Las metamorfosis
Publio Ovidio Nasón
Las metamorfosis (Metamorphoseis en latín) es la obra maestra del poeta de principios del Imperio Romano Publio Ovidio Nasón. La obra es un poema dividido en quince libros mediante el cual Ovidio realiza una narración histórico-mitológica desde la creación del universo hasta la deificación de Julio César.
La composición de este colosal poema llevó varios años de meticulosa composición lírica, siendo finalizado en el año 8 d. C., mismo año en el cual el emperador Octavio Augusto expulsa a Ovidio de Roma, forzándolo a exiliarse en los confines del imperio (ver la obra Las Tristes para más información)
Las metamorfosis
Libro I ― Libro II ― Libro III ― Libro IV ― Libro V ― Libro VI ― Libro VII — Libro VIII — Libro IX — Libro X — Libro XI — Libro XII — Libro XIII — Libro XIV — Libro XV
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Libro sexto
Aracne, Níobe, Tereo, Filomela y Procne, Bóreas y Oritía.
Aracne
Había prestado a relatos tales la Tritonia oídos,
y las canciones de las Aónides y su justa ira había aprobado.
Entonces, entre sí: «Alabar poco es: seamos alabadas también nos misma
y los númenes nuestros que sean despreciados sin castigo no permitamos».
5 Y de la meonia Aracne a los hados su ánimo dirige,
la cual, que a ella no cedía en sus alabanzas en el arte de hacer la lana,
había oído. No ella por su lugar ni por el origen de su familia
ilustre, sino por su arte fue; el padre suyo, el colofonio Idmón,
con focaico múrice teñía las bebedoras lanas;
10 había muerto su madre, pero también ella de la plebe, a su marido
igual, había sido; aun así ella por las lidias ciudades
se había buscado con su ejercicio un nombre memorable, aunque
surgida de una casa pequeña, y en la pequeña habitaba Hipepa.
De ella la obra admirable para contemplar, a menudo
15 abandonaron las ninfas los viñedos de su Timolo,
abandonaron las ninfas Pactólides sus propias aguas.
Y no hechos sólo los vestidos contemplar agradaba;
entonces también, mientras se hacían: tanto decor acompañaba a su arte,
bien si la ruda lana aglomeraba en los primeros círculos
20 o ya si con los dedos hacía subir la obra y, buscados largo trecho,
unos vellones ablandaba que igualaban a las nubes,
o si con ligero pulgar giraba el pulido huso,
o si cosía a aguja; la sabrías por Palas instruida,
lo cual, aun así, ella niega, y de tan gran maestra ofendida:
25 «Compita», dice, «conmigo: nada hay que yo vencida rehúse».
Palas una vieja simula, y falsas canas en las sienes
se añade y unos infirmes miembros con un bastón también sostiene.
Entonces así comenzó a hablar: «No todas las cosas la más avanzada edad
que debamos huir tiene; viene la experiencia de los tardíos años.
30 El consejo no desprecia mío. Tú la fama has de buscar
máxima de hacer entre los mortales lana;
cede ante la diosa y perdón por tus palabras, temeraria,
con suplicante voz ruega; su perdón dará ella a quien lo ruega».
La contempla a ella, y con torvo semblante los emprendidos hilos deja
35 y apenas su mano conteniendo y confesando en tal semblante su ira
con tales palabras replicó a la oscura Palas:
«De tu razón privada y por tu larga vejez vienes acabada,
y demasiado largo tiempo haber vivido te hace mal. Las oiga,
si tú una nuera tienes, si tienes tú una hija, esas palabras.
40 Consejo bastante tengo en mí yo, y advirtiéndome
útil haberme sido no creas: la misma es la opinión nuestra.
¿Por qué no ella misma viene? ¿Por qué estos certámenes evita?».
Entonces la diosa: «Ha venido», dice, y de su figura se despojó de vieja
y a Palas exhibió. Reverencian sus númenes las ninfas
45 y las migdónides nueras; sola quedó no aterrada esta virgen,
pero aun así se sonrojó y, súbito, su involuntaria cara
señaló un rubor, y de nuevo se desvaneció, como suele el aire
purpúreo hacerse en cuanto la Aurora se mueve,
y breve tiempo después encandecerse, del sol al nacimiento.
50 Persiste en su empresa y de una estúpida palma por el deseo
a sus propios hados se lanza, pues tampoco de Júpiter la nacida rehúsa
ni le advierte más allá ni ya los certámenes difiere.
Sin demora se colocan en opuestas partes ambas
y con grácil urdimbre tensan parejas telas:
55 la tela al yugo unido se ha, la caña divide la urdimbre,
se insertan en mitad de la trama los radios agudos,
la cual los dedos desenredan y, entre las urdimbres metida,
los entallados dientes la nivelan del peine al golpear.
Ambas se apresuran y, ceñidos al pecho sus vestidos,
60 sus brazos doctos mueven mientras el celo engaña a la fatiga.
Por allí, esa púrpura que sintió al caldero tirio
se teje, y también tenues sombras de pequeño matiz,
cual suele el Arco, los soles por la lluvia al ser atravesados,
manchar con su ingente curvatura el largo cielo,
65 en el cual, diversos aunque brillen mil colores,
su tránsito mismo, aun así, a los ojos que lo contemplan engaña:
hasta tal punto los que se tocan lo mismo son, sin embargo los últimos distan.
Por allí también dúctil en los hilos se entremete el oro,
y un viejo argumento a las telas se lleva.
70 Palas la peña de Marte en el cecropio recinto
pinta, y la antigua lid sobre el nombre de esa tierra.
Una docena de celestiales, con Júpiter en medio, en sus sedes altas
con augusta gravedad están sentados; su faz a cada uno
de los dioses lo inscribe: la de Júpiter es una regia imagen;
75 apostado hace que el dios del piélago esté, y que con su largo
tridente hiera unas ásperas rocas y que de la mitad de la herida de la roca
brote un estrecho, prenda con la que pueda reclamar la ciudad;
mas a sí misma se da el escudo, se da de aguda cúspide el astil,
se da la gálea para su cabeza, se defiende con la égida el pecho,
80 y, golpeada de su cúspide, simula que la tierra
produce, con sus bayas, la cría de la caneciente oliva,
y que lo admiran los dioses; de su obra la Victoria es el fin.
Aun así, para que con ejemplos entienda la émula de su gloria
qué premio ha de esperar por una osadía tan de una furia,
85 por sus cuatro partes certámenes cuatro añade,
claros por el color suyo, por sus breves figurillas distinguidas.
A la tracia Ródope contiene el ángulo uno, y a su Hemo,
ahora helados montes, mortales cuerpos un día,
que los nombres de los supremos dioses a sí mismos se atribuyeron.
90 La otra parte tiene el hado lamentable de la pigmea
madre; a ella Juno, vencida en certamen, le mandó
ser grulla y a los pueblos suyos declarar la guerra.
Pintó también a Antígona, la que osó contender un día
con la consorte del gran Júpiter, a la cual la regia Juno
95 en ave convirtió, y no le fue de provecho Ilión a ella,
o Laomedonte su padre, para que, cándida con sus adoptadas alas,
no a sí misma se aplauda ella, con su crepitante pico, la cigüeña.
El que queda único, a Cíniras tiene ese ángulo, huérfano,
y él, los peldaños del templo -de las nacidas suyas los miembros-
100 abrazando y en esta roca yacente, llorar parece.
Rodea las extremas orillas con olivos de la paz
-esta la medida justa es- y de la obra suya hace con su árbol el término.
La Meónide a la engañada representa por la imagen de un toro,
a Europa. Verdadero el toro, los estrechos verdaderos creerías.
105 Ella misma parecía las tierras abandonadas contemplar
y a sus acompañantes clamar y el contacto temer
del agua que hacia ella saltaba y sus temerosas plantas querer retornar.
Hizo también que Asterie por un águila luchadora fuera sostenida,
hizo que de un cisne Leda se acostara bajo las alas.
110 Añadió cómo de un sátiro escondido en la imagen, a la bella
Nicteide Júpiter llenara de un gemelo parto,
Anfitrión fuera cuando a ti, Tirintia, te cautivó,
cómo áureo a Dánae, a la Esópide engañara siendo fuego,
a Mnemósine pastor, a la Deoide variegada serpiente.
115 A ti también, mutado, Neptuno, en torvo novillo,
en la virgen eolia te puso; tú pareciendo Enipeo
engendras a los Aloidas, carnero a la Bisáltide engañas,
y la flava de cabellos, de los frutos la suavísima madre,
te sintió caballo, te sintió volador la de melena de culebras,
120 madre del caballo volador, te sintió delfín Melanto.
A todos estos la faz suya y la faz de sus lugares
devolvió. Está allí, agreste en su imagen Febo,
y cómo ora de azor alas, ora lomos de león
llevara, cómo de pastor a la Macareide Ise burlara,
125 cómo Líber a Erígone con falsa uva engañara,
cómo Saturno de caballo al geminado Quirón creó.
La última parte de la tela, circundada por un tenue limbo,
con néxiles hiedras contiene flores entretejidas.
No en ésta Palas, no en esta obra la Envidia
130 podría cebarse: se dolió de su éxito la flava guerrera
y rompió las pintadas -celestiales delitos- vestes,
y tal como el radio del citoríaco monte sostenía,
tres, cuatro veces la frente golpeó de la Idmonia Aracne.
No lo soportó la infeliz y con un lazo, ardida, se ligó
135 su garganta: a la que así colgaba, Palas compadecida la alivió
y así: «Vive pues, pero cuelga, aun así, malvada» dijo,
«y esta ley misma de tu castigo, para que no estés libre de inquietud en el futuro,
declarada para tu descendencia y tus tardíos nietos sea».
Después de eso, cuando se marchaba, con jugos de la hierba de Hécate
140 la asperjó: y al instante, por la triste droga tocados,
se derramaron sus pelos, con los cuales también su nariz y sus orejas,
y se hace su cabeza mínima; en todo su cuerpo también pequeña es,
en su costado sus descarnados dedos, en vez de piernas se adhieren,
el resto el vientre lo ocupa, del cual, aun así, ella remite
145 una urdimbre y sus antiguas telas trabaja, la araña.
Níobe
La Lidia entera brama y de Frigia por las fortalezas la noticia
del hecho va, y el gran orbe con esos discursos ocupa.
Antes Níobe de sus tálamos la había conocido a ella,
por el tiempo en que, de virgen, Meonia y el Sípilo habitaba;
150 y no, aun así, advertida quedó con el castigo de su paisana Aracne
de ceder ante los celestiales y de palabras menores usar.
Muchas cosas le daban arrestos; pero ni de su esposo las artes
ni la familia de ambos y de su gran reino el poderío
así la placían -aunque ello todo le pluguiera-
155 como su progenie; y la más feliz de las madres
dicha hubiera sido Níobe, si no a sí misma se lo hubiera parecido.
Pues la simiente de Tiresias, del porvenir présaga, Manto,
por mitad de las calles, excitada por una divina fuerza,
había vaticinado: «Isménides, marchad incesantes
160 y dad a Latona y a los dos hijos de Latona
con su plegaria inciensos píos, y con laurel enlazaos el pelo.
Por la boca mía Latona lo ordena». Se obedece, y todas
las tebaides con las ordenadas frondas sus sienes ornan
e inciensos dan a los santos -y palabras suplicantes- fuegos.
165 He aquí que viene rodeadísima Níobe de la multitud de sus acompañantes,
por sus vestidos frigios de oro entretejido vistosa
y, cuanto su ira permite, hermosa; y, moviendo con su agraciada
cabeza sueltos por ambos hombros sus cabellos,
se detuvo, y cuando sus ojos soberbios alrededor hubo llevado, alta:
170 «¿Qué furor, unos oídos dioses», dijo, «anteponer
a los vistos, o por qué se honra a Latona por las aras,
cuando el numen todavía mío sin incienso está? Tántalo el autor mío,
único al que fue permitido de los altísimos tocar las mesas;
de las Pléyades hermana es la genetriz mía; el máximo Atlas
175 es mi abuelo, el que lleva sobre su cuello el etéreo eje;
Júpiter mi otro abuelo; como suegro también me glorío de él.
A mí los pueblos me temen de Frigia; debajo de mí, su dueña,
el real de Cadmo está, y reunidas por las liras de mi esposo,
estas murallas con sus pueblos por mí y mi marido son regidas.
180 A cualquier parte de mi casa al volver mis ojos
inmensas riquezas vense; adviene a esto mismo,
digna de una diosa, mi faz; aquí mis nacidas pon, siete,
y otros tantos jóvenes, y pronto yernos y nueras.
Preguntad ahora qué causa tenga nuestra soberbia,
185 a la simiente de no sé qué Ceo atreveos, a la Titánide
Latona, a preferir a mí, a la cual la máxima tierra un día
una exigua sede cuando iba a parir le negó.
Ni en el cielo ni en el suelo ni en las aguas la diosa vuestra recibida fue:
una desterrada era del cosmos hasta que compadecida de su vagar:
190 «Huésped tú por las tierras vas errante: yo», dijo Delos,
«en las ondas» y un inestable lugar le dio. Ella de dos
se hizo madre: del útero nuestro la parte esta es la séptima.
Soy feliz -pues quién niegue esto- y feliz permaneceré
-esto también quién lo dude-: segura a mí mi abundancia me hizo.
195 Mayor soy que a quien pueda la Fortuna dañar,
y mucho aunque me arrebatara, que mucho a mí más me quedará.
Han excedido al miedo ya mis bienes: fingid que quitarse
algo a este pueblo de los nacidos míos pudiera:
no, aun así, al número de dos me reduciría expoliada,
200 de Latona la multitud, la cual, cuánto dista de una huérfana.
Dejad † deprisa estos sacrificios † y el laurel de los cabellos
quitaos». Se lo quitan y los sacrificios inconclusos abandonan,
y, lo que lícito es, con tácito murmullo veneran su numen.
Indignóse la diosa y en el sumo vértice del Cinto
205 con tales palabras a su gemela prole habló:
«Heme yo, vuestra madre, de vosotros ardida, mis criaturas,
y que si no a Juno a ninguna cedería de las diosas,
si una diosa soy se duda y, a través de todos los siglos adoradas,
se me aparta, oh mis nacidos, si vosotros no me socorréis, de mis aras.
210 Y no el dolor este solo: a su siniestra acción insultos
la Tantálide ha añadido y a vosotros posponer a los nacidos
suyos se ha atrevido y a mí -lo cual en ella recaiga- huérfana
me ha dicho y ha exhibido la lengua, maldita, paterna».
Añadido súplicas habría la Latona a estos relatos:
215 «Deja», Febo dice. «Del castigo dilación una larga queja es».
Dijo lo mismo Febe, y en rápida caída por el aire
alcanzaron, cubiertos por unas nubes, de Cadmo el recinto.
Plana había, y a lo ancho abriéndose cerca de las murallas, una llanura,
por asiduos caballos batida, donde una multitud de ruedas
220 y dura pezuña había mullido los terrones a ellos sometidos.
Una parte allí de los siete engendrados de Anfíon en fuertes
caballos montan y, rojecientes de tirio jugo,
sus lomos hunden y de oro pesadas moderan sus riendas.
De los cuales Ismeno, que para la madre suya el fardo un día
225 primero había sido, mientras dobla en un certero círculo
de su cuadrípede el curso y su espumante boca somete:
«¡Ay de mí!», clama, y en mitad del pecho clavadas
unas flechas lleva y los frenos su mano moribunda soltando,
hacia el costado poco a poco él se derrama desde el diestro ijar.
230 Próximo a él, tras oír un sonido de aljaba a través del vacío,
los frenos soltaba Sípilo, igual que cuando barruntando lluvias
al ver una nube huye, y dejándolas colgar por todas partes su gobernador,
los linos arría para que ni una leve aura efluya:
los frenos, aun así, soltando, no evitable, una flecha
235 lo alcanza y en lo alto de su nuca temblorosa una saeta
se queda clavada y sobresalía desnudo de su garganta el hierro;
él, como estaba, inclinado hacia adelante, por la cruz liberada y crines
se rueda, y con su cálida sangre la tierra mancha.
Fédimo, el infeliz, y del nombre de su abuelo el heredero,
240 Tántalo, una vez que fin pusieron al acostumbrado trabajo,
habían pasado a la obra juvenil de la nítida palestra.
Y ya habían confrontado, luchando en estrecho nudo,
pecho con pecho, cuando disparada por el tenso nervio
como estaban, unidos, atravesó a uno y otro una saeta.
245 Gimieron a la vez, a la vez encorvados por el dolor
sus miembros en el suelo pusieron, a la vez sus supremas luces
giraron, yacentes, su aliento a la vez exhalaron.
Los contempla Alfénor y su desgarrado pecho golpeando
a ellos vuela para con sus abrazos aliviar sus helados miembros,
250 y en el piadoso servicio cae; pues el Delio a él
lo íntimo de su torso rompió con un mortífero hierro.
El cual, una vez que sacado fue, parte fue del pulmón en sus arpones
extraída y con su aliento su crúor se difundió a las auras.
Mas no al intonso Damasicton una simple herida
255 infligió: herido había sido por donde el muslo a serlo empieza, y por donde
su blanda articulación hace la nervosa corva,
y mientras con la mano intenta sacar la fúnebre flecha
otra saeta a través de la garganta hasta las plumas le entró.
Expulsó a ésta la sangre, que proyectándose a lo alto
260 riela y, largamente por ella horadada el aura, saltando sube.
El último Ilioneo, rezando, unos brazos que no le habían
de aprovechar había elevado y: «Dioses oh, en común, todos»,
había dicho, sin él saber que no todos debían ser rogados,
«guardadme». Conmovido se había, cuando ya revocable la flecha
265 no era, el señor del arco; de una mínima herida aun así muere él,
no profundamente perforado su corazón por la saeta.
La noticia de ese mal y de su pueblo el dolor y las lágrimas
de los suyos a la madre de tan súbita ruina cercioraron,
admirada de que hubieran podido, y enconada de que se hubieran
270 a ello atrevido los altísimos, de que tan gran poder tuvieran;
pues el padre, Anfíon, su hierro a través del pecho empujando
había puesto fin, muriendo, juntamente con la luz, a su dolor.
Ay, cuánto esta Níobe de la Níobe distaba aquella
que ahora poco a su pueblo había apartado de las Latoas aras
275 y por mitad de su ciudad había llevado sus pasos, alta la cabeza,
malquerida para los suyos, mas ahora digna de compasión incluso para su oponente.
Sobre sus cuerpos helados se postra y sin orden ninguno
besos dispensa, los supremos, por sus nacidos todos,
desde los cuales al cielo sus lívidos brazos levantando:
280 «Cébate, cruel, de nuestro dolor, Latona,
cébate», dice, «y sacia tu pecho de mi luto
y tu corazón fiero sacia», dijo. «Mediante funerales siete
a mí me llevan: exulta, y, vencedora enemiga, triunfa.
¿Pero por qué vencedora? A mí desgraciada más me quedan
285 que a ti feliz; después de tantos funerales también venzo».
Había dicho, y sonó desde su tensado arco un nervio,
el cual, excepto a Níobe sola, aterró a todos.
Ella en su mal es audaz. Apostadas estaban con sus ropas negras
ante los lechos de sus hermanos, suelto el pelo, sus hermanas,
290 de las cuales una, sacándose unas flechas clavadas en su vientre,
impuesto sobre su hermano, moribunda, el rostro, languidece;
la segunda, consolar a su desgraciada madre intentando
calló súbitamente y doblegada por una herida ciega quedó
[y su boca no cerró sino después que su espíritu se fuera].
295 Ésta en vano huyendo se desploma, aquélla sobre su hermana
muere; se esconde ésta, aquélla temblar habrías visto.
Y seis dadas ya a la muerte y diversas heridas padeciendo
la última restaba; a la cual con todo su cuerpo su madre,
con todo su vestido cubriendo: «Ésta sola y la más pequeña deja;
300 de muchas la más pequeña te pido», clamaba, «y ella sola»,
y mientras suplicaba la que rogaba muere. Huérfana se sentó,
entre sus exánimes nacidos y nacidas y marido,
y rigente quedó por sus males; cabellos mueve la brisa ningunos,
en su rostro el color es sin sangre, sus luces en sus afligidas
305 mejillas están inmóviles, nada hay en su imagen vivo.
Su propia lengua también interiormente con su duro paladar
unida se congela y las venas desisten de poder moverse;
ni doblarse su cuello, ni sus brazos hacer movimientos,
ni su pie andar puede; por dentro también de sus entrañas roca es.
310 Llora aun así y circundada por un torbellino de vigoroso viento
hasta su patria es arrebatada; allí, fija a la cima de un monte
se licuece y lágrimas todavía ahora sus mármoles manan.
Los paisanos licios
Entonces verdaderamente todos la manifiesta ira de su numen,
mujer y hombre, temen, y con el culto más afanosamente todos
315 los grandes númenes veneran de la divina madre de los gemelos;
y, como se suele, según el hecho más reciente los anteriores se vuelven a narrar.
De los cuales uno dice: «De la Licia fértil también por los campos
no impunemente a la diosa los viejos colonos despreciaron.
Cosa oscura ciertamente es por la falta de nobleza de sus hombres,
320 admirable, aun así. Vi en persona el pantano y su lugar,
por el prodigio conocido; pues ya mayor de edad
e incapaz de soportar el viaje, a mí mi genitor traer unos escogidos
bueyes me había encargado de allí, y del pueblo aquel al irme
él mismo un guía me había dado, con el cual, mientras esos pastos lustro,
325 he aquí que del lago en medio, negro del rescoldo de sus sacrificios
un ara vieja se alzaba, de trémulas cañas rodeada.
Se detuvo y con pávido murmullo: «Propicio a mí seas», dijo
el guía mío, y con semejante murmullo: «Propicio a mí», yo dije.
Si de las Náyades o de Fauno fuera, aun así, el ara, le preguntaba,
330 o si de un indígena dios, cuando tal cosa me refirió mi huésped:
«No en este ara, oh joven, un montano numen hay;
aquélla suya la llama a quien un día la regia esposa
el orbe le vetó, a quien apenas la errática Delos,
suplicante, la acogió cuando, leve isla, nadaba;
335 allí recostándose, junto con el árbol de Palas, en una palmera,
dio a luz a sus gemelos -contra la voluntad de la madrastra- Latona.
De allí también que huyó de Juno la recién parida se refiere
y que en su seno llevó, dos númenes, a sus nacidos.
Y ya cuando un sol grave quemaba los campos en los confines
340 de Licia, la autora de la Quimera, la diosa, de su larga fatiga cansada
y desecada del calor estelar, sed contrajo,
y sus pechos lactantes los habían agotado ávidos sus hijos.
Por azar en un lago de mediana agua reparó, en unos profundos
valles; unos paisanos allí leñosos mimbres
345 recogían, y con ellos juncos y, grata a los pantanos, ova.
Se acercó, y bajando la rodilla la Titania en la tierra
la apoyó para sacar helados licores que bebiera.
La rústica multitud lo impide; la diosa así se dirigió a los que la impedían:
«¿Por qué prohibís las aguas? Un uso compartido el de las aguas es
350 y ni el sol privado la naturaleza, ni el aire hizo,
ni las tenues ondas: a públicos beneficios he venido;
los cuales, aun así, que me deis, suplicante os pido. No yo nuestros
cuerpos a lavar aquí y cansados miembros me disponía,
sino a aliviar la sed. Carece la boca de quien os habla de humedad
355 y la garganta seca tengo y apenas hay camino de la voz en ellas.
Un sorbo de agua para mí néctar será y la vida confesaré
que he recibido a la vez: la vida me daríais en el agua.
Éstos también os conmuevan, los que en nuestro seno sus brazos
pequeños tienden», y por acaso tendían los brazos sus nacidos.
360 ¿A quién no las tiernas palabras de la diosa hubieran podido conmover?
Ellos, aun así, a quien rogaba persisten en prohibirlas, y amenazas,
si no lejos se retira, e insultos encima añaden.
Y no bastante es; los propios incluso lagos con pies
y mano enturbiaron y desde el profundo abismo el blando
365 limo aquí y allá con saltos malignos removieron.
Difirió la ira la sed, y no, pues, ya, la hija de Ceo
suplica a unos indignos, ni decir sostiene por más tiempo
palabras menores la diosa, y levantando a las estrellas sus palmas:
«Eternamente en el pantano», dijo, «este viváis».
370 Suceden los deseos de la diosa: gustan de estar bajo las ondas
y ora todo su cuerpo sumergir en la cóncava laguna,
ahora sacar la cabeza, ora por lo alto del abismo nadar,
a menudo sobre la ribera del pantano sentarse, a menudo
a los helados lagos volver a brincar; pero ahora también sus torpes
375 lenguas en disputas ejercitan y haciendo a un lado el pudor,
aunque estén bajo agua, bajo agua maldecir intentan.
Su voz también ya ronca es y sus inflados cuellos hinchan
y sus propios voceríos les dilatan las anchas comisuras.
Sus espaldas la cabeza tocan, los cuellos sustraídos parecen,
380 su espinazo verdea, su vientre, la parte más grande del cuerpo, blanquea,
y en el limoso abismo saltan, nuevas, las ranas».
Marsias
Así, cuando no sé quién hubo referido de los hombres
del pueblo licio la destrucción, del sátiro se acuerda el otro,
al cual el Latoo, con su Tritoníaca caña venciéndole,
385 le deparó un castigo. «¿Por qué a mí de mí me arrancas?», dice;
«ay, me pesa, ay, no vale», clamaba, «la tibia tanto».
Al que clamaba la piel le fue arrancada de lo sumo de sus miembros,
y nada sino herida él era; crúor de todas partes mana,
y destapados se ven sus nervios y trémulas sin ninguna
390 piel rielan sus venas; sus palpitantes vísceras podrías
enumerar, y diáfanas en su pecho las fibras.
A él los campestres faunos, de las espesuras númenes,
y sus sátiros hermanos, y su entonces también querido Olimpo,
y las ninfas le lloraron, y quien quiera que en los montes aquellos
395 lanados rebaños y ganados astados apacentaba.
Fértil se humedeció, y humedecida la tierra caducas
lágrimas concibió, y con sus venas más profundas las embebió;
las cuales, cuando las hizo agua, a las vacías auras las emitió.
Desde entonces el que busca rápido por sus riberas inclinadas la superficie
400 por Marsias su nombre tiene, de Frigia el más límpido caudal.
Pélope
Con tales relatos al instante vuelve a lo presente
la gente y al extinguido Anfíon, con su estirpe, hace duelo.
La madre en inquina cae: a ella entonces también se dice que una persona
le lloró, Pélope, y en su hombro, después que las ropas
405 se quitó del pecho, el marfil mostró, en el siniestro.
De concorde color este hombro en el momento de su nacimiento que el diestro,
y corpóreo, había sido; por las manos paternas luego cortados
sus miembros, cuentan que los unieron los dioses, y aunque los otros encontraron,
el lugar que está intermedio entre la garganta y la parte superior del brazo
410 faltaba: impuesto le fue en uso de la parte
que no comparecía ese marfil, y por el hecho ese Pélope quedó entero.
Tereo, Progne y Filomela
Los vecinos aristócratas se reúnen y las ciudades próximas
rogaron a sus reyes que fueran a los consuelos,
y Argos y Esparta y la Pelópide Micenas
415 y todavía no para la torva Diana Calidón odiosa
y Orcómenos la feraz y noble por su bronce Corinto
y Mesene la feroz y Patras y la humilde Cleonas,
y la Nelea Pilos y todavía no piteia Trecén
y las ciudades otras que por el Istmo están encerradas, el de dos mares,
420 y las que fuera situadas por el Istmo son contempladas, el de dos mares.
Creerlo quién podría, sola tú no cumpliste, Atenas.
Se opuso a ese deber la guerra, y transportadas por el ponto
bárbaras columnas aterraban los mopsopios muros.
El tracio Tereo a ellas con sus auxiliares armas
425 las había dispersado y un claro nombre por vencer tenía;
al cual consigo Pandíon, en riquezas y hombres poderoso,
y que su linaje traía desde acaso el gran Gradivo,
con la boda de su Progne, unió. No la prónuba Juno,
no Himeneo asiste, no la Gracia a aquel lecho.
430 Las Euménides sostuvieron esas antorchas, de un funeral robadas,
las Euménides tendieron el diván y sobre su techo se recostó,
profano, un búho, y del tálamo en el culmen se sentó.
Con esta ave uniéronse Progne y Tereo, padres
con esa ave hechos fueron; les agradeció, claro está, a ellos
435 la Tracia, y a los dioses mismos ellos las gracias dieron, y a ese día
en el que dada fue de Pandíon la nacida al preclaro tirano,
y en el que había nacido Itis, festivo ordenaron que se dijera.
-hasta tal punto se oculta el provecho-. Ya los tiempos del repetido
año el Titán a través de cinco otoños había conducido,
440 cuando, enterneciendo a su marido Progne: «Si estima», dijo,
«alguna la mía es, o a mí a ver envíame a mi hermana
o que mi hermana aquí venga. Que ha de volver en tiempo pequeño
prometerás a tu suegro. De un gran regalo a mí, en la traza,
a mi germana el haber visto me darás». Ordena él las quillas
445 a los estrechos bajar y a vela y remo en los puertos
cecropios entra y del Pireo los litorales toca.
En cuanto de su suegro estuvo en presencia, la derecha a la diestra
se une, y con ese fausto presagio se acomete la conversación.
Había empezado, de su llegada el motivo, los encargos a referir
450 de su esposa, y rápidos retornos de la enviada a prometer:
he aquí que llega, en gran aparato rica, Filomela,
más rica en hermosura, cuales oír solemos
que las náyades y las dríades por mitad avanzan de las espesuras
si sólo les des a ellas adornos y semejantes aparatos.
455 No de otro modo se abrasó, contemplada la virgen, Tereo,
que si uno bajo las canas espigas fuego ponga,
o si frondas, y puestas en los heniles, crema hierbas.
Digna ciertamente su hermosura, pero también a él su innata lujuria
lo estimula, e inclinada la raza de las regiones aquellas
460 a Venus es; flagra por el vicio de su raza y el suyo propio.
El impulso es de él el celo de su cortejo corromper
y de su nodriza la fidelidad, y no poco con ingentes a ella misma
dádivas inquietarla y todo su reino dilapidar,
o raptarla y con salvaje guerra raptada defenderla,
465 y nada hay que, cautivado por ese desenfrenado amor,
no osara, y no abarca las llamas su pecho en él encerradas.
Y ya las demoras mal lleva y con deseosa boca se vuelve
a los encargos de Progne y hace sus votos bajo ella.
Elocuente lo hacía el amor, y cuantas veces rogaba
470 más allá de lo justo, que Progne así lo quería decía.
Añadió también lágrimas, como si las hubiese encargado también a ellas.
Ay, altísimos, cuánto los mortales pechos de ciega
noche tienen. Por la propia instrucción de la maldad a Tereo
piadoso se le cree y gloria de su crimen obtiene.
475 Y qué decir de que lo mismo Filomela ansía, y que de su padre los hombros
con sus brazos, tierna, sosteniendo, que pueda ir a ver a su hermana,
y que por la suya, y contra su salud, pide ella.
La contempla a ella Tereo y de antemano la toca al mirarla
y su boca y su cuello y sus circundados brazos divisando,
480 todo por estímulos y antorchas y cebo de su furor
toma, y cuantas veces se abraza ella a su padre
ser su padre quisiera, pues no menos impío sería.
Vence al genitor la súplica de ambas: se goza y le da
ella al padre las gracias, y que ha salido bien para las dos
485 esto cree la infeliz, que será lúgubre para las dos.
Ya labor exigua a Febo restaba, y sus caballos
pulsaban con sus pies el espacio del declinante Olimpo.
Regios manjares en las mesas y Baco en oro
se pone; después al plácido sueño se dan sus cuerpos.
490 Mas el rey odrisio, aunque se retiró, en ella
arde, y recordando su faz y movimientos y manos
cuales las quiere imagina las cosas que todavía no ha visto y los fuegos
suyos él mismo nutre, mientras esa inquietud le aleja el sopor.
La luz llega, y de su yerno la diestra estrechando que marchaba,
495 Pandíon a su compañera con lágrimas le encomienda brotadas:
«A ella yo, querido yerno, porque una piadosa causa me obliga
y lo quisieron ambas, lo quisiste tú también, Tereo,
te doy a ti, y por tu lealtad y tu pecho a mí emparentado suplicante,
y por los altísimos, te ruego que con amor de padre la guardes,
500 y que a mí, angustiado, este alivio dulce de mi vejez
cuanto antes -cualquiera será para mí una demora larga-, me devuelvas.
Tú también cuanto antes -bastante es que lejos esté tu hermana-,
si piedad alguna tienes, a mí, Filomela, vuelve».
Le encargaba, y al par daba besos a la nacida suya
505 y lágrimas suaves entre los encargos caían;
y de fe como prenda las diestras de cada uno demandó
y entre sí dadas las unió, y que a su nacida y nieto
ausentes por él con memorativa boca saluden, pide;
y el supremo adiós, llena de sollozos la boca,
510 apenas dijo, y temió los presagios de su mente.
Una vez que impuesta fue Filomela sobre la pintada quilla
y removido el estrecho a remos, y la tierra despedida fue:
«Hemos vencido», clama, «conmigo mis votos vienen»,
y exulta y apenas en su ánimo sus gozos difiere
515 el bárbaro, y a ningún lugar la vista separa de ella,
no de otro modo que cuando con sus pies corvos, predador,
depositó en su nido alto una liebre, de Júpiter el ave:
ninguna huida hay para el cautivo; contempla su premio el raptor.
Y ya el camino concluido, y ya a sus litorales de las fatigadas
520 popas habían salido, cuando el rey, de Pandíon a la nacida
a unos establos altos arrastra, oscuros de sus espesuras vetustas,
y allí, palideciente y temblorosa y todo temiendo
y ya con lágrimas dónde esté su germana preguntando,
la encerró y confesando la abominación, y virgen ella y una sola,
525 por la fuerza la somete, en vano llamando unas veces a su padre,
otras a la hermana suya, a los grandes divinos sobre todas las cosas.
Ella tiembla, como una cordera asustada que, herida, de la boca
de un cano lobo se ha sacudido, y todavía a sí misma a salvo no se cree,
o como una paloma, humedecidas de su propia sangre sus plumas,
530 se horroriza todavía y tiene miedo de esas ávidas uñas con las que la cogieron.
Luego, cuando en sí volvió, desgarrando sus sueltos cabellos,
a la que una muerte plañe semejante, heridos a su golpe sus brazos,
tendiéndole las palmas: «Oh por tus siniestros hechos bárbaro,
oh cruel», dijo, «ni a ti los encargos de un padre
535 con sus lágrimas piadosas te han conmovido, ni tu cuidado de mi hermana,
ni mi virginidad, ni las matrimoniales leyes.
Todo lo has turbado: rival yo hecha he sido de mi hermana,
tú, doble esposo. Como enemigo yo hubiera debido tal castigo.
¿Por qué no el aliento este, para que ninguna fechoría a ti, perjuro, te reste,
540 me arrebatas? Y ojalá lo hubieras hecho antes de estos execrables
concúbitos. Vacías hubiese tenido de crimen yo mis sombras.
Si, aun así, esto los altísimos contemplan, si los númenes de los divinos
son algo, si no se perdieron todas las cosas conmigo,
alguna vez tus castigos me pagarás. Yo misma el pudor
545 rechazando tus hechos diré, si ocasión tengo
de llegar a gentes; si en estas espesuras encerrada me quedo
llenaré estas espesuras y a estas piedras, testigos, conmoveré.
Oirá esto el éter y si dios alguno en él hay».
Con tales cosas después que la ira del fiero tirano conmovida,
550 y, no menor que ella, su miedo fue, por ambos motivos acuciado,
de la que estaba ceñido, de su vaina libera la espada,
y arrebatándola por el pelo y doblados tras su espalda los brazos,
a padecer cadenas la obligó; su garganta Filomela aprestaba,
y esperanza de su muerte al ver la espada había concebido.
555 Él, ésa que estaba indignada y por su nombre al padre sin cesar llamaba
y luchaba por hablar, cogiéndosela con una tenazas, su lengua,
se la arrancó con su espada fiera. La raíz riela última de su lengua.
Ésta en sí, yace, y a la tierra negra, temblando, murmura,
y, como saltar suele la cola de una mutilada culebra,
560 palpita, y muriendo de su dueña las plantas busca.
Después también de esta fechoría -apenas me atrevería a creerlo- se cuenta
que a menudo por su lujuria volvió a buscar el lacerado cuerpo.
Es capaz, después de tales hechos, de volver a Progne,
la cual al ver al esposo por su germana pregunta, mas él
565 da unos gemidos fingidos y unos inventados funerales narra
y sus lágrimas hicieron el crédito. Sus vestimentas Progne
destrozó desde sus hombros, de oro ancho fulgentes,
y se cubre de negros vestidos y un inane sepulcro
instruyó y a unos falsos manes expiaciones ofreció,
570 y plañe los hados de una hermana que no así de plañirse había.
Su doble senario de signos el dios había revistado, pasado un año.
¿Qué hacía Filomela? La huida una custodia le cierra,
construidos se erigen en sólida roca los muros de los establos,
su boca muda carece de delator del hecho. Grande es del dolor
575 el ingenio, y acude la astucia a las desgraciadas situaciones.
Una urdimbre suspende, experta, del bárbaro telar,
y unas purpúreas notas entretejió en los hilos blancos,
indicio de la abominación, y concluido se lo entregó a una,
y que lo lleve a su dueña con el gesto le ruega. Ella lo rogado
580 llevó hasta Progne: no sabe qué entregue en ello.
Desplegó las ropas la matrona del salvaje tirano
y de la fortuna suya la canción deplorable lee,
y, milagro que pudiera, calla. El dolor su boca reprimió,
y palabras bastante indignadas a la lengua que las buscaba
585 faltaron, y no a llorar tiempo entrega, sino que lo piadoso y lo impío
a fundir se lanza y del castigo en la imagen toda está.
El tiempo era en que los sacrificios trienales suelen de Baco
celebrar las sitonias nueras: la noche es cómplice de los sacrificios,
de noche suena el Ródope con los tintineos del bronce agudo,
590 de noche de su casa salió la reina y para los ritos
del dios se equipa y coge de furia unas armas.
Con vid la cabeza se cubre, de su costado siniestro vellones
de ciervo penden, en su hombro una leve asta descansa.
Precipitándose por las espesuras, de la multitud acompañada de las suyas,
595 terrible Progne, y por las furias agitada del dolor,
Baco, las tuyas simula. Llega a los establos inaccesibles al fin
y aúlla y el euhoé hace sonar, y las puertas destroza
y a su germana rapta, y a la raptada de las enseñas de Baco
inviste, y su rostro con frondas de hiedra le esconde,
600 y arrastrándola atónita hasta dentro de sus murallas la conduce.
Cuando sintió que había tocado la casa nefanda Filomela
se horrorizó la infeliz y en todo palideció el rostro.
Alcanzando un lugar Progne, de los sacrificios las prendas le quita
y la cara descubre avergonzada de su desgraciada hermana
605 y estrecharla intenta; pero no levantar en contra
soporta ella sus ojos, rival a sí misma viéndose de su hermana,
y bajado a tierra el rostro, al querer ella jurar
y por testigos poner a los dioses de que por la fuerza a ella la deshonra aquella
inferida fue, por voz su mano estuvo. Arde y la ira suya
610 no abarca la propia Progne, y el llanto de su hermana
conteniendo: «No se ha con lágrimas esto», dice, «de tratar,
sino con hierro, sino si algo tienes que vencer al hierro
pueda. Para toda abominación yo, germana, me he preparado:
o yo, cuando con antorchas estos reales techos creme
615 a su artífice echaré, a Tereo, en medio de las llamas,
o su lengua o sus ojos y los miembros que a ti el pudor
te arrebataron a hierro le arrancaré, o por heridas mil
su culpable aliento le expulsaré. Para cualquier cosa grande me he preparado;
qué sea, todavía dudo». Mientras concluye tales cosas Progne
620 a su madre venía Itis. De qué era capaz por él
advertida fue, y con ojos mirándolo inclementes: «Ah, cuán
eres parecido a tu padre», dijo y no más hablando
la triste fechoría prepara y se consume en callada ira.
Cuando aun así se le acercó su nacido y a su madre su saludo
625 ofreció y con sus pequeños brazos se acercó a su cuello,
y mezclados con ternuras de niño su boca le unió,
conmovida ciertamente fue su genetriz, y quebrantada se detuvo su ira,
y sus involuntarios ojos se humedecieron de lágrimas obligadas.
Pero una vez que por su excesiva piedad su mente vacilar
630 sintió, desde él otra vez al rostro se tornó de su hermana,
y por turno mirando a ambos: «¿Por qué me hace llegar», dice,
«el uno sus ternuras y calla la otra, arrancada su lengua?
A la que llama él madre ¿por qué no llama aquélla hermana?
Con qué marido te hayas casado, vélo, de Pandíon la nacida.
635 Le desmereces: la abominación es piedad en tu esposo Tereo».
No hay demora, coge a Itis, igual que del Ganges una tigresa
la cría lactante de una cierva por las espesuras opacas,
y cuando de la casa alta una parte alcanzaron remota
a él, tendiéndole sus manos y ya sus hados viendo
640 y «madre, madre» clamando y su cuello buscando,
a espada hiere Progne, por donde al costado el pecho se une,
y no el rostro torna; bastante a él para sus hados incluso una
herida era: la garganta a hierro Filomela le tajó,
y vivos aún y de aliento algo reteniendo sus miembros
645 le despedazan. Una parte de ahí bulle en los cavos calderos,
parte en asadores chirrían. Manan los penetrales de sueros.
Con estas mesas acoge la esposa al ignorante Tereo,
y un sacrificio al uso de su patria mintiendo, al que solo
lícito sea asistir al marido, a cortesanos y sirvientes retira.
650 Él mismo, sentado en su solio ancestral Tereo alto,
se ceba y en su vientre sus entrañas acumula y
-tanta la noche de su ánimo es-: «A Itis aquí traedme», dijo.
Disimular no puede sus crueles goces Progne,
y ya deseosa de erigirse en mensajera de su propia calamidad:
655 «Dentro tienes a quien reclamas», dice. Alrededor mira él
y dónde esté pregunta: mientras lo busca y de nuevo lo llama,
como ella estaba, asperjados de su sangría de furia sus cabellos
se abalanzó y de Itis la cabeza cruenta Filomela
le lanzó a la cara de su padre y en ningún momento más quiso
660 poder hablar y con las merecidas palabras testimoniar sus gozos.
El tracio con un ingente alarido las mesas repelió
y a las vipéreas hermanas mueve del estigio valle,
y ora, si pudiera, por sacar abriéndose el pecho los siniestros
manjares de allí, y sus engullidas entrañas, arde,
665 ya llora, y a sí mismo se llama pira desgraciada de su nacido,
ahora persigue con el desnudo hierro a las engendradas de Pandíon.
Los cuerpos de las Cecrópides con alas volar pensarías:
volaban con alas, de las cuales acude la una a las espesuras,
la otra en los techos se mete, y no todavía de su pecho se han desprendido
670 las marcas de la matanza, y sellada con sangre su pluma está.
Él por el dolor suyo y de castigo por el ansia veloz,
se torna en pájaro, al que se alzan en su coronilla crestas.
Le sobresale, inmódico, en vez de su larga cúspide un pico.
Su nombre abubilla de ave, su porte armado parece.
Bóreas y Oritía
675 Este dolor antes de su día y de los extremos tiempos de una larga
vejez a las tartáreas sombras a Pandíon envió.
Los cetros del lugar, y del estado el gobierno toma Erecteo,
si por su justicia en duda, o más poderoso por sus vigorosas armas.
Cuatro muchachos él, ciertamente, y otras tantas había creado
680 de suerte femenina, pero era par la belleza de dos de ellas.
De las cuales el Eólida Céfalo contigo como esposa, feliz,
Procris, fue; a Bóreas Tereo y sus tracios daño hacían,
y de su elegida mucho tiempo careció el dios, de Oritía,
mientras le ruega, y de plegarias prefiere que de las fuerzas servirse.
685 Mas cuando con ternuras no se hace nada, hórrido de ira,
cual la acostumbrada es en él y demasiado familiar en ese viento:
«Y con razón», dijo, «pues ¿por qué mis armas he abandonado,
la fiereza y las fuerzas e ira y arrestos amenazantes,
y he empleado súplicas, de las cuales a mí me desmerece el uso?
690 Apta a mí la fuerza es: por la fuerza las tristes nubes expulso,
por la fuerza los estrechos sacudo y nudosos robles vuelco
y endurezco las nieves y las tierras con granizo bato.
El mismo, yo, cuando a mis hermanos en el cielo abierto encuentro
-pues mi llanura él es- con tanto ahínco lucho
695 que en medio de nuestros ataques resuene el éter
y salten despedidos de las cóncavas nubes fuegos.
El mismo, yo, cuando entro a las convexas perforaciones de la tierra
y he puesto, feroz, mi espalda bajo las profundas cavernas
angustio a los manes, y con mis temblores a todo el orbe.
700 Con esta ayuda debiera mis tálamos haber buscado, y suegro
no he debido rogar que él fuera mío, sino hacerlo, a Erecteo».
Estas cosas Bóreas, o que éstas no inferiores diciendo,
sacudió sus alas, con cuyas sacudidas toda
aventada fue la tierra, y el ancho mar estremeció,
705 y su polvorienta capa llevando por las altas cimas
barre la tierra y, pávida de miedo, por una calina cubierto,
a Oritía amando, en sus fulvas alas la estrecha.
Mientras vuela ardieron agitados más fuertemente sus fuegos,
y no antes las riendas reprimió de su aérea carrera
710 que de los Cícones alcanzó los pueblos y sus murallas el raptor.
Allí del helado tirano esposa la Actea,
y también genetriz hecha fue, y partos gemelos dio a luz,
que el resto de la madre, las alas del genitor tuvieran.
No, aun así, éstas al par, recuerdan, con el cuerpo nacidas fueron,
715 y mientras barba faltaba bajo sus rútilos cabellos
implumes Calais el niño y Zetes fueron.
Luego, al par las alas empezaron, al modo de las aves,
a ceñirles ambos costados, al par a dorarse sus mejillas.
Así pues, cuando cedió el tiempo infantil a su juventud,
720 los vellones con los minias, de nítido vello radiantes,
por un mar no conocido con la primera quilla buscaron.