CANTO II
ÁGORA DE LOS ITACENSES —PARTIDA DE TELÉMACO
La Odisea es una de las obras más antiguas y a la vez más importantes de la literatura occidental. Para entender mejor el contexto histórico de la misma, su estructura y trama te invitamos a leer nuestro artículo sobre La Odisea. En el mismo encontrarás además información sobre el traductor de este texto, el gran lingüista español de principios de siglo Luis Segalá y Estalella, y una explicación de los temas tratados en la obra homérica. En caso de necesitar refrescar tus conocimientos sobre los dioses griegos, muy presentes en La Odisea, puedes leer el siguiente resumen. Nota: Esta traducción utiliza los nombres romanos de los dioses olímpicos, por lo cual la siguiente guía de equivalencias entre los nombres griegos y los romanos de los dioses y héroes te será muy útil. Esta obra es la continuación a los sucesos relatados en La Ilíada.
La Odisea
Canto I — Canto II — Canto III — Canto IV — Canto V — Canto VI — Canto VII — Canto VIII — Canto IX — Canto X — Canto XI — Canto XII — Canto XIII — Canto XIV — Canto XV — Canto XVI — Canto XVII — Canto XVIII — Canto XIX — Canto XX — Canto XXI — Canto XXII — Canto XXIII — Canto XIV
Ir a la biblioteca de textos clásicos
Canto II
1 No bien se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, el caro hijo de Ulises se levantó de la cama, vistióse, colgó del hombro la aguda espada, ató á sus nítidos pies hermosas sandalias y, semejante por su aspecto á una deidad, salió del cuarto. En seguida mandó que los heraldos, de voz sonora, llamaran al ágora á los aqueos de larga cabellera. Hízose el pregón y empezaron á reunirse muy prestamente. Y así que hubieron acudido y estuvieron congregados, Telémaco se fué al ágora con la broncínea lanza en la mano y dos perros de ágiles pies que le seguían, adornándolo Minerva con tal gracia divinal que al verle llegar todo el pueblo le contemplaba con asombro, y se sentó en la silla de su padre pues le hicieron lugar los ancianos.
15 Fué el primero en arengarles el héroe Egiptio, que ya estaba encorvado de vejez y sabía muchísimas cosas. Un hijo suyo muy amado, el belicoso Ántifo, había ido á Ilión, la de hermosos corceles, en las cóncavas naves del divinal Ulises; y el feroz Ciclope lo mató en la excavada gruta é hizo del mismo la última de aquellas cenas. Otros tres tenía el anciano—uno, Eurínomo, hallábase con los pretendientes, y los demás cuidaban los campos de su padre—mas no por eso se había olvidado de Ántifo y por él lloraba y se afligía. Egiptio, pues, les arengó, derramando lágrimas, y les dijo de esta suerte:
25 «Oíd, itacenses, lo que os voy á decir. Ni una sola vez fué convocada nuestra ágora, ni en ella tuvimos sesión, desde que el divinal Ulises partió en las cóncavas naves. ¿Quién al presente nos reúne? ¿Es joven ó anciano aquél á quien le apremia una necesidad tan grande? ¿Recibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros? ¿Ó quiere exponer y decir algo que interesa al pueblo? Paréceme que debe de ser un varón honrado y proficuo. Cúmplale Júpiter, llevándolo á feliz término, lo que en su espíritu revuelve.»
35 Así les habló. Holgóse del presagio el dilecto hijo de Ulises, que ya no permaneció mucho tiempo sentado: deseoso de arengarles, se levantó en medio del ágora y el heraldo Pisenor, que sabía dar prudentes consejos, le puso el cetro en la mano. Telémaco, dirigiéndose primeramente al viejo, se expresó de esta guisa:
40 «¡Oh anciano! No está lejos ese hombre y ahora sabrás que quien ha reunido el pueblo soy yo, que me hallo sumamente afligido. Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército, para que pueda manifestaros públicamente lo que haya sabido antes que otros, y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que interese al pueblo: trátase de un asunto particular mío, de la doble cuita que se entró por mi casa. La una es que perdí á mi excelente progenitor, el cual reinaba sobre vosotros con la suavidad de un padre; la otra, la actual, de más importancia todavía, pronto destruirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los pretendientes de mi madre, hijos queridos de los varones más señalados de este país, la asedian á pesar suyo y no se atreven á encaminarse á la casa de Icario, su padre, para que la dote y la entregue al que él quiera y á ella le plazca; sino que, viniendo todos los días á nuestra morada, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, beben locamente el vino tinto y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Ulises, que fuera capaz de librar á nuestra casa de tal ruina. No me encuentro yo en disposición de realizarlo—sin duda he de ser débil y ha de faltarme el valor marcial—que ya arrojaría esta calamidad si tuviera bríos suficientes, porque se han cometido acciones intolerables y mi casa se pierde de la peor manera. Participad vosotros de mi indignación, sentid vergüenza ante los vecinos circunstantes y temed que os persiga la cólera de los dioses, irritados por las malas obras. Os lo ruego por Júpiter Olímpico y por Temis, la cual disuelve y reúne las ágoras de los hombres: no prosigáis, amigos; dejad que padezca á solas la triste pena; á no ser que mi padre, el excelente Ulises, haya querido mal y causado daño á los aqueos de hermosas grebas y vosotros ahora, para vengaros en mí, me queráis mal y me causéis daño, incitando á éstos. Mejor fuera que todos juntos devorarais mis inmuebles y mis rebaños, que si tal hicierais quizás algún día se pagaran, pues iría por la ciudad reconviniéndoos con palabras y reclamándoos los bienes hasta que todos me fuesen devueltos. Mas ahora las penas que á mi corazón inferís son incurables.»
80 Así dijo encolerizado; y, rezumándole las lágrimas, arrojó el cetro en tierra. Movióse á piedad el pueblo, y todos callaron; sin que nadie se atreviese á contestar á Telémaco con ásperas palabras, salvo Antínoo, que respondió diciendo:
85 «¡Telémaco altílocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! ¿Qué has dicho para ultrajarnos? Tú deseas cubrirnos de baldón. Mas la culpa no la tienen los aqueos que pretenden á tu madre, sino ella, que sabe proceder con gran astucia. Tres años van con éste, y pronto llegará el cuarto, que se fisga del ánimo que los aquivos tienen en su pecho. Á todos les da esperanzas, y á cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes; pero son muy diferentes los pensamientos que en su inteligencia revuelve. Y aún discurrió su espíritu este otro engaño: Se puso á tejer en el palacio una gran tela sutil é interminable, y á la hora nos habló de esta guisa: ¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Ulises, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo—no sea que se me pierdan inútilmente los hilos,—á fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya á indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja á un hombre que ha poseído tantos bienes! Así dijo, y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche, tan luego como se alumbraba con las antorchas, deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio; mas, así que vino el cuarto año y volvieron á sucederse las estaciones, nos lo reveló una de las mujeres, que conocía muy bien lo que pasaba, y sorprendimos á Penélope destejiendo la espléndida tela. Así fué como, mal de su grado, se vió en la necesidad de acabarla. Oye, pues, lo que te responden los pretendientes, para que lo sepa tu espíritu y lo sepan también los aqueos todos. Haz que tu madre vuelva á su casa, y ordénale que tome por esposo á quien su padre le aconseje y á ella le plazca. Y si atormentare largo tiempo á los aqueos, confiando en las dotes que Minerva le otorgó en tal abundancia—ser diestra en labores primorosas, gozar de buen juicio, y valerse de astucias que jamás hemos oído decir que conocieran las anteriores aquivas Tiro, Alcmena y Micene, la de hermosa diadema, pues ninguna concibió pensamientos semejantes á los de Penélope—no se habrá decidido por lo más conveniente, ya que tus bienes y riquezas serán devorados mientras siga con el propósito que los dioses le infundieron en el pecho. Ella ganará ciertamente mucha fama, pero á ti te quedará tan sólo la añoranza de los copiosos bienes que hayas poseído; y nosotros ni tornaremos á nuestros negocios, ni nos llegaremos á otra parte, hasta que Penélope no se haya casado con alguno de los aqueos.»
129 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Antínoo! No es razón que eche de mi casa, contra su voluntad, á la que me dió el ser y me ha criado. Mi padre quizás esté vivo en otra tierra, quizás haya muerto; pero me será gravoso haber de restituir á Icario muchísimas cosas si voluntariamente le envío mi madre. Y entonces no sólo padeceré infortunios á causa de la ausencia de mi padre, sino que los dioses me causarán otros; pues mi madre, al salir de la casa, imprecará las odiosas Furias, y caerá sobre mí la indignación de los hombres. Jamás, por consiguiente, daré yo semejante orden. Si os indigna el ánimo lo que ocurre, salid del palacio, disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Pero si os parece mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré á los sempiternos dioses por si algún día nos concede Júpiter que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.»
146 Así habló Telémaco; y el longividente Júpiter envióle dos águilas que echaron á volar desde la cumbre de un monte. Ambas volaban muy juntas, con las alas extendidas, y tan rápidas como el viento; y al hallarse en medio de la ruidosa ágora, giraron velozmente, batiendo las tupidas alas, miráronles á todos á la cabeza como presagio de muerte, desgarráronse con las uñas la cabeza y el cuello, y se lanzaron hacia la derecha por cima de las casas y á través de la ciudad. Quedáronse todos los presentes muy admirados de ver con sus propios ojos las susodichas aves, y meditaban en su espíritu qué fuera lo que tenía que suceder; cuando el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que se señalaba sobre los de su edad en conocer los augurios y explicar las cosas fatales, les arengó con benevolencia diciendo:
161 «Oíd, itacenses, lo que os voy á decir, aunque he de referirme de un modo especial á los pretendientes. Grande es el infortunio que á éstos les amenaza, porque Ulises no estará mucho tiempo alejado de los suyos, sino que ya quizás se halla cerca y les apareja á todos la muerte y el destino; y también les ha de venir daño á muchos de los que moran en Ítaca, que se ve de lejos. Antes de que así ocurra, pensemos cómo les haríamos cesar de sus demasías, ó cesen espontáneamente, que fuera lo más provechoso para ellos mismos. Pues no lo vaticino sin saberlo, sino muy enterado; y os aseguro que al héroe se le ha cumplido todo lo que yo le declarara, cuando los argivos se embarcaron para Ilión y fuése con ellos el ingenioso Ulises. Díjele entonces que, después de pasar muchos males y de perder sus compañeros, tornaría á su patria en el vigésimo año sin que nadie le conociera; y ahora todo se va cumpliendo.»
177 Respondióle Eurímaco, hijo de Pólibo: «¡Oh anciano! Vuelve á tu casa y adivínales á tus hijos lo que quieras, á fin de que en lo por venir no padezcan ningún daño; mas en estas cosas sé yo vaticinar harto mejor que tú mismo. Muchas aves se mueven debajo de los rayos del sol, pero no todas son agoreras; Ulises murió lejos de nosotros, y tú debieras haber perecido con él, y así no dirías tantos vaticinios ni incitarías al irritado Telémaco, esperando que mande algún presente á tu casa. Lo que ahora voy á decir se cumplirá: si tú, que conoces muchas cosas antiquísimas, engañares con tus palabras á ese hombre más mozo y le incitares á que permanezca airado, primeramente será mayor su aflicción pues no por las predicciones le será dable proceder de otra suerte; y á ti, oh anciano, te impondremos una multa para que te duela el pagarla y te cause grave pesar. Yo mismo, delante de todos vosotros, daré á Telémaco un consejo: ordene á su madre que torne á la casa paterna y allí le dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. No creo que hasta entonces desistamos los jóvenes aquivos de nuestra laboriosa pretensión, porque no tememos absolutamente á nadie, ni siquiera á Telémaco á pesar de su facundia; ni nos curamos de la vana profecía que nos haces y por la cual has de sernos aún más odioso. Sus bienes serán devorados de la peor manera, como hasta aquí, sin que jamás se le indemnice, en cuanto Penélope entretenga á los aqueos con diferir la boda. Y nosotros, esperando día tras día, competiremos unos con otros por sus eximias prendas y no nos dirigiremos á otras mujeres que nos pudieran convenir para casarnos.»
208 Contestóle el prudente Telémaco: «¡Eurímaco y cuantos sois ilustres pretendientes! No os he de suplicar ni arengar más acerca de esto, porque ahora ya están enterados los dioses y los aqueos todos. Mas, ea, proporcionadme una embarcación muy velera y veinte compañeros que me abran camino acá y allá del ponto. Iré á Esparta y á la arenosa Pilos á preguntar por el regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga; y quizás algún mortal me hablará del mismo ó llegará á mis oídos la fama que procede de Júpiter y es la que más difunde la gloria de los hombres. Si oyere decir que mi padre vive y ha de volver, lo sufriré todo un año más, aunque estoy afligido; pero si me participaren que ha muerto y ya no existe, retornaré sin dilación á la patria, le erigiré un túmulo, le haré las muchas exequias que se le deben, y á mi madre le buscaré un esposo.»
224 Cuando así hubo hablado, tomó asiento. Entonces levantóse Méntor, el amigo del preclaro Ulises—éste, al embarcarse, le había encomendado su casa entera para que los suyos obedeciesen al anciano y él se lo guardara todo y lo mantuviese en pie—y benévolo les arengó del siguiente modo:
229 «Oíd, itacenses, lo que os voy á decir. Ningún rey que empuñe cetro, sea benigno, ni blando, ni suave, ni ocupe la mente en cosas justas; antes, al contrario, obre siempre con crueldad y lleve al cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divinal Ulises entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con la suavidad de un padre. Y no aborrezco tanto á los orgullosos pretendientes por la violencia con que proceden, llevados de sus malos propósitos,—pues si devoran la casa de Ulises, ponen á ventura sus cabezas y creen que el héroe ya no ha de volver,—como me indigno contra la restante población, al contemplar que permanecéis sentados y en silencio, sin que intentéis, sin embargo de ser tantos, refrenar con vuestras palabras á los pretendientes que son pocos.»
242 Respondióle Leócrito Evenórida: «¡Méntor perverso é insensato! ¡Qué dijiste! ¡Incitarles á que nos hagan desistir! Dificultoso les sería y hasta á un número mayor de hombres, luchar con nosotros para privarnos de los banquetes. Pues si el mismo Ulises de Ítaca, viniendo en persona, encontrase á los ilustres pretendientes comiendo en el palacio y resolviera en su corazón echarlos de su casa, no se alegraría su esposa de que hubiese vuelto, aunque mucho lo desea, porque allí mismo recibiría el héroe indigna muerte si osaba combatir con tantos varones. En verdad que no has hablado como debías. Mas, ea, separaos y volved á vuestras ocupaciones. Méntor y Haliterses, que siempre han sido amigos de Telémaco por su padre, le animarán para que emprenda el viaje; pero se me figura que, permaneciendo quieto durante mucho tiempo, oirá en Ítaca las noticias que vengan y jamás realizará su propósito.»
257 Así dijo, y al punto disolvió el ágora. Dispersáronse todos para volver á sus respectivas casas y los pretendientes enderezaron su camino á la morada del divinal Ulises.
260 Telémaco se alejó hacia la playa y, después de lavarse las manos en el espumoso mar, oró á Minerva diciendo:
262 «¡Óyeme, oh numen que ayer viniste á mi casa y me ordenaste que fuése en una nave por el obscuro ponto en busca de noticias del regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga! Á todo se oponen los aqueos y en especial los en mal hora ensoberbecidos pretendientes.»
267 Tal fué su plegaria. Acercósele Minerva, que había tomado el aspecto y la voz de Méntor, y le dijo estas aladas palabras:
270 «¡Telémaco! No serás en lo sucesivo ni cobarde ni imprudente, si has heredado el buen ánimo que tu padre tenía para llevar á su término acciones y palabras; si así fuere, el viaje no te resultará vano, ni quedará por hacer. Mas, si no eres el hijo de aquél y de Penélope, no creo que llegues á realizar lo que anhelas. Contados son los hijos que se asemejan á sus padres, los más salen peores, y tan solamente algunos los aventajan. Pero tú, como no serás en lo futuro ni cobarde ni imprudente, ni te falta del todo la inteligencia de Ulises, puedes concebir la esperanza de dar fin á tales obras. No te preocupes, pues, por lo que resuelvan ó mediten los insensatos pretendientes; que éstos ni tienen cordura ni practican la justicia, y no saben que se les acerca la muerte y el negro hado para que todos acaben en un mismo día. Ese viaje que deseas emprender, no se diferirá largo tiempo: soy tan amigo tuyo por tu padre, que aparejaré una velera nave y me iré contigo. Vuelve á tu casa, mézclate con los pretendientes y ordena que se dispongan provisiones en las oportunas vasijas, echando el vino en ánforas y la harina, que es la sustentación de los hombres, en fuertes pellejos; y mientras tanto juntaré, recorriendo la población, á los que voluntariamente quieran acompañarte. Muchas naves hay, entre nuevas y viejas, en Ítaca, rodeada por el mar: después de ojearlas, elegiré para ti la que sea mejor y luego que esté equipada la botaremos al anchuroso ponto.»
296 Así habló Minerva, hija de Júpiter; y Telémaco no demoró mucho tiempo después que hubo escuchado la voz de la deidad. Fuése á su casa con el corazón afligido, y halló á los soberbios pretendientes que desollaban cabras y asaban puercos cebones en el recinto del patio. Entonces Antínoo, riéndose, salió al encuentro de Telémaco, le tomó la mano y le dijo estas palabras:
303 «¡Telémaco altílocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! No revuelvas en tu pecho malas acciones ó palabras, y come y bebe conmigo como hasta aquí lo hiciste. Y los aqueos te prepararán todas aquellas cosas, una nave y remeros escogidos, para que muy pronto vayas á la divina Pilos en busca de nuevas de tu ilustre padre.»
309 Replicóle el prudente Telémaco: «¡Antínoo! No es posible que yo permanezca callado entre vosotros, tan soberbios, y coma y me regocije tranquilamente. ¿Acaso no basta que los pretendientes me hayáis destruído muchas y excelentes cosas, mientras fuí muchacho? Ahora que soy hombre y sé lo que ocurre, escuchando lo que los demás dicen, y crece en mi pecho el ánimo, intentaré daros malas muertes, sea acudiendo á Pilos, sea aquí en esta población. Pasajero me iré—y no será infructuoso el viaje de que hablo—pues no tengo nave ni remadores; que sin duda os pareció más conveniente que así fuera.»
321 Dijo, y desasió su mano de la de Antínoo. Los pretendientes, que andaban preparando el banquete dentro de la casa, se mofaban de Telémaco y le zaherían con palabras. Y uno de aquellos jóvenes soberbios habló de esta manera:
325 «Sin duda piensa Telémaco cómo darnos muerte: traerá valedores de la arenosa Pilos ó de Esparta, ¡tan vehemente es su deseo!, ó quizás se proponga ir á la fértil tierra de Éfira para llevarse drogas mortíferas y echarlas luego en la cratera, á fin de acabar con todos nosotros.»
331 Y otro de los jóvenes soberbios repuso acto continuo: «¿Quién sabe si, después de partir en el cóncavo bajel, morirá lejos de los suyos vagando como Ulises? Mayor fuera entonces nuestro trabajo, pues repartiríamos todos sus bienes y daríamos esta casa á su madre y á quien la desposara para que en común la poseyesen.»
337 Así decían. Telémaco bajó á la anchurosa y elevada cámara de su padre, donde había montones de oro y de bronce, vestiduras guardadas en arcas y gran copia de odorífero aceite. Allí estaban las tinajas del dulce vino añejo, repletas de bebida pura y divinal, y arrimadas ordenadamente á la pared; por si algún día volviere Ulises á su casa, después de haber padecido multitud de pesares. La puerta tenía dos hojas sólidamente adaptadas y sujetas por la cerradura; y junto á ella hallábase de día y de noche, custodiándolo todo con precavida mente, una despensera: Euriclea, hija de Ops Pisenórida. Entonces Telémaco la llamó á la estancia y le dijo:
349 «¡Ama! Vamos, ponme en ánforas dulce vino, el que sea más suave después del que guardas para aquel infeliz; esperando siempre que torne Ulises, de jovial linaje, por haberse librado de la muerte y del destino. Llena doce ánforas y ciérralas con sus tapaderas. Aparta también veinte medidas de harina de trigo, y échalas en pellejos bien cosidos. Tú sola lo sepas. Esté todo aparejado y junto, pues vendré á tomarlo al anochecer, así que mi madre se vaya arriba á recogerse. Que quiero hacer un viaje á Esparta y á la arenosa Pilos, por si logro averiguar ú oir algo del regreso de mi padre.»
361 Así habló. Echóse á llorar su ama Euriclea y, suspirando, díjole estas aladas palabras:
363 «¡Hijo amado! ¿Cómo te ha venido á las mientes tal propósito? ¿Adónde quieres ir por apartadas tierras, siendo unigénito y tan querido? Ulises, el de jovial linaje, murió lejos de la patria, en un pueblo ignoto. Así que partas, éstos maquinarán cosas inicuas para matarte con algún engaño y repartirse después todo lo tuyo. Quédate aquí, cerca de tus bienes; que nada te obliga á padecer infortunios yendo por el estéril ponto, ni á vagar de una parte á otra.»
371 Contestóle el prudente Telémaco: «Tranquilízate, ama; que esta resolución no se ha tomado sin que un dios lo quiera. Pero júrame que nada dirás á mi madre hasta que transcurran once ó doce días, ó hasta que la aqueje el deseo de verme ú oiga decir que he partido; para evitar que llore y dañe así su hermoso cuerpo.»
377 Tal dijo; y la anciana prestó el solemne juramento de los dioses. En acabando de jurar, ella, sin perder un instante, envasó el vino en ánforas y echó la harina en pellejos bien cosidos; y Telémaco volvió á subir y se juntó con los pretendientes.
382 Entonces Minerva, la deidad de los brillantes ojos, ordenó otra cosa. Tomó la figura de Telémaco, recorrió la ciudad, habló con distintos varones y les encargó que al anochecer se reunieran junto al barco. Pidió también una velera nave al hijo preclaro de Fronio, á Noemón, y éste se la cedió gustoso.
388 Púsose el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos. En aquel instante la diosa echó al mar la ligera embarcación y colocó en la misma cuantos aparejos llevan las naves de muchos bancos. Condújola después á una extremidad del puerto, juntáronse muchos y excelentes compañeros, y Minerva los alentó á todos.
393 Entonces Minerva, la deidad de los brillantes ojos, ordenó otra cosa. Fuése al palacio del divinal Ulises, infundióles á los pretendientes dulce sueño, les entorpeció la mente en tanto que bebían, é hizo que las copas les cayeran de las manos. Todos se apresuraron á irse por la ciudad y acostarse, pues no estuvieron mucho tiempo sentados desde que el sueño les cayó sobre los párpados. Y Minerva, la de los brillantes ojos, que había tomado la figura y la voz de Méntor, dijo á Telémaco después de llamarle afuera del cómodo palacio:
402 «¡Telémaco! Tus compañeros, de hermosas grebas, ya se han sentado en los bancos para remar, y sólo esperan tus órdenes. Vámonos y no tardemos en comenzar el viaje.»
405 Cuando así hubo hablado, Palas Minerva echó á andar aceleradamente, y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la diosa. Llegaron á la nave y al mar, y hallaron en la orilla á los compañeros de larga cabellera. Y el esforzado y divinal Telémaco les habló diciendo:
Véase también «Venid, amigos, y traigamos los víveres; que ya están dispuestos y apartados en el palacio. Mi madre nada sabe, ni las criadas tampoco; á excepción de una, que es la única persona á quien se lo he dicho.»413 Cuando así hubo hablado, se puso en camino y los demás le siguieron. En seguida se lo llevaron todo y lo cargaron en la nave de muchos bancos, como el amado hijo de Ulises lo ordenara. Acto continuo embarcóse Telémaco, precedido por Minerva que tomó asiento en la popa y él á su lado, mientras los compañeros quitaban las amarras y se acomodaban en los bancos. Minerva, la de los brillantes ojos, envióles próspero viento: el fuerte Céfiro, que resonaba por el vinoso ponto. Telémaco exhortó á sus compañeros, mandándoles que aparejasen la jarcia, y su amonestación fué atendida. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y al instante descogieron la blanca vela con correas bien torcidas. Hinchió el viento la vela, y las purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Así que hubieron atado los aparejos á la veloz nave negra, levantaron crateras rebosantes de vino é hicieron libaciones á los sempiternos inmortales dioses y especialmente á la hija de Júpiter, la de los brillantes ojos. Y la nave continuó su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.