Esas extrañas obsesiones romanas
Es generalmente conocida la obsesión que los romanos tenían por la orina como agente purificador e incluso, combinada con ciertos alimentos, como elixir para afligir distintos males. Solo basta leer el Tratado de agricultura (en latín: De Agri Cultura) de Catón el Viejo, quizás uno de los libros más interesantes de la era clásica, para observar esta extraña creencia.
En este libro, en el cual Catón el Viejo intenta enseñar al ciudadano romano a administrar un fundo (una finca) y llevarlo a buen término, dando consejos sobre la compra y la elección de terrenos, contentar a los dioses y conseguir su favor, plantar distintos cultivos, no tener problemas con los vecinos, curar a los animales de trabajo y producir todo tipo de aceites y vinos (junto a las instrucciones para construir las máquinas necesarias) y el detalle además de varias recetas a partir de la orina para curar todo tipo de males.
No obstante, no cualquier tipo de orina era útil. Solo la orina de las personas que comían coles regularmente. Según Catón el Viejo este singular líquido era un vigorizante sin rival y además servía para curar los problemas de visión o los dolores musculares y de cabeza, todo un elixir.
Para quienes sufren de cólicos, haz lo siguiente: macera bien la col, échala después en una olla, hazla hervir bien. Cuando esté bien cocida, tira el agua; añádele bien de aceite, un poquito de sal, comino y flor de polenta. Después, hiérvela bien: cuando haya hervido, échala en una escudilla; dásela a comer, si es capaz, sin pan; si no, dale pan blanco, que lo moje ahí. Y si no tiene fiebre, dale a beber vino tinto; se pondrá sano enseguida. Y si alguna vez surge necesidad de ello para quien está débil, lo siguiente puede ponerlo sano: se come la col tal como está escrito arriba, y además esto: conserva la orina del que ha comido col a menudo; caliéntala, mete en ella a esa persona débil; se pondrá sano enseguida con este tratamiento: está comprobado. Igualmente, si lavas a los niños pequeños en esa orina, nunca se pondrán débiles. Y a quienes tienen la vista poco clara, imprégnaselos con esta orina: verán mejor. Si duele la cabeza o el cuello, lávalos con esa orina caliente: dejarán de doler. Y si la mujer aplica en sus partes fomentos de esta orina, nunca le vendrá tarde el mes; y es menester aplicar así los fomentos: cuando los hayas hecho hervir en una escudilla, pónselos bajo un asiento horadado: que se siente ahí la mujer, cúbrela y envuélvela en ropa.
¡Llamativas creencias!
El furor del vino romano: Catón el Viejo escribió De Agri Cultura unas pocas décadas después de la Segunda guerra púnica, época en la que Roma estaba experimentando una frenética expansión territorial y por ende el precio de las tierras era muy bajo. Gracias a las recetas y los consejos hallados en su libro un sin fin de agricultores romanos comenzaron a cultivar distintas variedades de la vid y producir vinos, llevando a un furor por producir vino entre los romanos al punto que el vino se llegó a volver más barato que el agua fresca. En especial los romanos coparon los mercados griegos con su propia versión del vino griego hecho con uvas muy maduras de Apicio y agua de mar.
La sangre de gladiador
Si bien las curas a base de orina pueden llegar a resultar algo un tanto extraño en nuestros días, los romanos contaban con una cura aun mucho más singular y llamativa. Un elixir el cual, según sus creencias, era capaz de aliviar cualquier mal: la sangre de gladiador.
Sabemos a través de Plinio el Viejo, uno de los mejores escritores sobre la naturaleza y la ciencia de la era clásica, que las personas quienes sufrían de síntomas similares a los de la epilepsia buscaban beber la sangre de los gladiadores caídos en batalla debido a que se pensaba que la misma contenía la fortaleza y la vitalidad del gladiador. La médica Lydia Kang, quien ha realizado un extenso estudio sobre las curas en la antigüedad, menciona que debido al espaciamiento temporal entre los episodios epilépticos muchos romanos llegaban a creer que la sangre de gladiador en verdad funcionaba. No obstante, los episodios volvían debido a que «hacía falta renovar la sangre de gladiador».
Si bien durante mucho tiempo se creyó que esta singular práctica estaba relacionada con la creencia romana de que los gladiadores poseían él anima de un león, y el mismo Plinio la asoció con ciertas culturas bárbaras, los investigadores Ferdinand Peter Moog y Axel Karenberg aseguran que la práctica es en realidad una antiquísima costumbre que se remonta a los ritos fúnebres etruscos y que terminó, debido a la influencia que tuvieron los etruscos en el pasado remoto de Roma, siendo adoptada por los romanos y con los siglos sus orígenes fueron olvidados en las arenas del tiempo.
Según Moog y Karenberg la práctica continuó luego de que en el año 325 d. C. el emperador Constantino prohíba los juegos con gladiadores. No obstante, los gladiadores fueron reemplazados por las personas ejecutadas por decapitación en la plaza de la ciudad.
La sangre de gladiador mezclada con distintos aceites también era utilizada a manera de ungüento para aumentar el vigor y la aptitud física de las personas.
Otro detalle de interés es el que no solo la sangre de los gladiadores caídos en la arena era consumida. En efecto, también se solía consumir parte de su hígado, aunque esto no era tan común como la consumición de la sangre. Si la sangre de gladiador se consumía directamente o si se mezclaba con vino o alguna otra bebida para disimular el sabor es algo que hoy en día no está del todo claro, aunque es probable que distintas personas la hayan consumido de varias maneras distintas.