Los hermanos Graco
Tiberio Sempronio Graco (162 a. C. – 133 a. C.) y Gayo Sempronio Graco (154 a. C. – 121 a. C.), hoy mejor conocidos simplemente como los hermanos Graco, fueron dos aristócratas romanos quienes, contario a lo esperado por sus pares patricios, lucharon fervientemente por los derechos de los romanos menos afortunados. Su madre, Cornelia, era la hija del famoso general Publio Cornelio Escipión, militar venerado por salvar a Roma de una destrucción segura tras derrotar en Zama a uno de los mayores enemigos en toda la Historia romana: el excelso líder cartaginiense Aníbal Barca; único enemigo en lograr vencer a las fuerzas Romanas en cuatro batallas consecutivas hasta ese momento. Por el lado paterno eran los hijos de Tiberio Graco, un político quien ocupó las magistraturas de censor y de cónsul en dos oportunidades. La fortuna los acompañó desde jóvenes, ya que junto con una hermana fueron los únicos tres en sobrevivir hasta la adultez de un total de doce hermanos. Su desarrollo intelectual fue rico y bien provisto, algo que les permitió comprender la Historia y los problemas de la República romana. Siendo desde muy jóvenes instruidos en filosofía y los cuestionamientos existenciales griegos por algunos de los mejores maestros.
Con el tiempo, serían precisamente estos estudios y una serie de experiencias personales los que llevaron a los hermanos Graco a comprender la problemática de la República en ese entonces. Problemática por la cual un conjunto de males sociales y económicos habían llevado a que la mayoría de los plebeyos, que en un momento habían ofrecido sus vidas y su duro trabajo para proteger y enriquecer a Roma, ahora se viesen prácticamente convertidos en esclavos en su propia tierra. Conscientes de esta injusticia los Graco dieron sus vidas para intentar revertir dicha situación.
La crisis agraria romana
Tiberio Sempronio Graco estaba casado con la hija del famoso orador Apio Claudio y era admirado por su familia, junto con su hermano, eran considerados como dos joyas por su madre -lo que llevaría a la célebre frase de esta última indicando que sus hijos eran sus únicas joyas, algo reflejado por artistas y pintores posteriormente a lo largo de los siglos-. Durante multitud de viajes por tierra a lo largo de la República, y ya consciente de los problemas sociales en la capital, Tiberio advierte la escasa cantidad de hombres libres que habitaban los territorios agrarios de Roma y sus provincias. Incluso observa que muchos ciudadanos romanos vivían en condiciones de cuasi esclavitud, maltratados y humillados por sus patrones quienes no parecían respetar la ciudadanía romana de estos trabajadores. Observar estos episodios de injusticia y desigualdad social llevan al instruido aristócrata a plantearse las causas que llevaron a Roma hacia tan problemática situación.
Campesinos soldados y los latifundios
Antiguamente el pueblo romano estaba mayoritariamente constituido por campesinos rústicos y humildes, pero a su vez dueños de sus propias tierras, quienes cambiaban sus herramientas de trabajo por las armas durante los tiempos de guerra. Transformándose así en los soldados romanos cuando su nación los necesitaba o debía ser protegida. Estos mismos hombres fueron quienes, con su sangre y sudor, ayudaron a incrementar las fronteras de la República y conformaban su principal línea defensa ante las invasiones enemigas. Las nuevas tierras, conquistadas con relativa rapidez especialmente tras las reformas militares de Marco Furio Camilo, irónicamente llevaron a un desbalance económico y social nunca antes visto. El trigo que llegaba desde los nuevos territorios provinciales, como por ejemplo Cerdeña, África, España y Sicilia, inundaba los mercados de Roma desplomando los precios históricos del mismo. Precios contra los cuales los pequeños y medianos agricultores no podían competir, ya que el grano de las colonias era producto de la mano de obra esclava de los latifundios. Con el pasar del tiempo fue prácticamente imposible para la mayoría de los campesinos comunes proseguir con sus fincas, lo que obligó a la gran mayoría de estos a vender sus tierras a acaudalados terratenientes quienes las absorbían en sus crecientes latifundios.
Estos latifundios estaban controlados por un pequeño número de personas, algo que llevaba a una centralización y «feudalización» de las tierras. En su absoluta mayoría los terratenientes eran o bien los especuladores que en los tiempos de la guerra contra Aníbal habían prestado dinero al Estado; o los mismos senadores, quienes invertían todo el botín de guerra en la agricultura debido a que una ley promulgada en el 220 a. C. les impedía comerciar con este dinero.
Esta masa de ciudadanos romanos desposeídos tampoco podía encontrar un sustento en los trabajos artesanales y administrativos de las ciudades, ya que las conquistas y victorias militares llevaron a que un exorbitante número de esclavos acapararan todo este tipo de trabajos. De hecho la crisis era tal que un lote mediano de esclavos se medía en las 10 mil cabezas. Los ciudadanos romanos, entonces, no veían salida alguna a su oscura situación más que trabajar en las fincas como colonos por unas pocas monedas.
A su vez los problemas no eran tan solo económicos y sociales, sino que tanta cantidad de esclavos llevaba periódicamente a rebeliones y alzamientos armados por parte de los cautivos. Algunos tan peligrosos como la insurrección de Euno, quien comandando un ejército de setenta mil hombres esclavos en rebelión y llegando a dominar Sicilia durante seis años.
Tiberio idea una solución a la problemática romana
Fue la realización de todo lo anteriormente mencionado lo que, en parte, llevó a Tiberio a plantearse la problemática en la que se encontraba la sociedad romana de su época. Cómo podría la República romana protegerse a sí misma si los antiguos campesinos-guerreros que la conformaban estaban siendo rápidamente reemplazados por esclavos que tenían un gran resentimiento hacia Roma.
Tras meditarlo durante varios años Tiberio encontró una respuesta: alcanzar la magistratura de tribuno de la plebe y proponer un plan para lograr el resurgimiento de la tradicional población agrario-guerrera de la República, asistiendo a su vez a los ciudadanos más pobres para que retomen su lugar en la sociedad. Pero lograrlo no seria tarea fácil, ya que primero debería hacer caducar los arrendamientos de los territorios públicos, iniciar un fuerte control de la cantidad de territorio en poder de cada persona y repartir parcelas entre los más pobres sin propiedades. Algo que, sin duda alguna, generaría una fuerte oposición por parte de los terratenientes más ricos y poderosos de Roma.
La Reforma agraria de Tiberio Sempronio Graco
A la edad de 30 años Tiberio logra convertirse en tribuno de la plebe, e intentar así utilizar esta magistratura para llevar a cabo su cometido de reconstruir la vieja población agraria romana. Para esto propuso su famosa Ley Agraria, la cual constaba en tres puntos específicos:
1.- Limitar la cantidad de tierra que un ciudadano podría usufructuar a 500 iugera (250 ha, 333 acres). Cantidad que se podría incrementar en 250 iugera extra por cada hijo.
2.- Todas las tierras públicas que fueron vendidas o arrendadas a individuos privados serían devueltas por el precio de compra más una cantidad equivalente a las mejoras realizadas.
3.- Las tierras devueltas serían divididas en lotes de 20 acres (7,5 ha) destinados a los ciudadanos más pobres con la condición de que jamás las vendieran y pagaran un tributo anual al tesoro.
Otro de los detalles más importantes de la reforma agraria de Tiberio Sempronio Graco fue el que las tierras podían traspasarse por testamento pero no ser vendidas, las tierras conquistadas pasaban a formar parte del ager publicus -el cual sería repartido entre los ciudadanos empobrecidos en pequeñas parcelas-.
Quizá una de las medidas más importantes tomadas es que el Estado mismo pagaría del tesoro las herramientas necesarias para trabajar la tierra. El tributo anual que se le pedía a los más pobres era simbólico y muy reducido, dándoles la oportunidad de poder obtener ganancias de sus tierras y no sólo el sustento diario.
Al dirigirse al pueblo en el año Tiberio lo hizo de la siguiente manera:
Los animales del campo y los pájaros del cielo tienen cuevas y nidos donde refugiarse, pero los hombres que pelean y mueren por Roma solo tienen luz y aire. Nuestros propios generales instan a sus soldados a luchar por las tumbas y los altares de los ancestros. Pero es un pedido falso. Vosotros no podéis enseñar el altar paterno. Vosotros no poséis tumbas ancestrales. Vosotros combatís y dais sus vidas para que otros naden en la riqueza y el lujo. A vosotros os llaman los amos del mundo, pero no poséis siquiera la más ínfima porción de tierra.
Nota: El altar familiar era de extrema importancia en la cultura Romana. Para mayor información consultar el artículo sobre los ritos y costumbres funerarias.
Tiberio busca concretar su plan
Como era de esperarse estas medidas propuestas para la reforma agraria conllevaron un gran descontento entre la aristocracia y los senadores. Muchos tenían grandes intereses puestos en las tierras, ya que los arrendamientos más grandes eran generalmente el producto de «regalos» políticos. Además el hecho de que Tiberio decidiera utilizar dinero del tesoro para pagar las herramientas de los campesinos más pobres rompía, según los senadores, con las tradiciones antiguas.
Buscando detener a toda costa el plan de reforma agraria, el Senado formuló una estrategia para frenar la promulgación de esta ley. La estrategia fue considerar unilateral la medida y persuadir a Marco Octavio -el otro tribuno de la plebe- a que vetara el envío de este proyecto de ley a la Asamblea, para así desalentar su aprobación. Fue entonces que Tiberio, para intentar impedir el boicot del Senado, se ve ante la necesidad de declarar a Marco Octavio como enemigo público, dando como argumento que la finalidad de un tribuno era la de defender los intereses del pueblo y no los del Senado. Tras esto, los lictores de Tiberio retiran bruscamente a Octavio de su silla curul impidiendo de esta manera el veto y la Asamblea logra pasar la nueva ley. Tal era el caos y la incertidumbre que, temiendo por la vida de Tiberio, la Asamblea escolta al reformista a su hogar ese mismo día para así evitar una emboscada por parte de sus detractores. Algo común a lo largo de la historia de Roma. La jugada política de Tiberio, no obstante, no fue gratuita y un número de seguidores de su plataforma decidió alejarse debido a la arbitrariedad con la cual se despojó a Marco Octavio de su cargo.
Para efectuar la repartición de tierras Tiberio conformó un triunvirato entre él, su suegro y su hermano Cayo de apenas sólo 20 años de edad. Formando un colegio que se encargaba de distribuir las tierras y reasignarlas en caso de que queden abandonadas.
Conflictos de clases: la puja social entre los patricios y los plebeyos romanos se denominó el Conflicto de los órdenes, y la misma se extendió durante siglos.
La oposición y el asesinato de Tiberio
Su período como tribuno estaba casi finalizando y Tiberio aún continuaba intentando concretar la realización de su reforma; mientras que al mismo tiempo el Senado anunciaba públicamente la intención de juzgarlo al término de su mandato de un año por haber violado la ley. Consciente de esto Tiberio vio como imperativo hacerse con un periodo más en la magistratura de tribuno de la plebe para así continuar con la inmunidad política otorgada por la misma, algo ilegal e inconstitucional. En una arriesgada jugada Tiberio se dirige al Senado el día de la votación, vestido de luto con la intención de comunicar a sus seguidores que si era derrotado debería enfrentar el juicio político y consecuentemente la muerte.
A sabiendas del peligro se asegura de ir acompañado por una -y como veremos inepta- escolta de partidarios. Consciente además de la inevitable batalla campal entre ambos bandos decreta el estado de ley marcial en Roma con el objetivo de disminuir la cantidad de víctimas en las calles.
Durante el transcurso de la votación hubo violencia entre los distintos partidarios. Escipión Násica, argumentando que Tiberio deseaba convertirse en rey, dirigió a los senadores armados con garrotes a apalearlo -la escolta de Tiberio asustada por la envergadura patricia de sus enemigos se hace a un lado dejando a Tiberio a merced de estos-. Sería un colega del mayor de los Graco, otro tribuno, el que le propinó el primer golpe. Uno de muchos golpes que, indefectiblemente, terminan causando su muerte. Junto con Tiberio varios centenares de sus seguidores fueron masacrados en las calles.
Tras la trifulca el menor de los hermanos, Cayo Sempronio Graco, pide permiso para rendirle un adiós a su finado hermano, algo que le es rotundamente negado y los cuerpos son entonces arrojados al Tíber -Irónicamente el río que proporcionó a Tiberio de su nombre-. Mientras todo esto ocurría el pueblo, que tanto había sido beneficiado por Tiberio, se ocupaba de saquear las casas de los caídos.
Un final cruel: según varios recuentos históricos mientras los seguidores más leales de Tiberio permanecieron a su lado y sufrieron el mismo destino, el mayor de los Graco no fue golpeado con garrotes, sino que los detractores tomaron las mismísimas sillas curules de los tribunos y utilizaron estos muebles para acabar con su vida.
Cayo Sempronio Graco revive la reforma agraria
Tras el asesinato de su hermano Cayo Sempronio Graco había ganado prestigio combatiendo en España y su vida simple y una ejemplar conducta lo habían hecho merecedor de una gran admiración entre sus pares. Como político era más estratega, e indiscutiblemente realista, que su idealista hermano. No obstante, compartía con este los mismos principios y una misma meta.
Quizás de manera más inteligente el hermano menor de los Graco no recurre a la demagogia, como lo hizo Tiberio durante sus apasionados y candentes discursos dirigidos a la población, sino que utilizó un discurso mucho más neutral. Buscando así el apoyo de las diferentes clases del pueblo romano.
En el 124 a. C. es elegido tribuno por la Asamblea de la plebe, cargo ocupado anteriormente por su difunto hermano. Durante su cargo intentó renovar el programa de redistribución de tierras estatales de Tiberio, pudiendo gracias a esto ganar el apoyo de los campesinos. Como debía contar también con el apoyo de clases superiores en la escala social romana, y así tal vez evitar correr el mismo destino que su hermano, comenzó a implementar medidas para beneficiar a los comerciantes al establecer nuevos puntos de comercio en las colonias de Capua, Narbo, Cartago y Tarento. A las masas urbanas las contentó estableciendo un «precio político» del grano, vendiendo este bien a mitad de precio en los graneros del estado.
No obstante, Cayo necesitaba también el apoyo de algunos patricios si quería impulsar la reforma, para esto se valió de un programa de construcción de caminos por toda Italia que enriqueció a los contratistas y le ganó el apoyo de varios romanos adinerados. Estas medidas se encontraban entre las más completas de su tiempo, y sólo se verían nuevamente medidas de semejante alcance y magnitud con la llegada al poder de Julio César medio siglo después. A su vez extendió la ciudadanía a muchos ciudadanos itálicos, lo que trajo el recelo de los ciudadanos antiguos.
Durante sus dos mandatos, y sobre todo gracias a su talento para generar alianzas políticas, el menor de los Gracos logró disminuir ampliamente el poder del Senado. No obstante, esto fue utilizado por sus enemigos en su contra, caldeando los ánimos del pueblo y utilizando el recelo como arma propagandística al decir que en sus planes se encontraba el deseo de poder absoluto. Con dichos argumentos en su contra la facción de los senadores logra despojarlo considerablemente del apoyo popular con el que contaba. Cayo sufre así la misma estrategia en su contra que su hermano había sufrido anteriormente.
Si bien los ataques contra su persona habían logrado minar gran parte del apoyo en un sector considerable de la población, el tribuno reformista aún continuaba teniendo un apoyo prácticamente unánime entre los escalafones más bajos de la sociedad romana. Razón por la cual, y utilizando estratégicamente a Livio Druso, el otro tribuno de la plebe, el Senado intenta atacar fuego con más fuego utilizando un ardid político para contrarrestar el apoyo popular con el que Graco gozaba. Druso propone entonces medidas aún más radicales que las propuestas por Cayo, entre las que se encontraban la abolición de los tributos impuestos por la ley de Tiberio a los nuevos propietarios y la distribución de tierras a cuarenta y dos mil pobres en las nuevas colonias. La Asamblea aprueba inmediatamente estas medidas y Druso, quien no era más que un simple títere del Senado, se convierte en el nuevo héroe de las clases populares.
El asesinato de Cayo
El principio del fin de Cayo llega un año más tarde al querer renovar su período por un tercer mandato, algo que anteriormente había sido establecido como «no ilegal». Cayo es, no obstante, derrotado y muchos de sus partidarios denuncian la presencia de un evidente fraude electoral en el proceso de elección de los tribunos. Consciente de las revueltas y enfrentamientos que traería dicha acusación, y queriendo evitar estos conflictos y el inevitable derramamiento de sangre, Cayo Sempronio Graco se retira pacíficamente y se dedica a sus asuntos y negocios personales por un tiempo.
Tras recuperar rápidamente el poder perdido en los años anteriores el Senado, bajo el mando del senador Lucio Opimio, comienza con un plan sistemático para desintegrar las medidas tomadas por Cayo una por una. Enfurecidos, a los partidarios de Cayo, comandados por Marco Fulvio Flaco, se dirigen armados hacia el Aventino buscando detener o al menos limitar este desguace del legado de su líder; motivo que lleva a los Senadores a ir escoltados por un gran número de esclavos fuertemente armados. La situación se convierte entonces de una disputa en una batalla y los partidarios de Graco comienzan a ser atacados por los Senadores y su pequeño ejército de esclavos. Queriendo calmar el caos reinante Cayo hace un acto de presencia en el lugar, armado solamente con una pequeña daga, pero sus intentos resultan inútiles y debe huir rápidamente de los atacantes que al reconocerlo pretendieron lincharlo.
Si bien Cayo intentó escapar de manera desesperada, al verse cercado ordenó a un esclavo que lo ayude a terminar con su vida para evitar ser así capturado -acto seguido el esclavo también se quitaría su propia vida-.
En este conflicto doscientos cincuenta partidarios de Graco mueren de manera directa en los enfrentamientos y otros varios cientos fueron condenados a muerte por un decreto del Senado. Los cuerpos de Cayo y unos tres mil partidarios asesinados o ejecutados fueron arrojados al río Tíber.
Su peso en oro: el senador Lucio Opimio había anunciado que, quien entregase la cabeza de Cayo al senado, recibiría su peso en oro. Razón por la cual los atacantes cortaron la cabeza del reformista y la entregaron al Senado. Al pesarla los presentes se sorprendieron por el peso de la misma, ya que la cabeza pesaba diecisiete libras y dos tercios. Sospechosos, los senadores investigaron la cabeza descubriendo que la misma había sido rellenada con plomo. Como consecuencia nadie recibió la recompensa.
Consecuencias
La familia de los hermanos Graco debió pagar un alto precio tras la muerte del último hermano. Sus propiedades fueron confiscadas y entregadas al tesoro público y, según Apiano, sus hogares fueron saqueados. Licinia, la viuda de Cayo, fue desprovista de su dote y Opimio construyó un tempo a la Concordia con el apoyo del Senado, algo que molestó a gran parte de la población.
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