Vidas de los doce césares
Galba
Por Suetonio
Gayo Suetonio Tranquilo (Gaius Suetonius Tranquillus) nacido en el año 70 en Roma y fallecido en el año 126, fue un autor, historiador, biógrafo, poeta y secretario gubernamental romano cuya obra maestra, las Vidas de los doce césares (De vita Caesaru), se ha convertido a lo largo de la historia en una ventana invaluable a las vidas de algunos de los líderes más importantes de finales de la República romana y principios del Imperio romano. De vita Caesaru cubre desde Julio César hasta Domiciano. Irónicamente, a pesar de habernos ofrecido detalles invaluables sobre las vidas de los personajes más importantes de Roma, es muy poco lo que sabemos sobre la vida de Suetonio. Su obra, las Vidas de los doce césares, comenzó a ser escrita al poco tiempo de haber sido expulsado de la corte del emperador Adriano en el año 121 d.C. Las Vidas de los doce césares fue posteriormente continuada con una serie de biografías sobres las vidas de los intelectuales de Roma. La obra está dedicada al prefecto de la guardia pretoriana Gayo Septicio Claro (Gaius Septicius Clarus). Pretoriano interesado en la literatura y amigo en común junto a Suetonio de Plinio el Joven.
Vidas de los doce Césares
Julio César — Augusto — Tiberio — Caligula — Claudio — Nerón — Galba — Otón — Vitelio — Tito — Vespasiano — Domiciano
Ir a la biblioteca de textos clásicos
Servio Sulpicio Galba
Importante: Este libro posee varias anotaciones las cuales pueden ser consultadas aquí.
I. En Nerón se extinguió la dinastía de los césares; este acontecimiento habianlo anunciado varios presagios, y especialmente dos, con mucha más evidencia que los otros. En efecto, poco después de su boda con Augusto iba Livia a casa de Veyo, cuando un águila, que volaba por encima de ella, dejó caer sobre sus rodillas una gallina blanca que acababa de apresar, la cual tenía todavía en su pico una rama de laurel. Dio esta gallina tantos pollos, que la casa recibió el nombre, que conserva aún, de las gallinas, y la planta se desarrolló tan prósperamente que en lo sucesivo cogieron de ella los césares los laureles para sus triunfos, aunque cuidando siempre, una vez terminada la ceremonia, de volver a plantarlos en el mismo sitio. Observase que poco antes de la muerte de cada emperador, el arbusto plantado por él se marchitaba y durante el último año del reinado de Nerón la planta se secó hasta las raíces y perecieron todas las gallinas. Poco después cayó un rayo sobre el palacio de los césares, cayeron a la vez las cabezas de todas las estatuas y a la de Augusto le fue arrancado el cetro de las romanos.
II. Galba, sucesor de Nerón, no estaba unido por ningún vínculo a esta familia, pero pertenecía a muy noble linaje, tan antiguo como ilustre. En las inscripciones de sus estatuas tomaba el titulo de bisnieto de Q. Catulo Capitolino, y siendo emperador colocó en el vestíbulo de su palacio un cuadro genealógico, en el que hacia remontar a Júpiter su origen paterno, y a Pasifae, esposa de Minos, el materno.
III. Seria prolijo enumerar aquí todos los honores otorgados a sus mayores, y me limitaré a decir algo acerca de su familia. No se sabe quién fue el primero de los Sulpicios que llevó el nombre de Galba y con qué motivo. Según unos fue por haber incendiado con antorchas embadurnadas de gálbano una ciudad de España que había resistido un largo sitio; según otros, porque en una enfermedad crónica utilizó a menudo el gálbeo, que se aplicaba ordinariamente envuelto en lana; dicen otros que, porque era muy grueso, lo que se expresa en galo con la palabra galba; y otros, en fin, que, porque siendo por el contrario muy delgado, se le comparó a los gusanillos que nacen en la encina y a los que llaman galbae. El auge de esta familia comienza en el consular Servio Galba, que fue el varón más elocuente de su tiempo. Fue enviado a España después de su pretura, haciendo pasar en ella, a lo que dicen, a treinta mil lusitanos a cuchillo por traición, lo que fue causa de la guerra de Viriato. Irritado su nieto al ver que rechazaba el consulado Julio César, cuyo legado había sido en la Galia, tomó parte en la conspiración de Casio y Bruto, siendo condenado por este hecho en virtud de la ley Pedia. De éste proceden el abuelo y el padre del emperador Galba; el abuelo, más ilustre por sus trabajos que por sus dignidades, no ascendió de la pretura y fue autor de una obra histórica bastante voluminosa y no carente de interés. El padre, después de haber sido cónsul, fue abogado laborioso, aunque medianamente elocuente; era bajito y jorobado; tuvo por primera esposa a Mummia Acaica, nieta de Catulo y bisnieta de L. Mummio, el que destruyó Corinto; casó después con Livia Ocelina, tan rica como hermosa, diciéndose que le solicitó ella misma a causa de su nobleza y con más ardor aún desde el día en que, estrechado por sus súplicas, separó sus ropas y la mostró su deformidad, para evitar que después le acusase de haberla engañado. De Acaica tuvo dos hijos: Cayo y Servio. Cayo, el mayor de los dos, se vio obligado a dejar a Roma, donde se había arruinado; habiéndose opuesto Tiberio a que entrase en sorteo, a su turno, para su gobierno preconsular, se dio la muerte.
IV. El emperador Servio Galba nació bajo el consulado de M. Valerio Mesala y de Cn. Léntulo, el 9 de las calendas de enero (149), en una quinta situada sobre una colina cerca de Terracina, a la izquierda según se va a Fondi. Fue adoptado por su suegra, y tomó el nombre de Livio y el apellido Ocela. Cambió también el nombre y se hizo llamar Lucio en vez de Servio, hasta su advenimiento al Imperio. Se asegura que cierto día, en que había ido a saludar a Augusto con otros niños de su edad, este príncipe le dijo en griego, acariciándole la mejilla y tú también, hijo mio, probarás el poder. Cuando dijeron a Tiberio que Galba había de reinar, pero en edad muy avanzada: Que viva, pues, dijo el emperador, no es a mí a quien importa eso. Estando su abuelo sacrificando para conjurar el rayo, un águila le arrebató las entrañas de la víctima y las llevó a una encina cargada de bellotas. Consultados los augures contestaron que aquel presagio prometía el imperio a su familia, aunque para tiempo lejano: sí, dijo riendo, cuando paran las árulas. Por esto, cuando Galba meditó la conquista del trono, lo que más confianza le inspiró fue el presenciar el parto de una mula; mientras todos consideraban funesto aquel presagio, él solo lo aceptó como feliz, recordando el sacrificio y la respuesta de su abuelo. Acababa de vestir la toga viril cuando sonó que la Fortuna le decía: Estoy cansada de esperar a tu puerta, y si no me recibes pronto, seré presa del primero que se presente. Al despertar, abrió el vestíbulo y encontró en el umbral una estatua de bronce de más de un codo: era la de aquella diosa. La transportó en sus brazos a Tuscúlum, donde acostumbraba pasar el verano; consagrada en el santuario de sus divinidades domésticas y le dedicó un sacrificio por mes y una velada por año. Siendo todavía joven mantuvo rigurosamente una costumbre abolida por todas partes en Roma, excepto en su familia, la cual consistía en revistar dos veces diariamente a sus libertos y esclavos, que se presentaban reunidos a la hora de levantarse y de acostarse, para darles uno a uno los buenos días y las buenas noches.
V. Una de las ciencias que con mayor asiduidad cultivó fue la jurisprudencia. Se había casado, pero habiendo perdido a su esposa Lépida y dos hijos que tuvo de ella, se mantuvo viudo y no quiso en adelante ocuparse de nuevo matrimonio; ni siquiera la misma Agripina, que había quedado libre por muerte de Domicio y que antes de que enviudase él le había hecho tales indicaciones que la madre de Lépida tuvo que reconvenirle ásperamente en una reunión de mujeres y se irritó con ella hasta golpearla, consiguió doblegarse de su propósito. Mostró particular estima por Livia, esposa de Augusto, cuya favor, mientras ella vivió, le dio gran influencia, y cuyo testamento, cuando murió, estuvo a punto de enriquecerle. Le había inscrito, en efecto, entre sus herederos principales por cincuenta millones de sestercios, pero estando escrita la cantidad sólo en cifras y no con todas las letras, Tiberio redujo el legado a quinientos mil sestercios, y ni siquiera éstos cobró.
VI. Galba alcanzó los honores antes de la edad fijada por las leyes. Durante los juegos que celebró como pretor, dio el espectáculo, todavía nuevo, del elefante bailando sobre la cuerda. Gobernó la provincia de Aquitania cerca de un año; fue después cónsul ordinario. Quiso la casualidad que sucediese en esta dignidad a Cn. Domicio, padre de Nerón, y que él mismo tuviese por sucesor a Salvio Otón, padre del emperador del mismo nombre, lo cual era como presagio para el porvenir, estando colocado el reinado de Galba entre los de los hijos de aquellos. Calígula le envió en seguida a Germania para substituir a Getúlico; a la mañana siguiente a su llegada hizo cesar los aplausos que provocaba su presencia en un espectáculo solemne, y en la orden del día a los soldados les mandó tener las manos debajo de los mantos; por cuya razón cantaron en el campamento:
Atención, soldados, al ofició;
Galba, manda, y no Getúlico.
Prohibió absolutamente a los soldados la petición de licencias; ejercitó en continuos trabajos a veteranos y reclutas; rechazó a los bárbaros, que habían penetrado hasta la Galia; de tal modo, en fin, lo dispuso todo en esta expedición, que Calígula, que la presenció, quedó tan satisfecho de su ejército y de él, que entre las numerosas tropas levantadas en todas las provincias, fueron las suyas las que recibieron más recompensas y mayores muestras de aprobación. Galba se distinguió notablemente dirigiendo, con un escudo en la mano las evoluciones militares, y siguiendo en un trayecto de mil pasos el carro del emperador.
VII. Tras la muerte de Calígula, le instaron muchos para que aprovechase aquella ocasión, pero él más prefirió el reposo, y Claudio se lo agradeció tanto, que le consideró entre sus mejores; llegó a tanto su consideración por él, que retrasó incluso la expedición de Bretaña a causa de una ligera indisposición que le sobrevino el día mismo de la partida. Fue durante dos años procónsul de Africa, habiéndole elegido sin consultar las suertes para pacificar aquella provincia, perturbada por los bárbaros y las discordias intestinas; consiguió imponer la paz, gracias a la severidad y a la justicia que mostró hasta en las cosas más pequeñas. Escaseando en cierta expedición los víveres y habiendo vendido un soldado por cien dineros un modio de trigo que le restaba de su provisión. Galba prohibió a los otros que le suministrasen ningún alimento, por necesitado que le viesen, y el soldado murió de hambre. Se presentaron a su tribunal dos ciudadanos disputándose la propiedad de una bestia de carga; las pruebas eran equívocas por una y otra parte, los testigos sospechosos y la verdad difícil de descubrir. Galba decidió, en vista de ello, que se llevase al animal con la cabeza cubierta a un lago donde acostumbraba a beber; que una vez allí le descubrieran, y que pertenecería a aquel de los dos a quien el animal se dirigiera espontáneamente.
VIII. Por los servicios que prestó entonces en Africa y por los prestados antes en la Galia, recibió los ornamentos triunfales y triple sacerdocio, siendo agregado a sus colegios por los quindecenviros, los sacerdotes de Augusto y los Ticios (150). A partir de esta época hasta mediados del reinado de Nerón vivió casi en un completo retiro, no saliendo nunca de su casa, ni aun para pasear, sin que le siguiese un vehículo cargado con un millón de sestercios en oro. Estaba en Fondi cuando le ofrecieron el gobierno de la España Tarraconense. Al llegar a esta provincia sucedía que estando sacrificando en un templo, a un niño que tenía el incienso se le blanquearon de pronto los cabellos, este prodigio fue interpretado como presagio de un gran cambio, en el que se vería a un anciano suceder a un joven, es decir Galba a Nerón. Poco después cayó un rayo en un lago en el país de los cántabros, encontrándose luego en él doce hachas, signo manifiesto del poder soberano.
IX. Este gobierno duró ocho años, y su conducta en él fue muy desigual. Mostró al principio gran energía, vigilancia y hasta severidad excesiva en la represión de los delitos. Ordenó, por ejemplo, cortar las manos a un cambiante infiel y clavarlas sobre su mostrador; hizo crucificar a un tutor por haber envenenado a su pupilo, cuyos bienes había de heredar; invocó el culpable sus derechos y privilegios de ciudadano romano, y Galba como para suavizar en algún modo el horror del suplicio, le hizo clavar en una cruz pintada de blanco y mucho más grande que las corrientes. Poco a poco se abandonó, sin embargo, a la inacción y a la molicie, por el temor de despertar suspicacias en Nerón, y porque -según decía-, a nadie se puede obligar a que dé cuentas de su apatía. Presidía en Cartagena la asamblea provincial cuando se enteró de la sublevación de las Galias, por haber recibido una demanda de auxilio del legado de Aquitania. Recibió también cartas de Vindex que le instaba a declararse libertador y jefe del universo. Su vacilación duró poco, e impulsado tanto por el temor como por la esperanza, accedió a lo que le pedían. En efecto, había sorprendido una orden enviada secretamente por Nerón a sus agentes para que le diesen muerte, y por otra parte le favorecían felices auspicios, presagios ciertos, y de manera especial las predicciones de una virgen perteneciente a una noble familia; estas predicciones le inspiraban tanta más confianza, cuanto que el sacerdote de Júpiter Clunio, advertido por un sueño; acababa de hallar en el santuario el mismo oráculo, pronunciado también por una joven adivina hacía ya doscientos años. El sentido de este oráculo era, que saldría de España un hombre que había de ser el dueño del mundo.
X. Subió a su tribunal como para proceder a una manumisión, y haciendo situar frente a él los retratos de la mayoría de los ciudadanos condenados y muertos por Nerón, y mostrando a la multitud un joven de noble linaje a quien había hecho venir expresamente de la más próxima de las Baleares donde estaba desterrado, deploró los males de aquel reinado. Se le saludó emperador, y declaró él no querer ser otra cosa que legado del Senado y pueblo romanos. Añadió luego que estaba interrumpido el curso de la justicia y reclutó entre el pueblo de su provincia legiones y tropas auxiliares para reforzar su ejército, que solamente constaba de una legión, dos alas de caballería y tres cohortes. Fundó una especie de Senado compuesto de ancianos de gran experiencia para deliberar con ellos, en ocasiones, acerca de los negocios importantes; en el orden de los caballeros designó jóvenes que, sin perder el derecho a usar el anillo de oro, debían, con el nombre de evocati (151), prestar servicio militar en sus localidades. Hizo distribuir también edictos por las otras provincias, exhortando a todos a que se uniesen en el mismo sentimiento y a servir, cada cual según sus medios, a la causa común. Por la misma época, al fortificar una ciudad de la que quería hacer su plaza de armas, se encontró un anillo de labor antigua, cuya piedra representaba una Victoria con un trofeo. Se vio también llegar a Dertosa una nave de Alejandría, cargada de armas, sin piloto, marineros ni pasajeros, y nadie dudo ya que su empresa tenía por causa la justicia y estaba arroyada por los dioses. Pero casi en el acto un acontecimiento imprevisto estuvo a punto de destruirlo todo. Cuando se aproximaba, en efecto, al campamento, uno de los dos cuerpos de caballería, arrepentido de haber violado sus juramentos, resolvió apartarse de él, y sólo a costa de gran trabajo pudieron contenerle. Además, algunos esclavos, que un liberto de Nerón le había regalado después de instruirlos en el asesinato, iban a darle muerte en una callejuela por la que se dirigía al baño; les oyó exhortarse mutuamente a aprovechar la ocasión, y preguntados sobre la ocasión de que hablaban, se les arrancó por la tortura la confesión de lo que estaban preparando.
XI. A tantos peligros agregase la muerte de Vindex, que le consternó hasta tal punto que, creyéndose perdido irremisiblemente, estuvo a punto de suicidarse. Tranquilizado, sin embargo, por las noticias de Roma, que le enteraron de la muerte de Nerón y de que todos los pueblos le juraban fidelidad, trocó el titulo de legado por el de cesar. Se puso entonces en marcha, vistiendo la armadura de los jefes militares, con un puñal colgado al cuello sobro el pecho; pero no tomó la toga hasta después de la derrota de los que le disputaban el Imperio, esto es, del prefecto pretoriano Nimfidio Sabino, en Roma, y de los legados Fonteyo Capito, en Germania, y Clodio Macer, en Africa.
XII. Precedíale la fama de avaricioso y de cruel a causa de los grandes tributos que había impuesto en las Españas y en las Galias a las ciudades morosas en declararse a su favor; por haber incluso castigado a algunas, destruyendo sus murallas; por haber hecho ejecutar por el verdugo a sus jefes civiles y militares, con sus esposas e hijos; porque, habiéndole ofrecido los tarraconenses una corona de oro de quince libras de peso, sacada de un antiguo templo de Júpiter, la hizo fundir, y habiendo resultado tres onzas menos, exigió el pago de lo que faltaba. Esta reputación se fortaleció y acrecentó desde los primeros días de su entrada en Roma. Quiso, en efecto, reducir a su antigua condición de simples remeros a los soldados de la marina a quienes Nerón había ascendido a la categoría de legionarios; como resistiesen sus órdenes y reclamasen sus águilas y enseñas con gran energía, los hizo dispersar por la caballería y luego los diezmó. Licenció la cohorte germana formada en otro tiempo por los césares para la guarda de su persona y cuya fidelidad había permanecido inquebrantable en medio de tantas pruebas, y hasta envió aquellos soldados a su patria sin recompensa alguna, acusándolos de ser afectos a Cn. Dolabela, cuyos jardines estaban próximos a su campamento. Se referían de él rasgos de avaricia, verdaderos o falsos, que le exponían al ridículo; se decía, por ejemplo, que había lanzado un profundo suspiro al ver su mesa abundantemente servida; que habiéndole presentado las cuentas un día su intendente, le regaló un plato de legumbres como recompensa de su celo y fidelidad; que queriendo dar al flautista Cano una prueba de su admiración, fue él mismo a sacar de su caja particular cinco dineros, con los que le gratificó.
XIII. Su llegada no fue por consiguiente demasiado agradable a los romanos, cosa que pudo advertir en el primer espectáculo que se dio. Habiendo, en efecto, comenzado los actores de una Atilana a entonar el conocido cántico: Habiendo vuelto Simo (152) de su campaña, todos los espectadores cantaron el resto del coro, repitiendo varias veces el verso.
XIV. Tampoco en el mando encontró el favor y la consideración que le llevaron a él, no porque no hiciese cosas que le acreditaban de buen príncipe, sino porque apreciaban menos sus buenas cualidades que odiaban las malas. Le dirigían tres favoritos que vivían en el palacio, que no se separaban de junto a él y a los que llamaban sus pedagogos. Eran éstos T. Vinio, su legado en España, hombre desenfrenadamente codicioso; Cornelio Laco, convertido de asesor (153) en prefecto del Pretorio, y cuya arrogancia y necedad se habían hecho intolerables, y el liberto Icelo, en fin, honrado desde hacía poco con el anillo de oro y con el sobrenombre de Marciano, que aspiraba ya a la dignidad más alta a que puede llegar un caballero. Estos tres hombres, cuyos vicios eran diferentes, gobernaban despóticamente al viejo emperador; se había abandonado a ellos sin reservas, y ya no se parecía a sí mismo, ya excediéndose en la severidad, ya en el ahorro, o bien mostrándose demasiado débil e indulgente para un príncipe de su edad. Condenó sin escucharlos y por ligeras sospechas a ciudadanos ilustres de los dos órdenes. Concedió pocas veces los derechos de ciudadanía romana, y sólo a una o dos personas el privilegio de tres hijos y aun esto por tiempo limitado. Rogado por los jueces para que añadiese una sexta decuria a las cinco existentes. no sólo se negó a hacerlo, sino que los desposeyó del derecho que Claudio les había concedido de no ser convocados durante el invierno ni al comienzo del año.
XV. Se creía asimismo que era su intención reducir a dos años la duración de los cargos desempeñados por senadores y caballeros y darlos a aquellos que no lo necesitasen o los rechazasen. Anuló todas las liberalidades de Nerón hasta un décimo aproximadamente y encargó a cincuenta caballeros romanos que persiguiesen la restitución, con derecho, si los actores o atletas habían vendido los regalos que se les habían hecho y no podían reintegrar el valor, para recogerlos a los compradores. Dejó por otra parte a sus libertos y consejeros vender a su gusto todos los oficios, o dispensar todos los favores: la cobranza de impuestos, las inmunidades, la condena de los inocentes, la impunidad de los culpables. Más aún: a pesar de haberle pedido insistentemente el pueblo romano el suplicio de Haloto y de Tigelino, los más crueles de todos los agentes de Nerón, fueron los únicos a quienes dejó impunes, y hasta concedió a Haloto un cargo importante, y en un edicto reprendió aun al pueblo la crueldad que mostraba hacia Tigelino.
XVI. Semejante conducta le enajenó casi todas las voluntades y no tardó en atraerse, sobre todo, el odio de los soldados. Sus amigos, en su ausencia, les habían tomado el juramento de fidelidad, prometiéndoles donativo más considerable que de costumbre; sin embargo, no cumplió la promesa y hasta repitió muchas veces que acostumbraba reclutar soldados, pero no comprarlos, palabras que exasperaron a todo el ejército. Sus injuriosos temores indispusieron asimismo contra él a los pretorianos, la mayor parte de los cuales fueron alejados como sospechosos o como cómplices de Nimfidio. Una profunda indignación animaba por último a las legiones de la Alta Germania, que se veían privadas de las recompensas que esperaban por sus campañas contra los galos y contra Vindex. Por esta causa fueron las primeras que osaron romper todo lazo de obediencia, y en las calendas de enero prestaron sólo juramento al Senado, y enviaron en seguida una diputación a los pretorianos para declararles que no querían al emperador elegido en España, y que ellos mismos debían hacer una elección que pudiese ser aprobada por todos los ejércitos.
XVII. Enterado de esta trama, creyó Galba que más que por la edad, le despreciaban por no tener hijos, y como desde hacía ya tiempo amaba tiernamente al joven Pisón Frugi Liciano, notable por su mérito y linaje -le había inscrito siempre en su testamento como heredero de sus bienes y de su nombre-, le tomó de pronto de la mano en medio de la multitud de cortesanos, le llamó hijo, le llevó al campamento y le adoptó en presencia de los soldados, sin mencionar para nada el donativo ofrecido. Este nuevo rasgo de avaricia ayudó a N. Salvio Otón en la ejecución de la empresa, y seis días después estaba todo consumado.
XVIII. Prodigios manifiestos y en gran número habían anunciado a Galba desde el principio de su reinado el trágico fin que había de tener. En su regreso a Roma se inmolaban víctimas en todas las ciudades por donde pasaba y en una de ellas, un toro, herido de un hachazo, rompió las cuerdas, se precipitó sobre el carro del emperador, y levantándose sobre las patas traseras le llenó de sangre, En el momento en que Galba se apeaba, un guardia, impulsado por la muchedumbre, estuvo a punto de herirle con su lanza. A su entrada en Roma, en el palacio de los césares, sintió temblar la tierra y oyó un ruido parecido a un mugido. A estas advertencias no tardaron en seguir presagios más claros y más siniestros. Había elegido en el Tesoro imperial un collar de perlas y piedras preciosas con el cual quería adornar su estatuita de la Fortuna, en Tuscúlum, pero, creyéndole digno de una divinidad más augusta, le dedicó a la Venus del Capitolio. A la noche siguiente se le apareció en sueños la Fortuna, se quejo del agravio que le había inferido, amenazándole con quitarle al punto todo lo que le había dado. Aterrado por este sueño, apenas amaneció mandó a Tuscúlum a hacer los preparativos de un sacrificio expiatorio, y acudió poco después, pero solamente encontró sobre el altar carbones medio apagados, y cerca de allí vio a un anciano vestido de negro, que tenía incienso en una vasija de vidrio y vino en un vaso de arcilla. Se observó asimismo en las calendas de enero, que, mientras sacrificaba, se le cayó la corona de la cabeza, y que las gallinas sagradas volaron mientras inquiría los auspicios. El día en que adoptó a Pisón, cuando se preparaba a arengar a los soldados, no encontró delante de su tribunal la silla militar que se colocaba en tales ocasiones, y en el Senado habían derribado su silla curul.
XIX. En la mañana del día en que le dieron muerte, le había advertido repetidas veces el arúspice, mientras sacrificaba, que cuidase de sí mismo, que los asesinos estaban cerca. Poco después le informaban de que Otón era ya dueño del campamento. Le aconsejaron que marchase a él sin dilación, ya que su presencia y autoridad podían ser decisivos; sin embargo, prefirió encerrarse en su palacio y fortificarse en él con varias legiones acampadas muy lejos unas de otras. Revistiese, no obstante, con una coraza de lino, aunque confesando que era débil defensa contra tantas espadas. Falsos rumores, difundidos de propósito por los conspiradores y repetidos por hombres crédulos, fueron suficientes para atraerle fuera del palacio. Decían, en efecto, que la sublevación estaba sofocada y castigados los culpables; otros acudían en tropel para felicitarle y asegurarle su fidelidad. Quiso acudir a recibirlos y salió con tanta confianza, que encontrando a un soldado que se vanagloriaba ante él de haber dado muerte a Otón, le preguntó: ¿Por orden de quién? Avanzó después hacia el Foro, y los jinetes que estaban encargados de matarle lanzaron sus caballos en aquella dirección, separando a la turba de curiosos; viéndole desde lejos, se detuvieron un momento y emprendieron de nuevo veloz carrera, hasta que al verle abandonado de los suyos se echaron sobre él y le mataron.
XX. Algunos escritores refieren que en los primeros momentos exclamó: ¿Qué hacéis, compañeros? Soy vuestro como vosotros míos, y que incluso les prometió un donativo. Son más, sin embargo, los que pretenden que ofreció espontáneamente el cuello, diciéndoles que ejecutasen sus órdenes y le hiriesen, puesto que le odiaban. Lo que más sorprende es que ninguno de los que presenciaban el hecho trató de socorrer al emperador y que todas las tropas a las que mandó venir, excepto un escuadrón del ejército de Germania, desobedecieron sus órdenes. Los soldados del cuerpo germano le eran, en efecto, muy adictos, a causa del cuidado que recientemente había tenido con ellos cuando se encontraban enfermos y extenuados de fatiga. Corrieron raudos, en socorro suyo, pero no conocían los caminos y tomaron el más largo, llegando demasiado tarde. Galba fue degollado cerca del lago Curcio y abandonado en el mismo lugar. Un soldado que volvía de la distribución de granos, habiéndole visto, arrojó la carga al suelo y le cortó la cabeza; no pudo cogerla por los cabellos, pues estaba calvo, y la ocultó debajo de sus vestidos; introdújole el pulgar por la boca, y se la presentó de este modo a Otón. Éste la hizo entregar a los vivanderos y criados del ejército, que la clavaron en una lanza, y paseándola alrededor del campamento con grande algazara, decían de cuando en cuando: Vamos, hermoso Galba, goza de tu juventud. Fundábase este chiste feroz en que se había dicho pocos días antes que habiéndole felicitado uno por su buen aspecto y muestras de salud, le contestó en griego: Todavía me siento con fuerzas. Un liberto de Patrobio Neroniano les compró la cabeza de Galba por cien dineros de oro y la colocó en el mismo sitio donde mataron a su amo por orden del emperador; y más tarde, en fin, el intendente Argio sepultó la cabeza y el tronco en los jardines particulares de Galba, cerca de la vía Aureliana.
XXI. Era de estatura ordinaria; tenía la cabeza calva por delante, los ojos azules, la nariz aguileña, y pies y manos tan desfigurados por la gota, que no podía soportar calzado ni hojear un libro; además, tenía en el costado derecho una excrecencia tan considerable que apenas podía sostenerla un vendaje.
XXII. Dícese que era muy comilón y en invierno comía antes de amanecer. En la cena le servían tantos manjares que hacía pasar los restos de mano en mano hasta el extremo de la mesa para distribuirlos a los que le servían. Uno de sus vicios era la pederastia, pero más que a los jóvenes prefería hombres ya maduros y hasta viejos. Cuando Icelo, uno de sus antiguos compañeros de desórdenes, llegó a España para anunciarle la muerte de Nerón, se dice que no contento con besarle indecentemente delante de todos, le hizo depilar en seguida y se lo llevó a solas consigo.
XXIII. Pereció a los setenta y tres años de edad, después de siete meses de reinado. El Senado le decretó, en cuanto pudo, una estatua, que debían colocar sobre una columna rostral, en el mismo paraje del Foro donde fue asesinado. Vespasiano revocó, sin embargo, este decreto, convencido de que Galba había enviado de España a Judea asesinos encargados de darle muerte.