que pueden las almas tener de nuestros padres

460. o de nuestros hermanos o de gentes unidas por algún pacto a nosotros,
o de hombres, ciertamente, que seguros estén y honestos permitamos,
o no acumulemos entrañas en nuestras mesas de Tiestes.
Cuán mal acostumbra, cuán a sí mismo se prepara él, impío,
para el crúor humano, de un novillo el que la garganta a hierro

465. rompe e inmutados ofrece a sus mugidos sus oídos,
o el que, vagidos semejantes a los infantiles cuando un cabrito
da, degollarlo puede, o de un ave alimentarse
a la que puso él mismo sus comidas. ¿Cuánto hay que falte en ello
para el pleno crimen? ¿A dónde el tránsito desde ahí se prepara?

470. El buey are, o su muerte impute a sus mayores años,
contra el bóreas horripilante la oveja armas suministre,
sus ubres den, saturadas las cabritas, a manos que las opriman.
Las redes junto con los cepos, y los lazos y artes dolosas
quitad, y al pájaro no engañad con la cebada vara,

475. y, hechas para el espanto, con las plumas a los ciervos no burlad
ni esconded con carnadas falaces los corvos anzuelos.
Perded a cuanto cause daño, pero esto también perdedlo tan sólo,
las bocas de sangre queden libres y alimentos tiernos cojan».

Hipólito

Con tales y otros discursos instruido su pecho

480. a su patria que regresó dicen y voluntariamente buscado,
que cogió Numa del pueblo del Lacio las riendas.
Por su esposa él feliz, una ninfa, y por sus guías, las Camenas,
les enseñó los sacrificiales ritos y a una gente a la feroz
guerra acostumbrada, de la paz trasladó a las artes.

485. El cual, después que, mayor, su reino y su edad hubo consumado,
extinguido, del Lacio las nueras, y el pueblo, y los padres
lloraron a Numa, pues su esposa, la ciudad abandonando,
se oculta escondida en las densas espesuras del valle Aricino,
y los sacrificios de la Orestea Diana con su gemido y lamento

490. estorba. Ay cuántas veces las ninfas del bosque y del lago
que no lo hiciera le advirtieron y consoladoras palabras le dijeron.
Cuántas veces a la que lloraba el Teseio héroe:
«Pon una medida», dijo, «pues tampoco la fortuna de lamentar
sola la tuya es. De otros repara en los semejantes casos:

495. más benignamente lo llevarás, y ojalá los ejemplos a ti, doliente,
no los míos te pudieran aliviar, pero también los míos pueden.
Hablando, algún Hipólito a vuestros oídos si ha alcanzado,
que por la credulidad de su padre, por el fraude de su criminal madrastra
sucumbió a la muerte, te asombrarás y apenas te lo probaré,

500. pero aun así, ése soy yo. A mí la Pasifeia un día, tentándome
en vano a ultrajar de mi padre la alcoba,
aquello que quiso fingió haberlo querido y su delito tornando
-¿de la delación por miedo más, u ofendida por el rechazo?-,
me condenó, y al que merecía nada su padre echó de la ciudad

505. y con una hostil plegaria la cabeza impreca del que marchaba.
A la Pitea Trecén con prófugo carro me dirigía,
y ya del Corintíaco ponto cogía por los litorales,
cuando el mar se irguió y un cúmulo ingente de aguas,
de un monte en la apariencia, cuvarse y crecer parecía

510. y que daba mugidos y por su suprema cima se hendía.
Cornado, de ahí un toro es expelido, de las rotas ondas,
y hasta su pecho erigido hacia las auras suaves,
de sus narinas y anchurosa boca vomita una parte del mar.
Los corazones se llenan de pavor de mis acompañantes, mi mente impertérrita permanece,

515. con los exilios suyos contenta, cuando sus cuellos, feroces,
a los estrechos viran y erguidas sus orejas se espantan
mis cuadrípedes y del monstruo por el miedo se turban y precipitan
el carro de las altas peñas. Yo por conducir los vanos
frenos con mi mano, y de espumas blanquecientes embadurnados, lucho,

520. y hacia atrás tenso, boca arriba, las flexibles riendas,
y aun así a estas fuerzas la rabia no hubiese superado de los caballos,
si una rueda, por donde ella circungira perpetuo al eje,
de un tronco por el tropiezo, roto y deshecho no se hubiese.
Salgo despedido del carro y, como las correas sujetaban mis miembros,

525. mis entrañas vivas arrastrar, y mis nervios en el tronco ser retenidas,
mis miembros ser arrebatados en parte, en parte enganchados quedar,
mis huesos dar, rotos, un grave sonido, y vieras, agotado,
mi aliento expirar, y ningunas partes en mi cuerpo
que reconocer pudieras: una sola herida era todo.

530. ¿Acaso puedes, u osas, con la calamidad comparar nuestra,
ninfa, la tuya? Vi también de luz carentes los reinos
y lacerado calenté mi cuerpo del Flegetonte en la onda,
y no, sino con una vigorosa medicina del vástago de Apolo,
devuelta la vida me fuera; la cual, después que con esas fuertes hierbas

535. y con la ayuda peonia, para indignación de Dite, recobré,
entonces a mí, para que aparecido no aumentara del don este
la envidia, densas me opuso la Cintia unas nubes,
y para que estuviera guardado y pudiera impunemente ser visto,
me añadió edad y no reconocible me dejó

540. el rostro mío y a Creta mucho tiempo dudó si para habitarla
me entregaría o a Delos. Delos y Creta abandonadas
aquí me puso y un nombre al mismo tiempo, que pudiera mis caballos
evocar, me ordena que deponga y: «Quien fuiste
Hipólito», dijo, «ahora, el mismo, Virbio sé».

545. Este bosque desde entonces honro y, de los dioses menores uno,
bajo el nombre de mi señora me oculto y hacienda suya soy».

Tages. La lanza de Rómulo. Cipo

No, aun así, de Egeria los lutos las ajenas pérdidas
capaces son de aliviar, y de un monte tendida en sus raíces hondas
se disuelve en lágrimas, hasta que por piedad de la doliente

550. conmovida la hermana de Febo, gélido, de su cuerpo un manantial
hizo y sus miembros atenuó en eternas ondas.
También a las ninfas tocó ese nuevo asunto, y de la Amazona el nacido
no de otro modo quedó suspendido que cuando el tirreno labrador
un hadado terrón contempló en mitad de los campos

555. que por voluntad propia primero, sin que nadie lo agitara, se movía,
que tomaba luego la de hombre, de tierra remitía la forma,
y que su boca abría reciente para los venideros hados:
los nativos le llamaron Tages, el primero que enseñó
de Etruria a la gente a abrir los casos futuros.

560. O como en los palatinos collados en otro tiempo, prendida,
cuando súbitamente vio brotar Rómulo su asta,
la cual, con una raíz nueva, no por el hierro clavado se alzaba,
y ya no arma, sino de flexible mimbre un árbol,
no esperadas daba a los que se admiraban sombras.

565. O de la corriente cuando vio Cipo en la onda
los cuernos suyos -pues los vio-, y que una falsa fe había
creyendo en la imagen, sus dedos a su frente muchas veces llevando,
lo que veía tocó y, ya sus ojos sin culpar,
se detuvo, cual regresaba vencedor del dominado enemigo,

570. y al cielo sus ojos y al mismo sus brazos levantando:
«Lo que quiera», dice, «altísimos, que con el prodigio se pronostique este,
si alegre es: para mi patria alegre y para el pueblo de Quirino,
o si amenazador: para mí lo sea», y de césped verde hechas
aplaca con aromados fuegos, herbosas, esas aras,

575. y vinos les da en páteras y de unas inmoladas bidentes
qué a él le indiquen consulta, palpitantes, sus entrañas.
Las cuales, al mismo tiempo que las contempló de la tirrena gente el arúspice,
grandes proyectos de estados ciertamente vio en ellas,
no manifiestos, aun así. Pero cuando levantó aguda

580. su mirada desde las fibras de la res hacia los cuernos de Cipo:
«Rey», dice, «oh, salve, pues a ti, Cipo, este lugar
y de la Lacia obedecerán, a los cuernos tuyos, los recintos.
Tú sólo rompe tus demoras y por esas puertas a entrar abiertas
apresúrate. Así los hados lo ordenan, pues por la ciudad recibido

585. rey serás y de un cetro te apoderarás, seguro tú, perenne».
Retiró él su pie, y de las murallas de la ciudad volviendo
torva su faz: «Lejos, ah, lejos los presagios tales», dijo,
«rechacen los dioses, y mucho más justamente yo mi edad
como exiliado pase, que a mí me vean los Capitolios como rey».

590. Dijo y al instante al pueblo y al grave senado convoca,
antes, con todo, con un laurel de paz sus cuernos vela
y en unos parapetos hechos por soldado fuerte
se instala y a los dioses, según la primitiva costumbre, rezando:
«Hay», dice, «aquí uno al que vosotros si no expulsáis de la ciudad

595. rey será. Él, quién sea os indico, no por su nombre lo llamaré:
cuernos en la frente lleva. El cual a vosotros os delata el augur,
si a Roma entrara, que de fámulos unas leyes os ha de dar.
Él ciertamente ha podido por esas puertas irrumpir, abiertas,
pero yo me opuse, aunque más unido con él

600. nadie que yo está. Vosotros de la ciudad a este varón vetad, Quirites,
o si digno fuera, atadle con pesadas cadenas
o poned fin al miedo con la muerte de ese fatal tirano».
Cuales los murmullos que cuando atroz silba el euro en los arremangados
pinares se producen, o cuales los que los oleajes

605. marinos hacen si alguien de lejos los oye a ellos,
tal suena el pueblo, pero a través de las confusas palabras
de ese vulgo que rumoreaba, aun así, una voz emerge sola: «¿Quién él es?»
y miran las frentes y los predichos cuernos buscan.
De vuelta a ellos Cipo: «Al que demandáis», dice, «tenéis»

610. y quitándose de la cabeza, mientras el pueblo se lo impedía la corona,
exhibió, insignes de su gemelo cuerno, sus sienes.
Bajaron los ojos todos y un gemido dieron
y a aquella cabeza por sus méritos brillante -¿quién creerlo podría?-
contra la voluntad de ellos, vieron, y que ella careciera de su honor

615. sin poder ellos más allá soportar, le impusieron, festiva, una corona.
Mas los próceres, puesto que a los muros entrar a él se le veta,
tanto campo honorado a ti, Cipo, te dieron,
cuanto con un hundido arado, a él sometidos unos bueyes,
abarcar pudieras hasta el final de la luz desde su nacimiento

620. y unos cuernos que repetían esa admirable forma
en las broncíneas jambas esculpen, que permanecerían durante la larga edad.

Esculapio en Roma

Desvelad ahora, Musas, presentes númenes de los poetas,
pues lo sabéis y no os engaña a vosotras su espaciosa vejez,
de dónde que la circunfluida Isla del Tíber alto

625. añadiera al Corónida a los sacrificios de la ciudad de Rómulo.
Una siniestra peste un día había corrompido del Lacio las auras
y pálidos se demacraban los cuerpos por causa de esa exangüe enfermedad.
De funerales cansados, después que los mortales intentos
ven que nada, nada las artes podían de los sanadores,

630. auxilio celeste buscan y a la que tiene la tierra central
del orbe, a Delfos, acuden, a los oráculos de Febo,
y que con una salutífera ventura socorrer sus desgraciados
estados quiera y de tan gran ciudad las desgracias acabe, piden.
Tanto el lugar como el laurel y las que tiene él mismo, sus aljabas,

635. temblaron al mismo tiempo, y el trípode devolvió desde lo hondo
del santuario esta voz y sus pavoridos pechos conmovió:
«Lo que buscas de aquí de más cercano lugar, Romano, hubieses buscado,
y búscalo ahora en más cercano lugar, ni de Apolo a vosotros,
que minore vuestros lutos, menester es, sino del nacido de Apolo.

640. Id con buenas aves y a la descendencia acudid nuestra».
Los mandatos del dios después que prudente oyó el senado,
qué ciudad honra, exploran, el joven Febeio,
y quienes busquen con los vientos de Epidauro los litorales envían.
Los cuales, una vez que con la encurvada quilla los tocaron los enviados,

645. al consejo y a los griegos padres acudieron, y que les dieran,
les rogaron, al dios, el cual presente los funerales acabe
de la gente ausonia: certeras, que así lo decían las venturas.
Disiente y varía su parecer, y parte de negar
no considera el auxilio, muchos que retengan y

650. que no envíen la ayuda suya ni sus númenes cedan aconsejan.
Mientras dudan, atardecida, expulsan los crepúsculos a la luz
y la sombra de la tierra había introducido las tinieblas al orbe,
cuando el dios en sueños, el Auxiliador, pareciendo que se detenía
ante el lecho tuyo, Romano, pero cual en su templo

655. estar suele, y el cayado agreste sosteniendo con su izquierda,
que la melena con la derecha se abajaba de su larga barba,
y con plácido pecho que expresaba tales voces:
«Deja los miedos. Iré, y las imágenes nuestras dejaré.
Sólo en esta sierpe que mi cayado con sus anillos envuelve

660. fíjate, y grábala en tu mirada hasta que reconocerla puedas.
Me tornaré en ella, pero mayor seré y tan grande pareceré,
en cuanto tornarse los celestes cuerpos deben».
Al instante con su voz el dios, con la voz y el dios el sueño se va,
y del sueño a la huida la luz nutricia siguió.

665. La posterior aurora había puesto en fuga a los constelados fuegos.
Inseguros de qué hacer los próceres hacia los templos
labrados acuden del buscado dios y en qué sede él mismo
morar quiera, que con señales celestes indique le ruegan.
Apenas si habían cesado cuando áureo de sus crestas altas

670. en la serpiente el dios unos prenunciadores silbos lanzó,
y con la llegada suya su estatua y aras y puertas
y marmóreo el suelo y los techos áureos movió
y hasta su pecho sublime en la mitad del templo se apostó
y sus ojos llevó alrededor de fuego rielantes.

675. Aterrada la multitud se espanta: reconoció sus númenes,
ceñido en sus castos cabellos por la venda blanqueciente, el sacerdote y:
«El dios, he aquí, el dios es. Con vuestros ánimos y lenguas favorecedle,
todo el que asiste», dijo. «Que seas, oh bellísimo, aparecido
con provecho y a los pueblos ayudes que tus sacrificios honran».

680. Todo el que asiste al ordenado numen venera y todos
las palabras del sacerdote repiten geminadas y, piadoso,
los Enéadas le ofrecen en su mente y voz su favor.
Asiente a ellos, y con sus movidas crestas el dios ratificadas prendas,
y repetidos dio silbos vibrando su lengua.

685. Entonces por las escaleras nítidas se desliza y su rostro atrás
gira y al partir se vuelve a contemplar sus antiguas aras,
y sus acostumbradas casas y habitados templos saluda.
De ahí, por la tierra, de las flores a él echadas cubierta,
ingente serpea y gira sus senos y por mitad de la ciudad

690. tira, fortificados por un encurvado parapeto, hacia los puertos.
Se detuvo allí y el tropel suyo y de la multitud que le seguía
el servicio con plácido rostro pareciendo que despedía,
su cuerpo puso de Ausonia en el barco. De la divinidad él
sintió la carga y hundióse del dios por la gravedad el casco.

695. Los Enéadas se regocijan e inmolado en el litoral un toro
las torcidas amarras sueltan de la coronada nave.
Había empujado una leve aura el barco. El dios sobresale en alto,
y con su cerviz en ella impuesta, hundiendo la popa recurva,
abajo contempla las azules aguas y con moderados céfiros

700. por la superficie jonia, de la sexta Palántide en el nacimiento,
Italia alcanzó y por delante de los del Lacinio,
ennoblecidos por el templo de su diosa, y de los litorales Esciláceos pasa.
Deja atrás la Iapigia y con los izquierdos remos de las anfrisias
rocas huye, por la derecha parte los rompientes celenios,

705. y el Rometio recorre y Caulón y Naricia
y vence el estrecho y las angusturas del sículo Peloro
y del Hipótada las casas, del rey, y de Temese las minas,
y a Leucosia se dirige y los rosales del tibio Pesto.
De ahí recorre la Cáprea y el promontorio de Minerva

710. y generosos de surrentino sarmiento esos collados,
y de Hércules la ciudad y Estabias y para los ocios nacida
Parténope y desde ella los templos de la cumea Sibila.
De aquí los calientes manantiales y portador de lentisco
se alcanza el Literno y arrastrando bajo su abismo mucha arena

715. el Volturno, y concurrida de nevadas palomas Sinuesa,
y las Minturnas graves y a la que sepultó su ahijado
y de Antífates las casas y Tracas sitiada de marisma
y la tierra circea y de denso litoral Ancio.
Aquí cuando los navegantes tornaron su velera quilla

720. -pues áspero ya el ponto estaba- el dios despliega sus orbes
y mediante sinuosidades múltiples y sus grandes roscas deslizándose,
en los templos de su padre entra, que tocaban el rubio litoral.
La superficie aplacada, el Epidaurio las paternas aras
abandona y del hospedaje de la divinidad a él unida habiéndose servido,

725. ribereña, con el arrastre de su escama crujiente surca la arena
y apoyándose en el gobernalle de la nave en la alta
popa su cabeza puso, hasta que a Castro y las sagradas
sedes de Latino y hasta las embocaduras del Tíber llegó.
Aquí de todo el pueblo por todas partes y de las madres y de los padres

730. al paso la multitud se lanza y las que los fuegos, oh troyana Vesta,
guardan tuyos, y con alegre clamor al dios saludan,
y por donde a través de las enfrentadas ondas la nave rápida es conducida,
inciensos sobre las riberas, en aras por orden hechas,
por ambas partes suenan y aroman el aire de sus humos,

735. y herida entibia la víctima a ella lanzados los cuchillos.
Y ya a la cabeza de los estados, de Roma había entrado a la ciudad:
se yergue la sierpe y en lo alto del mástil empinada
su cuello mueve y sedes para sí alrededor busca aptas.
Se escinde en gemelas partes, circunfluyente su caudal

740. -Isla de nombre tiene- y por la parte de los costados ambos,
extiende iguales, en medio la tierra, sus brazos:
aquí desde el pino del Lacio la Febeia serpiente
se traslada y un fin, su apariencia celeste retomada,
a los lutos impuso y vino el Saludador a la Ciudad.

La apoteosis de Julio César

745. Él, aun así, accedió a los santuarios nuestros como forastero:
César en la ciudad suya dios es, al cual, principal por su Marte
y por su toga, no las guerras más, finalizadas en triunfos,
y las hazañas en la paz realizadas, y la apresurada gloria de tales hazañas,
en constelación lo tornaron nueva y en estrella crinada,

750. antes que su descendiente, pues de los hechos de César
ninguna mayor obra que el ser su padre subsiste de éste.
¿No es claramente más haber dominado a los marinos britanos
y por los séptuples cauces de los caudales del Nilo, portador de papiro,
vencedores haber llevado sus barcos, y a los númidas rebeldes

755. y al cinifio Iuba y de Mitridates henchido por los nombres
el Ponto el pueblo anexionar de Quirino,
y muchos haber merecido, algunos triunfos haber llevado,
antes que a tan gran varón haber engendrado? Con quien de presidente de los estados
a la humana estirpe, altísimos, favorecisteis en abundancia.

760. Para que no fuera éste, así pues, de mortal simiente creado,
a aquél dios de hacerse había, lo cual, cuando áurea lo vio,
de Eneas la madre, vio también que triste se preparaba
para el pontífice una muerte y que conjuradas armas se movilizaban,
palideció, y a todos, según a cada cual al paso salía, los divinos:

765. «Contempla», le decía, «con cuánta mole para mí se preparan
insidias y con cuánto fraude esa cabeza se busca,
la cual del dardanio Julo sola a mí me resta.
¿Acaso sola siempre seré hostigada por justos cuidados,
a quien ora del Tidida la calidonia asta hiera,

770. ahora esparzan las murallas de mi defendida Troya,
quien vea a mi hijo por largos errares empujado
y ser zarandeado por el mar y en las sedes entrar de los silentes
y guerras con Turno hacer o, si la verdad confesamos,
con Juno más? ¿A qué ahora recuerdo las antiguas

775. pérdidas de mi estirpe? El temor este acordarme de los anteriores
no me deja. Contra mí que se afilan veis criminales espadas.
Las cuales prohibid, os suplico, y tal fechoría rechazad, o no,
con la matanza de su sacerdote, las llamas extinguid de Vesta».
Para nada por todo el cielo Venus ansiosa

780. tales palabras, vierte, y a los altísimos conmueve, los cuales, romper aunque
los férreos decretos no pueden de las viejas hermanas,
señales aun así del luto dan, no inciertas, futuro.
Armas dicen que entre negras nubes crepitantes
y terribles tubas y oídos cuernos en el cielo

785. presagiaron la abominación. Del sol también una triste imagen
lívidas ofrecía sus luces a las angustiadas tierras.
A menudo antorchas parecieron arder por en medio de los astros.
A menudo entre las borrascas gotas cayeron ensangrentadas.
Azul también, por su rostro, el Lucero de herrumbre negra

790. asperjado estuvo, asperjados los lunares carros de sangre.
Tristes en mil lugares dio sus augurios el estigio búho,
en mil lugares lagrimó el marfil y cantos se dice
que se oyeron y palabras amenazantes en los santos bosques.
Victima ninguna aplaca, y de que acucian grandes tumultos

795. la entraña advierte, y una cortada cabeza se halla en unas vísceras
y en el foro y alrededor de las casas y templos de los dioses
que nocturnos aullaban perros y que sombras de silentes
erraban cuentan, y que se movió con temblores la ciudad.
No, aun así, las insidias y los venideros hados vencer

800. pudieron las premoniciones de los dioses y empuñadas van
al templo las espadas, pues lugar alguno en la ciudad
para la fechoría y para ese siniestro asesinato no place sino la Curia.
Entonces verdaderamente Citerea con su mano se golpeó, una y otra,
el pecho, y al Enéada pugna por esconder en esa nube

805. con la que antes Paris fue arrebatado al infesto Atrida
y Eneas de Diomedes había huido a las espadas.
Con tales a ella su padre: «¿Sola un insuperable hado,
hija, a inmutar te dispones? Entrar puedes tú misma en los aposentos
de las tres hermanas. Verás allí de envergadura vasta

810. de bronce y sólido hierro los archivos de las cosas,
que ni el embate del cielo, ni del rayo la ira,
ni temen ningunas, seguros y eternos, ruinas.
Encontrarás allí, tallados en acero perenne
los hados de tu estirpe. Los leí yo mismo y en mi ánimo los grabé

815. y repetiré, para que no seas todavía ahora desconocedora del futuro.
Éste los tiempos suyos ha completado, por el que, Citerea,
te afanas, al acabar, los que a la tierra debía, sus años.
Que de dios acceda al cielo y en templos se le honre
tú lo harás, y el hijo suyo, quien de sus nombres heredero

820. llevará él solo esa carga impuesta y de su asesinado padre
a nosotros, suyos para las guerras, fortísimo vengador nos tendrá.
De él con los auspicios las murallas vencidas
paz pedirán de la asediada Módena, Farsalia lo sentirá a él,
y de nuevo se mojarán de matanza los ematios Filipos,

825. y un gran nombre será vencido en las sículas ondas,
y de un romano general la esposa egipcia, en sus antorchas
no para bien confiada, caerá, y en vano habrá ella amenazado
que servirían los Capitolios nuestros al Canopo suyo.
¿A qué a ti la extranjería y los pueblos yacentes por uno y otro

830. Océano he de enumerarte? Cuanto de habitable la tierra
sostiene de él será: el ponto también lo servirá a él.
«Paz dada a las tierras, el ánimo a los civiles derechos
tornará suyo, y leyes dará, su justísimo autor,
y con el ejemplo suyo la moral regirá, y de la edad

835. del futuro tiempo y de sus venideros nietos vigilante,
el vástago de su santa esposa nacido que lleve al mismo
tiempo también el nombre suyo y sus cuidados ordenará,
y no, sino cuando con sus méritos haya igualado sus años,
las etéras sedes y sus emparentadas constelaciones tocará.

840. Esta ánima, entre tanto, de su asesinado cuerpo arrebatada,
hazla tú luminaria, para que siempre los Capitolios nuestros
y el foro, divino, desde excelsa sede vigile Julio».
Apenas ello dicho había cuando en medio de la sede del Senado
se posó la nutricia Venus, para nadie visible, y de su

845. César arrebató a sus miembros y -sin permitir que en el aire
se disipara- su reciente ánima llevó a los celestes astros,
y mientras la llevaba, que luz cobraba y fogueaba sintió
y la soltó de su seno. Que la luna vuela más alto ella,
y llameante arrastrando de espaciosa senda una crin

850. como estrella centellea y de su hijo viendo sus buenas obras confiesa
que son que las suyas mayores y de ser vencido se goza por él.
Él los hechos suyos que se antepongan veta a los paternos,
libre la fama, aun así, y a ningunos mandados sujeta,
a él contra su voluntad antepone, y en esta sola parte le combate.

855. Así, grande, cede a los títulos de Agamenón Atreo,
Egeo así a Teseo, así a Peleo venció Aquiles.
En fin, para de ejemplos a ellos semejantes servirme,
así también Saturno menor es que Júpiter;
Júpiter los recintos modera etéreos y del mundo triforme los reinos:

860. la tierra bajo Augusto está. Padre es y soberano uno y otro.
Dioses, os lo suplico, de Eneas los acompañantes, a quienes la espada y el fuego
cedieron, y dioses Indígetes y padre, Quirino,
de la ciudad y del invicto Quirino padre, Gradivo,
y Vesta, de César entre los penates consagrada,

865. y con la cesárea Vesta tú, Febo doméstico,
y quien tienes el alto Júpiter de Tarpeya los recintos,
y a cuantos otros para un vate justo apelar y piadoso es:
tardío sea aquel día y posterior a nuestra edad,
en el que la cabeza Augústea, el orbe que él modera abandonando,

870. acceda al cielo y favorezca, ausente, a los que le rezan.

Epílogo

Y ya una obra he concluido que ni de Júpiter la ira ni los fuegos,
ni pudiera el hierro ni devoradora abolir la vejez.
Cuando quiera aquel día que en nada sino en el cuerpo este
jurisdicción tiene, el espacio de mi incierta edad acabe.

875. Con la parte aun así mejor de mí sobre los altos astros,
perenne, iré, y un nombre será indeleble el nuestro,
y por donde se abre el romano poderío a sus dominadas tierras,
con la boca se me leerá del pueblo y a través de todos los siglos en la fama,
si algo tienen de verdadero de los poetas los presagios, viviré.

F I N