Historias, Polibio – Libro decimotercero

Historias, por Polibio de Megalópolis - Tomo II - Libro 13. Obra pionera de la Historia universal escrita alrededor del año 140 a.C.

Historias

Polibio de Megalópolis

Las Historias, también llamadas Historia universal bajo la República romana, es la obra máxima del historiador griego Polibio de Megalópolis (203 – 120 a. C.). Junto a Tucídides, Polibio fue uno de los primeros historiadores en escribir sobre sucesos históricos como un fenómeno meramente humano, ignorando el accionar de los dioses. Las Historias son un trabajo pionero de la Historia universal, abarcando los acontecimientos ocurridos en los pueblos mediterráneos entre el año 264 a.C. hasta el año 146 a.C. (y más específicamente entre los años 220 a.C. a 167 a.C.). Exactamente el período en el cual Roma derrota a Cartago y se vuelve una potencia marítima y militar en el Mediterráneo. La obra, que fue preservada a lo largo de los siglos en una biblioteca bizantina, se divide en tres tomos y cuarenta libros, algunos de los cuales han llegado incompletos hasta nuestros días.

Historias

Tomo I (Libros 1 a 4)

Tomo II (Libros 5 a 14)
Libro 5Libro 6Libro 7Libro 8Libro 9Libro 10Libro 11Libro 12Libro 13Libro 14

Tomo III (Libros 15 a 40)

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Libro decimotercero

Capítulo primero

Cuestiones económicas y morales.

Las guerras ininterrumpidas y el desordenado lujo ocasionaron a los etolios tan enormes dispendios, que sin saberse y sin que ellos mismos lo advirtieran encontráronse al fin agobiados de deudas. En tal estado acudieron, como único recurso, a un cambio de gobierno, situando al frente de él a Dorimaco y Scopas, dos facciosos que tenían empeñados la totalidad de sus bienes a los acreedores. Constituidos en tan alta dignidad estos dos hombres, dictaron leyes a su patria.


Capítulo II

Opinión de Alejandro el Etolio.

Era contrario Alejandro el Etolio a los legisladores Dorimaco y Scopas, demostrándoles con numerosos argumentos que donde existía germen de este género de leyes no podía ahogarse sin grandes males para los habitantes. Pedíales, pues, no sólo que aliviasen de deudas a la patria, sino precaverla además para lo porvenir, por ser absurdo, manifestaba, dar la vida por la defensa de los hijos en tiempo de guerra, y no cuidar en la paz del porvenir.


Capítulo III

Sobre la destitución de Scopas.

Destituido Scopas, legislador de los etolios, de la dignidad en cuya virtud había escrito estas leyes, dirigióse a Alejandría, esperando conseguir allí bienes que aliviarían su miseria y satisficiesen su avidez. Ignoraba sin duda que del mismo modo que el deseo de beber en los hidrópicos jamás se mitiga ni sacia por más agua que se les aplique por fuera, si no se cura el afecto interior que le motiva; igualmente jamás se satisface la codicia de tener más si la razón no corrige el vicio interior del espíritu. El hombre a que me refiero es notable ejemplo de esta verdad: llega a Alejandría, se le nombra general de las tropas, confíansele los principales negocios, el rey le entrega diariamente diez minas para su comida, mientras los oficiales subalternos sólo perciben una, y todo esto le parecía poco. Tanto extremó la avidez, que se hizo odioso a los mismos que le habían enriquecido, y perdió las riquezas y la vida.


Capítulo IV

La mayoría de las acciones de los políticos y hombres de Estado van acompañadas de la malicia.- Alabanza de la nación aquea, por haber detestado el dolo, tan frecuente en otros pueblos.- Conducta semejante que existió entre aqueos y romanos sobre materia de guerra.

A pesar de que el dolo es cosa tan impropia de los reyes, con todo no ha faltado quien se ha valido de él en el manejo de los negocios públicos; y aun ha habido algunos que, a fuerza de verle tan introducido en el día, han querido defender que era necesario. Los aqueos estuvieron muy lejos de este modo de pensar. Aborrecieron tanto el fraude con los amigos para acrecentar su poder por semejante medio, que ni aun con los enemigos desearon tuviese parte el engaño en la victoria. En su opinión, la victoria no tenía nada de glorioso, nada de sólido, sino se peleaba a cuerpo descubierto y no se debía al valor el vencimiento. Por ese se observaba entre ellos no traer armas ocultas, ni disparar desde gran distancia dardos unos contra otros; persuadidos a que la única forma legítima de decidir sus contiendas era peleando de cerca y a pie firme. Y así una vez decididos a tomar las armas, no sólo se avisaban mutuamente de la guerra y del combate, sino aun del lugar donde se había de dar. En la actualidad se tiene por necio un general que hace públicos sus propósitos. Aún duran entre los romanos algunos vestigios de este antiguo proceder en la guerra. Porque la anuncian a sus enemigos, usan rara vez de emboscadas, y pelean de cerca y a pie firme. He dicho esto por lo familiarizada que hoy día se ve entre los que gobiernan la excesiva emulación de engañarse unos a otros, tanto en materias civiles como militares.


Capítulo V

Filipo recurre a todo para perjudicar a los rodios.- Suma maldad de Heráclidas Tarentino, famoso capitán de Filipo.

Filipo, por dar motivo a Heráclidas de usar de su genio, le ordenó que excogitase forma como infestar y causar daño a la escuadra de los rodios; y al mismo tiempo despachó a Creta embajadores, para provocar e irritar los cretenses a la guerra contra este pueblo. Heráclidas, hombre naturalmente inclinado al mal, reputó este mandato por un gran hallazgo, y después de haber estado algún tiempo maquinando medios, se hizo a la vela, y arribó a Rodas. Este hombre era originario de Tarento, nacido de padres humildes, y que había ejercitado artes mecánicas, pero tenía las mejores disposiciones para cualquiera maldad y picardía. En su primera edad había abusado de su cuerpo públicamente. Mucha astucia, gran memoria, terrible y osado con los más bajos, vil y bajo adulador con los más altos. En sus principios había salido desterrado de Tarento, por haberla querido entregar a los romanos; no porque tuviese alguna autoridad en su patria, sino porque siendo arquitecto, con pretexto de hacer ciertas reparaciones en la muralla, se había apoderado de las llaves de la puerta que conducía tierra adentro. Refugiado en los romanos, desde allí mantenía inteligencia por cartas con los tarentinos y con Aníbal, pero descubierta la trama, y pronosticado el golpe huyó a la corte de Filipo, con quien logró tal confianza y poderío, que casi fue la única causa de la ruina de tan poderoso reino.


Capítulo VI

Suspicacias de los pritacianos.

Mas los pritacianos, que desconfiaban de Filipo por su doblez con los cretenses, supusieron asimismo que les había enviado a Heráclidas para cometer alguna perfidia.

Al llegar éste, recordó todos los motivos que determinaron la huida de Filipo.


Capítulo VII

Poder de la verdad, e imperio que ejerce siempre sobre la mentira.

En mi opinión, la verdad es la mayor diosa que la naturaleza crió entre los mortales, y a la que otorgó más poder. Por más que todos se conjuren contra ella, por más que tal vez todas las probabilidades favorezcan la mentira, al fin yo no sé cómo se insinúa por sí misma en el corazón del hombre, y unas veces ostentando de repente su poder, otras permaneciendo oculta por largo tiempo, al cabo recobra sus fuerzas, y triunfa de la mentira.


Capítulo VIII

Damocles y Pyteon.

Ciertamente Damocles era ministro hábil y muy versado en los negocios. Se le envió con Pyteon para observar los consejos de los romanos.


Capítulo IX

Perversión cruel y horrenda de Nabis, tirano de Lacedemonia.- Máquina llamada Apega, que ideó para atormentar a los espartanos.

Tres años hacía ya que Nabis tiranizaba a Esparta (204 años antes de J. C.), y no se había atrevido a emprender acción alguna ruidosa, por estar aun muy reciente la derrota de Machanidas por los aqueos. Se ocupaba sí en sentar y echar los cimientos de una larga y dura tiranía. Para ello iba aboliendo las reliquias del hombre espartano. Desterraba a los que más sobresalían en riquezas o en origen, distribuía sus bienes y mujeres entre aquellos otros principales de su bando que tenía a sueldo, todos homicidas, salteadores, rateros y forajidos. Sólo esta especie de gentes, cuyas atrocidades y delitos tenía privadas de su patria, era la que cuidadosamente iba recogiendo de todo el mundo. A éstos amparaba y gobernaba, a éstos recurría para satélites y guardas de su persona, y con éstos pensaba hacer duradera la fama de su impiedad y poder. No satisfecho con desterrar los ciudadanos, hacía por donde no hubiese para ellos lugar seguro, ni asilo resguardado. A unos les daban muerte los emisarios que tenía en los caminos, a otros los traía de sus destierros para quitarles la vida. Finalmente, en las ciudades donde había algunos, hacía alquilar por gentes no sospechosas las casas contiguas a las que ellos habitaban, y enviaba allá cretenses que, u horadando las paredes, o violentando las ventanas, mataban a flechazos, a unos en pie y a otros echados; de modo que no había acogida ni tiempo seguro para los miserables lacedemonios. De esta forma acabó con la mayor parte.

Aparte de esto, construyó una máquina, si merece tal nombre, que representaba una mujer adornada de ricos vestidos, y muy parecida en el rostro a su mujer propia. Cuando quería exigir dinero de algún ciudadano, le llamaba, le hacía un largo y afable razonamiento, exponiéndole el peligro que amenazaba a Esparta y al país de parte de los aqueos, haciéndole ver el número de extranjeros que mantenía para seguridad del Estado, y los gastos que tenía que efectuar en el culto de los dioses y en el bien público. Si se convencía por estas razones, esto le bastaba para su intento. Mas si rehusaba obedecer el mandato, le hablaba en estos términos: «Ya que yo no valgo a persuadiros, pienso que os persuadirá Apega» (así se llamaba su mujer). Lo mismo era decir esto, que al punto aparecía la figura que hemos mencionado. Nabis, cogiéndola de la mano por obsequio, la levantaba del asiento y hacía que asimismo el infeliz la abrazase y se fuese poco a poco acercando al pecho del ídolo, cuyos brazos, manos y pechos se hallaban erizados de puntas de hierro cubiertas bajo el vestido. Cuando el tal tenía echadas las manos por la espalda del simulacro, entonces el tirano, tirando por ciertas máquinas, le iba arrimando y estrechando despacio contra los pechos de la mujer, y así le obligaba a decir cuanto quería. De este modo murieron muchos que rehusaron condescender con lo que pedía.

Sus demás acciones fueron por el estilo de las referidas, y conformes a su carácter. Participaba en las piraterías de los cretenses. Distribuía en todo el Peloponeso malvados que robaban los templos, salteadores de caminos y asesinos, y después de partir el botín con ellos, dábales en Esparta asilo seguro. Por entonces llegaron a Lacedemonia algunos beocios, e hiciéronse tan amigos de uno de los escuderos de este tirano, que le indujeron a viajar con ellos. Tomó al efecto un hermoso caballo blanco, el más hermoso que había en las caballerizas de su amo. Apenas llegados a Megalópolis, se lanzaron sobre ellos los satélites que envió el tirano, llevándose caballo y escudero e insultando a los que le acompañaban. Comenzaron los beocios por pedir que se les condujese al Tribunal, y en vista de la negativa, uno de ellos gritó: «¡Socorro! ¡Socorro!» Acudieron los habitantes, decidiendo llevar los viajeros al Tribunal, cosa que asustó a los satélites de Nabis hasta el punto de hacerles huir, soltando la presa. El tirano, que buscaba pretexto para atropellar los pueblos próximos, aprovechó este; salió a campaña y persiguió los ganados de Protágoras y de algunos otros, siendo este el inicio de la guerra.


Capítulo X

Acción de Antíoco en Arabia.

Era Cattenia la tercera división del país de los guerreanos… A pesar de que el suelo de Cattenia era estéril, se hallaba cubierto de pueblos y torres a causa de la opulencia de los guerreanos que lo habitaban. Esta comarca está a orillas del mar Eritreno. Laba es, como Saba, una ciudad de Cattenia, porque Cattenia es una provincia de los guerreanos.

Suplicaron al rey los guerreanos que no les privase de las ventajas otorgadas por los dioses, y que eran, según decían, el goce de perpetua paz y libertad. Traducida la carta por los intérpretes, respondióles que accedía a la demanda. Asimismo ordenó que se respetase la comarca de los cattenios.

Ratificada por Antíoco la libertad de los guerreanos, entregáronle éstos cien talentos de plata, mil de incienso y doscientos del aroma llamado stacta, porque en las orillas del mar Eritreno encuéntranse toda clase de aromas. El rey se embarcó en seguida para la isla de Tule, desde donde regresó por mar a Seleucia.


Capítulo XI

Algunos datos geográficos.

Badiza es una ciudad de los Brutianos.

Meletussa es una ciudad de Iliria.

llattia, ciudad de Creta.

Sibyrtus, ciudad de Creta.

Adram, ciudad de Tracia.

Campo de Marte es un campo inculto de Tracia donde apenas crecen algunos árboles débiles y achaparrados.

Los digerianos son un pueblo de Tracia. …

Cibyla es una ciudad de Tracia próxima al país de los Astas.