Tratados Morales
Lucio Anneo Séneca
Los Tratados morales son una recopilación clásica de varios diálogos escritos entre los años 41 d. C. a 63 d. C. por el filósofo de la escuela estoica, escritor y orador Lucio Anneo Séneca. En los mismos, el prodigioso escritor de principios del Imperio romano razona sobre varias temáticas intrínsecas a la vida desde el punto de vista de su filosofía del vir fortis. De la Providencia (63 d. C.), De la felicidad (58 d. C.), De la serenidad del alma (53 d. C.), De la firmeza del sabio (55 d. C.), De la brevedad de la vida (55 d. C.), De consolación (c. 40 d. C.), De la pobreza.
Traducción realizada durante la primera mitad del siglo XX por el filósofo y canónigo republicano en el exilio don José Manuel Gallegos Rocafull.
Tratados morales
De la Providencia ― De la felicidad ― De la serenidad del alma ― De la firmeza del sabio ― De la brevedad de la vida ― De consolación ― De la pobreza
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De la pobreza
Compuesto de varias sentencias
Epicuro dijo que la honesta pobreza era una cosa alegre; y debiera decir que siendo alegre, no es pobreza; porque el que con ella se aviene bien, ese solo es rico, y no es pobre el que tiene poco, sino el que desea más; pues aprovecha poco al rico lo que tiene encerrado en el arca y en los graneros, los rebaños de ganado y la cantidad de censos, si tras eso anhela lo ajeno, y si tiene el pensamiento, no sólo en lo adquirido, sino en lo que codicia adquirir. Pregúntasme cuál será el término de las riquezas. Lo primero es tener lo necesario, y lo segundo poseer lo que basta. No habrá quien goce de vida tranquila mientras cuidare con demasía de aumentar su hacienda, y ninguna aprovechará al que la poseyere, si no tuviere dispuesto el ánimo para la pérdida de ella. Por ley de naturaleza se debe juzgar rico el que goza de una compuesta pobreza, pues ella se contenta con no padecer hambre, sed, ni frío. Y para conseguir esto no es necesario asistir a los soberbios umbrales de los poderosos, ni surcar con tempestades los no conocidos mares, ni seguir la sangrienta milicia; pues con facilidad se halla lo que la naturaleza pide. Para lo superfluo y no necesario se suda; por esto se humillan las garnachas, y esto es lo que nos envejece en las pretensiones y lo que nos hace naufragar en ajenas riberas. Porque lo suficiente para la vida, con facilidad se halla; siendo rico aquel que se aviene bien con la pobreza, contentándose de una honesta moderación. El que no juzga sus cosas muy amplias, aunque se vea señor del mundo, se tendrá por infeliz. Ninguna cosa es tan propia del hombre, como aquella en que no hay útil considerable para quien se la quita. En tu cuerpo hay muy corta materia para robos; pues nadie, o por lo menos pocos derraman la sangre humana por solo derramarla. El ladrón deja pasar al desnudo pasajero, y para el pobre aun en los caminos sitiados hay seguridad. Aquel abunda más de riquezas que menos necesita de ellas. Y si vivieres conforme a las leyes de la naturaleza, jamás serás pobre; si con las de la opinión, jamás serás rico; porque siendo muy poco lo que la naturaleza pide, es mucho lo que pide la opinión. Si sucediere juntarse en ti todo aquello que muchos hombres ricos poseyeron, y si la fortuna te adelantare a que tengas más dinero del que con modo ordinario se consigue, si te cubriese de oro y te adornase de púrpura, y te pusiere en tantas riquezas y deleites, que no sólo te permita el poseer muchos bienes, sino el hollarlos, dándote estatuas y pinturas y todo aquello que el arte labra en plata y oro para servir a la destemplanza, de estas mismas cosas aprenderás a codiciar más. Los deseos naturales son finitos, y al contrario, los que se originan de falsa opinión no tienen fin; porque a lo falso no hay límites, habiéndole para la verdad. Apártate, pues, de las cosas vanas, y cuando quieras conocer si el deseo que tienes es natural o ambicioso, considera si tiene algún término fijo donde parar, y si después de haber pasado muy adelante le quedare alguna parte más lejos a donde aspire, entenderás que no es natural. La pobreza está despejada, porque está segura y sabe que cuando se tocan las cajas, no la buscan; cuando es llamada a alguna parte, no cuida de lo que ha de llevar, sino cómo ha de salir. Y cuando ha de navegar, no se inquietan las riberas con estruendo ni acompañamiento, no le cerca la turba de hombres, para cuyo sustento sea necesario desear la fertilidad de las provincias transmarinas. El alimentar a pocos estómagos, que no apetecen otra cosa más que el sustento natural, es cosa fácil. La hambre es poco costo y es lo mucho el fastidio. La pobreza se contenta con satisfacer a los deseos presentes. Sano está el rico, que si tiene riquezas, las tiene como cosas que le tocan por defuera. ¿Pues por qué has de rehusar tener por compañera a aquella cuyas costumbres imita el rico que se halla sano? Si quieres estar desocupado y librar el ánimo, conviene que desees ser pobre, o al menos, semejante a pobre. No puede haber estudio saludable sin que intervenga cuidado de la frugalidad, y ésta es una voluntaria pobreza que muchos hombres la sufrieron, y muchos reyes bárbaros vivieron con solas raíces, pasando una hambre indigna de decirse, y esto lo padecieron por el reino, y lo que más admiración te causará es el padecer por reino ajeno. En las adversidades es cosa fácil despreciar la vida; pero el que puede sufrir la calamidad, ése muestra mayor valentía. ¿Habrá quien dificulte el sufrir hambre por librar su ánimo de frenesí? A muchos les fue el adquirir riquezas, no fin de las miserias, sino mudanza de ellas; porque la culpa no está en las cosas, sino en el ánimo. Esto mismo que hizo no fuese grave la pobreza, hará que lo sean las riquezas. Al modo que al enfermo no le es de consideración ponerle en cama de madera o de oro, porque a cualquiera que le mudes, lleva consigo la enfermedad; así tampoco hace al caso que el ánimo enferme en riquezas o en pobreza, pues siempre le sigue su indisposición. Para estar con seguridad no necesitamos de la fortuna, aunque se muestre airada; que para lo necesario cualquier cosa es suficiente. Y para que la fortuna no nos halle desapercibidos, hagamos que la pobreza sea nuestra familiar. Con más detención nos haremos ricos, si llegáremos a conocer cuán poco tiene de incomodidad el ser pobres. Comienza a tener amistad con la pobreza; atrévete a despreciar las riquezas, y luego te podrás juzgar sujeto digno para servir a Dios, porque ninguno otro es merecedor de su amistad sino el que desprecia las riquezas. Yo no te prohíbo las posesiones; pero querría alcanzar de ti que las poseas sin recelos, lo cual conseguirás con sólo juzgar que podrás vivir sin tenerlas, y si te persuadieres a recibirlas como cosas que se te han de ir, aparta de tu amistad al que no te busca a ti por ti, sino porque eres rico. La pobreza debe ser amada, porque te hace demostración de los que te aman. Gran cosa es no pervertirse el ánimo con la familiaridad de la riqueza, y sólo es grande aquel que, poseyendo mucha hacienda, es pobre. Nadie nació rico, porque a los que vienen al mundo se les manda vivan contentos con leche y pan, y de estos principios nos reciben los reinos; porque la naturaleza no desea más que pan y agua, y para conseguir esto nadie es pobre; y el que pusiere límite a sus deseos, podrá competir con Júpiter en felicidad; porque la pobreza, ajustada con las leyes de la naturaleza, es una riqueza muy grande; y al contrario, la riqueza grande es una continua inquietud, que desvaneciendo el cerebro, le altera, haciendo que en ninguna cosa esté firme: a unos irrita contra otros, a unos llama a la potencia, y a otros hace desvanecidos, y a muchos afeminados. Y si quieres averiguar que en la pobreza no hay cosa que sea mala, compara a los pobres con los ricos, y verás que el pobre se ríe más veces y con risa más verdadera, porque no estando combatido de cuidados, se ve en tal altura, donde los que vienen se le pasan como ligera nube. Y al contrario, la alegría de aquellos que juzgamos felices es fingida, que aunque con gravedad resplandecen en la púrpura, sin descubrir en público sus tristezas, son por esa causa mayores, por no serles lícito publicar sus miserias, siéndoles forzoso mostrarse felices entre las calamidades que les oprimen el corazón. Las riquezas, los honores, los mandos y todas las demás cosas que por opinión de los hombres son estimadas, abstraen de lo justo. No sabemos estimar las cosas, de cuyo valor no hemos de hacer aprecio por la fama, sino por la naturaleza de ellas. Y éstas no tienen cosa magnífica que atraiga a sí nuestros entendimientos más de aquello de que solemos admirarnos; porque no las alabamos porque ellas son dignas de apetecerse, sino apetecémoslas porque han de ser alabadas. Tienen las riquezas esta causa antecedente, que ensoberbecen el ánimo, engendran soberanía y arrogancia, con que despiertan la envidia, y de tal manera enajenan el entendimiento, que aun sola la opinión de ricos nos alegra, siendo muchas veces dañosa. Conviene, pues, que todos los bienes carezcan de culpa; que los que son de esta manera son puros y no corrompen ni distraen el ánimo, y si lo levantan y deleitan, es sin recelos; porque las cosas buenas engendran confianza, y las riquezas entendimiento. Las cosas buenas dan grandeza de ánimo, y las riquezas dan insolencia.